La anécdota, lo enseñó Arturo Jauretche a lo largo de su obra, da encarnadura al concepto abstracto.
La siguiente ocurrió en la Feria del Libro de 2010.
Sentados en la mesa de uno de los barcitos del predio, era evidente que la alegría reinaba en la conversación de Claudio Díaz, Fabián D´Antonio y quien esto escribe.
Podría imaginar, alguno de los circunstanciales paseantes, que la euforia tenía que ver con la inminente presentación de "El movimiento obrero argentino" en la sala ya colmada de trabajadores y con dirigentes sindicales en el estrado.
Si hubiera podido escuchar la frase final con que Claudio sintetizó la charla la perplejidad del visitante hubiera sido similar a la que llevó a Borges a dictaminar que los peronistas eran "incorregibles": "ésta es una mesa del ascenso".
Claudio, en efecto, era un gallito del Deportivo Morón, Fabián había sido jugador del Deportivo Armenio y de Platense.
Un bohemio de Atlanta es el cronista.
Esa pasión futbolera de quienes -como canta el Beto Asurey- "no piden otra cosa que sudar la camiseta", es la que posibilitó, nos parece, que Claudio Díaz escribiera libros fundamentales de la literatura política argentina.
No está demás, sin embargo, consignar otros datos que también influyeron, entre ellos las vivencias suburbanas que lo llevaron incluso a comprarle una casa en Haedo a su madre, aquella vez que ganara el concurso de Odol Pregunta contestando sobre selecciones argentinas de fútbol.
O el entorno familiero, entrañablemente descripto por un amigo, Gustavo, para el diario Crónica "ahí están Mónica, Claudia (sus hermanas), las sobrinas que él amaba con todo el corazón, y su madre, su motor, su amiga, su inseparable socia: Jenny. "La hacedora de las más ricas berenjenas y morrones para el asado que haya habido jamás".
Si hablamos del periodismo, en tanto, Claudio Díaz supo jugar siempre en primera A.
Fue profesional de fuste en los medios de la prensa comercial (Crónica, La Razón, y Clarín) ganando incluso sendos Martín Fierro en 1992, 1993 y 1995 para el servicio informativo de Radio Mitre. La prensa militante supo de sus notas en Jotapé, El Despertador, El Periodista, El Porteño y Línea.
En ambas facetas mostró, siempre, la misma calidad.
Sabía, como pocos, que un militante tenía que ser buen periodista si era la prensa lo que elegía para cumplir con su tarea.
Hay que entender que fue desde su lucidez y su dolor que escribió en su memorable renuncia a Clarín una frase que conmueve.
Decía, en referencia a una etapa de ese diario, "ha llegado al nivel de un verdadero pasquín que nada tiene que envidiarles a las publicaciones partidarias".
Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, más de una vez expresaría su preocupación por la baja calidad de la prensa partidaria, alarmado porque sus adversarios pudieran llegar a decir "mirad, no saben hacer un periódico y pretenden dirigir al estado".
Otra frase de Gramsci -y su conducta lo prueba- también podría haber sido pronunciada por Claudio: "nunca he sido un periodista que haya vendido su pluma a quien le pagase mejor y que se ve obligado a mentir siempre porque la mentira entra en su calificación profesional".
Esa calidad e integridad profesional fue la que le permitió resumir en escasas líneas su vocación y su conducta: "simplemente amo el trabajo periodístico, tengo pensamiento propio (aunque, que le vamos a hacer. no es el políticamente correcto) y un compromiso de honrar mi oficio".
Esa misma definición es la que lo llevó seguramente, en 1984, a marcar a fuego con su libro La Prensa Canalla a quienes usaron empresas de comunicación para respaldar a la dictadura cívico militar que el 24 de marzo de 1976 derrocó a los tres poderes del gobierno democrático.
Su amor a la camiseta, en cambio, produjo en el 2000 una interesante contribución a la historia local con su "Morón, el grito nuestro de cada sábado" en donde las peripecias, las desventuras y los logros del Gallito encontraron un cronista de lujo.
Un párrafo le alcanzó, asimismo, para adelantar el contenido del Manual del antiperonismo ilustrado, un cuidado volumen que incluye una reseña histórica de la obra de gobierno (período 1946-1955) a cargo del profesor Enrique Manson.
"Un glamoroso staff de chefs mediáticos -escribe Claudio- quiere convencernos de probar estupendos y liberales platos que calmarán el hambre de patria que aprieta nuestras vísceras. Pero desconfiados de tanta propaganda optamos por ofrecer aquí un recetario de ideas nacionales que contraponga la carta de cierta intelectualidad, que el único menú que tiene para ofrecernos es una hamburguesa de lombrices. Nosotros nos seguimos quedando con el choripán".
Pacho O´Donnell -narrador, dramaturgo, historiador, psicoanalista y activo promotor de la cultura desde la esfera privada o desde la oficial- comprendió la profundidad del texto nombrado vertiendo conceptos que conviene reproducir extensamente: "a su autor no le tiembla la mano para nombrar a quienes oculta o desembozadamente se colocan del lado liberal-autoritario, la ideología que triunfó al cabo de nuestras guerras civiles y que desde entonces rige no sólo la política y la economía argentinas, sino también los criterios del prestigio y de la validación de lo intelectual".
Así Claudio -continúa Pacho- incursiona "lúcidamente en rubros como el accionar de los historiadores tribunalicios, de la deletérea pedagogía antinacional disfrazada de progreso y civilización, de los lugares comunes que se empeñaron y empeñan en desacreditar al peronismo (fascista, comunista, clerical, etc.) de la policía de ideas que descalifican a los pensadores nacionales y populares, del gorilismo de los intelectuales autopromocionados como progresistas, de la crónica incomprensión de lo nacional por parte de los intelectuales de izquierda, de los traficantes de
ideologías en el seno del justicialismo".
El libro, con cuidada prosa, está teñido de una impronta jauretcheana que sacude la modorra aún de aquellas mentes menos despabiladas que se conforman con inocuos placebos.
La pluma de Claudio no deja resquicios para eludir la disyuntiva fundamental: se está con la patria y el pueblo o se está en su contra.
"El movimiento obrero argentino", publicado por Fabro en el 2010, cumple por su parte con una antigua deuda que el pensamiento nacional tenía con los trabajadores organizados.
Existían sí, es verdad, antecedentes parciales de indudable valor.
Como hicimos el 17 de octubre de Ángel Perelman y Del anarquismo al peronismo de Alberto Belloni son dos clásicos que abrieron huella en la década del sesenta escritos, ambos, por dirigentes sindicales.
El proletariado en la revolución nacional de Rodolfo Puiggrós, Sindicatos y poder en la Argentina de Roberto Carri y Breve historia de las luchas sociales en Argentina de Rubén Bortnik son prueba también de que tres generaciones distintas hicieron su aporte al tema desde esta visión historiográfica.
El libro de Claudio Díaz, sin embargo, incluye y completa a dichas obras reuniendo en un volumen una trayectoria rastreada aún en el siglo XIX para culminar en las sólidas organizaciones del presente.
Si, "Alpargatas sí, libros también" fue la consigna que presidió, en el 2011, la presentación en la Feria del Libro de nuestro texto Cristina, los setenta y la Vuelta de Obligado, con Hugo Moyano y Alejandro Amor entre los oradores del acto, esa misma consigna levantada al unísono por los secretarios generales del CGT y de la 62 Organizaciones de la Capital Federal define con la pulcra exactitud el apasionante libro de Díaz que constituye, en rigor, una militante opción por la confluencia del cotidiano trabajo y del meditar nacional.
La segura contundencia del escritor resume, otra vez, el contenido y el espíritu del libro: "las organizaciones sindicales y sus cuerpos orgánicos no sólo constituyen a lo largo del tiempo, es decir, ayer hoy y siempre, la columna vertebral de la Nación, sino además su seguridad identitaria e ideológica, porque en ellas se afirma el sentimiento de quienes son los principales sostenes de una comunidad: los trabajadores"
El inicio de la dedicatoria manuscrita estampada en el ejemplar que me regaló nos retrotrae a aquella "mesa del ascenso": "De un gallito a un bohemio".
También nos vuelve, ya en el recuerdo, al sábado que continuó a ese 5 de agosto en que a las 21:50, en el Instituto del Diagnóstico, su cuerpo dijo que no.
Faltaba poco para las once de la mañana cuando junto a Pablo Vázquez llegamos a la Casa de la Defensa. Ya estaban allí desde temprano Martín García y Fabián D´Antonio.
Los cuatro -junto a dos empleados de la funeraria, quizás inorgánicos representantes de los trabajadores- tuvimos el altísimo honor de entrar su féretro al edificio de Telam, la agencia oficial de noticias de la República Argentina.
Allí lo depositamos custodiado, desde el cartel, por una guardia de honor que le rendía tributo: Mariano Moreno, Raúl Scalabrini Ortiz y Rodolfo Walsh.
Claudio, desde una pantalla, seguía con su predica militante mientras el dolor de los familiares enmarcaba el continuo transitar de militantes, escritores, periodistas y dirigentes obreros que llegaban a dar su último adiós.
Uno de ellos, veterano de la guerra de Malvinas, lo definió, emocionado, frente al cajón: "era un valiente", estampó César Trejo.
La marcha peronista atronaría a la mañana siguiente en las galerías de nichos del cementerio de Morón. Velatorio y entierro no fueron en este caso, lógico, ceremonias fúnebres.
El dolor -como en los setenta- se entremezcló con la esperanza militante.
La muerte, experiencia religiosa mediante -como en la misa- se transformó en celebración.
Me había tocado presentarlo, el año pasado, en la Peña Trento Passapponti de Moreno.
Conté en aquella ocasión otra anécdota que, como la del inicio, también remite a Jauretche.
Un gran periodista oriental, Alberto L. Carbone, solía transitar los andariveles de la profesión y los de la militancia y por ello era común encontrarnos en distintas redacciones o en los cafés de la conversación política.
Corrían los ochenta y el avance de la crisis alfonsinista, cuando empezaron a reiterarse las reuniones entre los gobernadores y los ministros de economía de las provincias con administraciones peronistas.
Fue en una de esas oportunidades, mientras hacíamos tiempo esperando la información, que el Gato Carbone me sorprendió con una definición tajante que después pude comprobar. "Tenés que leer -me dijo esa vez- a Claudio Díaz. Ese pendejo es el sucesor de Jauretche".
NOTAS:
Crónica; 7 de agosto de 2011
Díaz, Claudio; El movimiento obrero argentino; Fabro; 2010
Manual del antiperonismo ilustrado; Ciccus; 2007
Tiempo Argentino; 7 de agosto de 2011 Gramsci, Antonio; en Giussepe Fiori;
Vida de Antonio Gramsci; Península; Barcelona; 1968
El árbol del erizo; Bruguera; 1981