El título de esta reflexión se lo debo a mi amigo, Luis Carriqueriborde, biólogo marino y miembro de la clase alta platense, que hoy vive en su barco.
Lo feliz de esta observación confirma mis propias conclusiones sobre ese grupo de eternos perdedores y oportunistas, conformado por los centenares de personas que se ubican en ese indefinido espacio contestatario, designado como “izquierda”.
Una designación que, acompañando a esta calificación espacial, ha recibido gran cantidad de epítetos, tales como “izquierda boba”, “izquierda cipaya”, “mano izquierda del Imperio”, “delirantes de izquierda”, “izquierda protestona”, entre otros. Y ellos acusan de “fascistas” a todos los que así los tratan.
Los grupos de izquierda siempre se caracterizaron por defender la causa nacional y popular, odiar al imperialismo, centrar su atención sobre los grupos desvalidos de la sociedad, observar con lupa cualquier actividad gubernamental, y en poquísimos casos, proponer cómo deberían hacerse bien las cosas. Jamás registraron el dato de la indiferencia popular. En realidad detestan todo lo que huela a Pueblo.
Siempre me ha llamado la atención como los grupos de izquierda estructuran los cambios que proponen. Siempre son enunciados de carácter general, tales como: “Hay que…”, y detrás de este inicio de frase, proponen cosas que ya se hicieron antes, o bien en otros países.
Así parece que el destino de la izquierda no es otro que el de criticar lo que hacen los que tienen poder. Porque la izquierda argentina jamás tuvo una voluntad de poder, nunca formuló en forma explícita un plan de transformación de la sociedad.
Siempre, nebulosamente, aspiraron suspiraron por “un “socialismo” que llegará cuando se caiga el capitalismo”, como si la Unión Soviética no hubiera existido, y siguen insistiendo con algunas recetas políticas propias del siglo 19.
Ellos siempre sostuvieron que se deben respetar los derechos humanos, dar libertad para protestar, eliminar la miseria, echar a los militares y combatir la corrupción. Muy bien, todo eso lo hizo nuestro actual gobierno.
Pero no por eso dejaron de criticarlo, la izquierda fue encontrando nuevas ausencias u omisiones. Por ejemplo, se desgarran las vestiduras por el colapso ferroviario (que tuvo su propio desastre en la estación de Once), pero cuando el Presidente Kirchner quiso poner en marcha una transformación de fondo del sistema ferroviario, instalando un ramal de alta velocidad, las burlas sobre el “Tren Bala” no tardaron en llegar desde la izquierda, escondidas detrás del slogan “trenes para todos”.
Siempre levantaron la bandera contra el “hambre de los chicos pobres”, pero fue el gobierno el que desarrolló la solución con la Asignación Universal por Hijo, pues la izquierda, como siempre, se quejaba pero no proponía.
La falta de represión de la protesta social, todo un hito en la Historia argentina, no ha contado con ningún apoyo explícito de la izquierda. Por el contrario, el abuso que corta calles y rutas, ha incrementado el caos urbano, y muchos protestan por esta medida, pero en conseguir una forma de protestar sin molestar, tampoco la izquierda propone idea alguna.
La Unidad Latinoamericana y la oposición a las imposiciones imperiales fue siempre una de las banderas de la izquierda, pero cuando el gobierno impulsa la creación de la UNASUR, el Consejo de Defensa Suramericano y la Confederación de Estados de América Latina y el Caribe, la izquierda no muestra ningún regocijo, no apoya al explícitamente gobierno.
Así que, todos ven que, mientras la izquierda reclama y protesta, el gobierno realiza transformaciones, materializa reivindicaciones centenarias de la izquierda. Pero ellos siguen en la oposición. Algunos la llaman “apoyo crítico”, pero tiene mucho de crítico, y poco de apoyo. Por el contrario, siempre están al acecho buscando qué criticar, y en esa actitud pronto se encuentran al lado de aquellos intereses que se ven afectados por la gestión del gobierno, y en los hechos, se convierten en aliados, de los grupos más reaccionarios. Esto no es de ahora, la izquierda integró la Unión Democrática conducida por el embajador norteamericano Spruille Braden, para oponerse a la candidatura de Perón.
También existe un grupo de “progresistas” que sienten una especie de repulsión histórica por la oligarquía y las fuerzas armadas que la sostuvieron en el poder. Un ramalazo de conciencia los hizo salir a defender el gobierno, ante el golpismo latente organizado tras la Resolución 125. Bienvenido ese apoyo, pero a poco de andar, aparecieron tensiones nuevas, porque los hechos les demuestran que este gobierno es peronista, y no de izquierda.
Los que están en el Gobierno saben cómo peronistas, que “mejor de decir es hacer, y que mejor que prometer es realizar”, pero eso coloca a la izquierda en un lugar cada vez más débil, porque ellos no hacen nada, y para colmo se han quedado sin promesas posibles, porque el gobierno ya ha realizado lo que ellos propusieron.
Para poder seguir criticando y parecer que dicen algo, algunos grupos utilizan lenguajes ininteligibles. Así tienen pretensiones de elite de la inteligencia o de “cultura universitaria”. Pero en este trámite, se han ido corriendo hacia la derecha, y quedando en una situación que ya Jesús había descripto como “Ver la paja en el ojo ajeno, y no reconocer la viga en el propio”.
Por ejemplo, la izquierda no pone en juicio el catastrófico sistema educativo, que ha dejado a la Universidad de Buenos Aires en el lugar 274 sobre 300 censadas. Si bien es un censo que instala en el primer lugar a la universidad de Cambridge, la izquierda no está proponiendo una Nueva Universidad, adecuada a la Cultura Criolla y a las necesidades de una nación que necesita acrecentar su riqueza. No, la izquierda sólo quiere un pedazo más grande de la actual decadencia. Ellos, que siempre se atribuyeron ser la “parte pensante”, la “fuerza transformadora”, la “mirada hacia el futuro”, no se les ocurre la más mínima idea nueva.
Con la pedantería propia de los cenáculos cerrados, esta pseudo aristocracia de clase media, se encuentra deslizándose, por un tobogán de palabras, hacia el basurero de la Historia.
En este momento histórico, son necesarios los nuevos Scalabrini Ortíz, los Arturo Jaureche,, los Roberto Arlt, para mencionar sólo algunos de los intelectuales de fuste que generó el peronismo en sus inicios en el poder.
Pero, aparentemente, la mercantilización de la cultura ha hecho un buen trabajo, y a estos liberales de izquierda, hijos vergonzantes de Menem, no se les ocurre cómo podrían contribuir con la recreación de la Argentina del siglo 21.
(Buenos Aires, 20 de marzo de 2012)