En Argentina son, por un breve período, los mimados por la televisión privada y opositora: mientras pertenecieron al gobierno feron estigmatizados y silenciados, pero si un día deciden pasar a formar parte de las oposiciones políticas cuentan con sorprendente presencia en los medios, se les rinde pleitesía, se los aplaude y adula sospechosa y excesivamente. Un caso llamativo es el del ex-ministro Lusteau, quien fuera nada menos que quien pergeñó la resolución 125 por la cual los propietarios agrarios se lanzaron a las rutas en una actitud abiertamente destituyente, durante el año 2008. Salió del gobierno sin pena ni gloria pero luego fue un permanente invitado de programas televisivos, e incluso un mimado de las revistas del corazón y los chismes faranduleros.
Llama la atención, en la polarización política que se da en algunos de nuestros países, que quienes hasta ayer estaban en el gobierno, pasen al día siguiente a posiciones opositoras extremas y sin matices. Hay todo el derecho a la disensión y la diferencia de criterio; pero es menos explicable que haya quienes caigan abiertamente en brazos de quienes hasta horas antes fueron sus adversarios políticos e ideológicos.
En esos sorprendentes arrumacos los que salen perdiendo -a mediano plazo- son los políticos que (a veces de buena fe) se dejan promocionar por las derechas ideológicas a las cuales ellos no han pertenecido. Suelen descontrolarse por la súbita presencia mediática, por el hecho para ellos inédito de que los adulen y los traten privilegiadamente. Pero ello tiene un precio: nadie les cree a los advenedizos; resultan inconfiables para aquellos a que abandonaron, tanto como a los que los reciben ahora con sonrisas hipócritas. Estos últimos buscaràn usar sus servicios y luego dejarlos de lado, sabidos de que las convicciones de estos "transformers" son demasiado cambiantes.
Por ello, es comprensible que el ejercicio del derecho a no coincidir, pueda terminar en abandono de una organización política. Pero desde el nuevo sitio político habrá que seguir defendiendo los mismos principios y valores que se defendía anteriormente; cuando no es así, el dimitente se convierte en juguete de la voluntad de otros.
Afortunadamente, hay en nuestros países algunos ejemplos diferentes, de quienes dejaron a los gobiernos pero no abdicaron de sus posiciones. Pero hay que decir, y es de lamentar, que no son ésos los casos que predominan.