Una carta del presidente Reagan a su secretario de Estado Haig revela los movimientos en la guerra para no generar resistencias en América latina y mantener la supremacía de la alianza con Londres.
Una serie de documentos desclasificados pertenecientes a la Presidencia, al Departamento de Estado y a la Agencia Central de Inteligencia revelan los detalles de la observación y la participación de los Estados Unidos durante la guerra de Malvinas. Una lectura de los 48 textos permitió a Página/12 descubrir para los lectores matices y prioridades de Washington.
Carta de Ronald para Al. Entre los documentos desclasificados por el Departamento de Estado figura una carta personal enviada por el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, a su secretario de Estado el general Alexander Haig. Mientras los Estados Unidos exploraban la posibilidad de una retirada argentina tras el desembarco del 2 de abril de 1982 y un régimen interino, queda clara la preocupación de Washington por no herir a Margaret Thatcher y sus posibilidades políticas. La primera ministra conservadora que había asumido en 1979 (y que terminaría consolidada por la guerra y por su victoria sobre la Argentina) aparece amistosamente por su diminutivo, Maggie. Dice Reagan a Haig que “después de haber leído tu informe sobre tus conversaciones en Londres queda clara la dificultad que entrañará lograr un compromiso que le permita a Maggie seguir y al mismo tiempo pase el test de ‘equidad’ con nuestros vecinos latinos”. En esas condiciones “no hay mucho margen de maniobra en la posición británica y no se puede ser optimista”. Reagan propuso a Haig insistir en una presencia multinacional y lograr de Galtieri un compromiso de retiro de fuerzas compatible con lo que se pedía al Reino Unido sobre una distancia mínima de sus submarinos nucleares.
Con Galtieri. El embajador Harry Shlaudeman contó en el despacho secreto 2640 que, a pedido de Galtieri, fue a ver al dictador a medianoche del 29 de abril. Le dijo que no tenía instrucciones para esa reunión pero que quería “evitar una confrontación fatal”. Y añadió: “Le señalé que no había recibido una adecuada respuesta a nuestras propuestas y que al día siguiente anunciaríamos varias medidas contra la Argentina”. Estuvieron más de una hora reunidos. Al final de la charla, Schlaudeman tomó la iniciativa de sugerir a Galtieri que anunciara el retiro unilateral de las tropas de las Malvinas como un primer paso hacia una solución pacífica y “como un gesto de buena voluntad”. Dijo el embajador que Galtieri pareció tomar la propuesta en serio e incluso la escribió, pero transmitió al embajador que él era uno entre tres para tomar decisiones. Aludía a la Junta Militar. Eso parece haber inclinado al embajador de los Estados Unidos a formular la recomendación que sigue: “Sugiero de la manera más firme que no anunciemos las medidas contempladas hasta que yo haya tenido la posibilidad de continuar explorando otras posibilidades con Galtieri mañana por la mañana. Creo que todavía hay una chance, aun pequeña”. Schlaudeman escribió que insistió varias veces ante Galtieri en que la Argentina no fuera la autora de la primera acción ofensiva. Galtieri le dijo que había frenado tres veces el primer disparo en esos días pero que no podría continuar haciéndolo, y dijo que “la Marina está hambrienta de acción”. Aludió a que había utilizado capital político para frenar el hecho del primer disparo.
EE.UU. no fue mediador. Un resumen inicial del Departamento de Estado que se titula “Falkland Islands” comienza así: “A pesar del contacto directo entre el presidente Reagan y el presidente Galtieri, la Argentina ocupó las islas Falkland el 2 de abril”. Sostiene que los Estados Unidos tienen un papel importante en resolución de la crisis. “Uno de nuestros aliados más importantes, el Reino Unido juega un rol vital en las relaciones Este/Oeste a través de su participación en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Un involucramiento del Reino Unido durante un período prolongado en una crisis del Atlántico Sur distraería importantes recursos de defensa lejos de Europa y de Hemisferio Norte. En el caso de la Argentina nuestras relaciones fueron mejorando, lo cual contribuyó a la estabilidad en la región enteramente considerada y con la promesa de una sociedad futura en temas importantes. También queremos evitar daños en el sistema interamericano”. Recuerda el texto que inmediatamente después, los Estados Unidos deploraron el uso de la fuerza por parte de la Argentina y pidieron el cumplimiento de la resolución 502 del Consejo de Seguridad, que reclamaba el cese inmediato de hostilidades, el retiro de las fuerzas argentinas y la negociación diplomática. “Al mismo tiempo que deploraba la violencia, los Estados Unidos mantuvieron un tono balanceado en el trato con la Argentina y con el Reino Unido, necesario si queremos tener éxito en ayudarlos a resolver su disputa.” El informe de situación refiere las visitas del secretario de Estado Haig a Londres y Buenos Aires, aunque “nunca asumimos el rol formal de mediador entre la Argentina y el Reino Unido”. Para el Departamento de Estado, existen posibilidades de que el conflicto empeore. Y si eso sucede, el temor expresado en el texto es que la Junta Militar “busque apoyo donde puede encontrarlo”. Aunque “el régimen es anticomunista, podría volcarse hacia la Unión Soviética en busca de ayuda militar, económica y política”. Un desarrollo de ese tipo “tendría serias consecuencias para la Argentina y para la seguridad estratégica del Hemisferio Occidental”. La última denominación es la usual, y lo era más en tiempos de Guerra Fría, para denominar al continente americano.
Una mirada civil. El cable confidencial 2450 comenta una conversación con “un político bien informado que generalmente apoya al gobierno militar” y refleja, según la embajada de los Estados Unidos, “el pensamiento de los sectores conservadores más importantes que cooperaron con los militares desde 1976”. El personaje en cuestión se mostró “oscuramente pesimista sobre el futuro” y lo analizó en cinco puntos. El primero, que Galtieri caerá si no obtiene el compromiso británico de reconocer la soberanía argentina sobre las islas en un período de entre seis meses y un año. El segundo punto, que con ese compromiso Galtieri podría sobrevivir, pero ni siquiera de manera segura. Si “ganara”, su movida siguiente sería buscar una elección popular para ser presidente por el voto en 1983. (En ese punto el redactor del despacho pone paréntesis y dice, poniendo una valoración, que en opinión de los diplomáticos norteamericanos una aproximación de Galtieri a elecciones libres es muy remota.) Tercer punto, desde la perspectiva de Galtieri sería mejor librar una guerra perdida (“y nuestra fuente está segura de que la Argentina perderá”) que rendirse y deponer el reclamo de soberanía. El cuarto punto es que “no hay ningún político en el país que piense que la invasión de las islas haya sido otra cosa que un error colosal” y que existe la percepción extendida de que “el presidente y sus consejeros son incompetentes”. El quinto punto parece una anticipación del escenario que siguió al hundimiento del Belgrano, el 2 de mayo. Si se produce un enfrentamiento grande y muchos argentinos resultan muertos (“hunden un barco y mueren 400”, dijo el político consultado) el pueblo tendrá una reacción “incontrolable”. Y uno de los blancos será la embajada norteamericana. Si Galtieri se ve obligado a dejar el poder, se abrirían dos caminos. Uno, la dictadura encabezada por un militar nacionalista de extrema derecha. Otro, la selección de un general para que conduzca una transición a la democracia. El general podría ser José Rogelio Villarreal, secretario general de la Presidencia en tiempos de la presidencia de Videla, o el ex ministro de Trabajo Horacio Liendo, “de buenas relaciones con políticos peronistas y con Frondizi”. En el caso de Villarreal, las buenas relaciones se extendían a conservadores y radicales, cosa que dirigentes radicales confirmaron a la embajada de los Estados Unidos.
Dear Francis. Uno de los textos desclasificados es una carta dirigida por el secretario de Estado Alexander Haig a su colega británico, el primer secretario del Foreign Office británico Francis Pym. Le dice que envía adjunto un texto de Nicanor Costa Méndez, el canciller argentino, pero que no quiere ejercer influencia sobre Pym porque a él mismo no lo convence el retroceso del argentino respecto de acuerdos previos. Lo que sí queda asegurado en todos los casos, incluso con negociaciones, una administración interina y el compromiso del retiro, es el control británico. En cuanto al interinato, el compromiso asumido por Costa Méndez es que los consejos locales seguirán siendo soberanos. No habría problemas para la seguridad, porque los submarinos británicos quedarían fuera de las 150 millas náuticas pero se trataría, en tiempo, de solo cinco horas para llegar a las islas. Y dice una parte del texto: “Francis, no está claro quién manda allí (en la Argentina). Hay por lo menos 50 personas, incluyendo a comandantes de cuerpo, que ejercen el derecho de veto, y en este punto no puedo hacer nada”. De cualquiera manera, para Haig un acuerdo sería conveniente y lo contrario supondría costos para todos. El secretario de Estado le pidió a su colega que por favor lo llamara antes de tomar cualquier decisión pública. La propuesta argentina recibida por los Estados Unidos proponía que en siete días la dictadura retiraría la mitad de sus tropas hacia el continente y el Reino Unido no pasaría una distancia de tres mil millas náuticas para sus fuerzas navales. Las fuerzas quedarían retiradas totalmente en 15 días. El Reino Unido se comprometería a terminar el proceso de descolonización el 31 de diciembre de 1982, aplicando el principio de integridad territorial argentina de acuerdo con la resolución 2065 de las Naciones Unidas. Hasta esa fecha las islas continuarían desmilitarizadas. Se mantendrían los derechos y garantías de los isleños “sobre todo en lo que se refiere a la libertad de expresión, de religión, de enseñanza y de movimiento, lo mismo que los derechos de propiedad, las fuentes de trabajo, las costumbres, el estilo de vida y los lazos tradicionales familiares, sociales y culturales con sus países de origen”. El Estado argentino decía estar dispuesto a pagar “un precio justo” por las propiedades de los individuos o las empresas que no desearan continuar sus actividades en las islas. En el período de transición hasta el 31 de diciembre de 1982, la administración de las islas estaría compuesta por un gobernador designado por el gobierno argentino, sería mantenida la administración local excepto la policía, también se mantendrían los consejos legislativo y ejecutivo y se ampliaría el número para integrar un número igual de miembros designados por el gobierno argentino, preferiblemente entre los argentinos ya residentes en las islas. La bandera argentina continuaría flameando en las islas. El Estado promovería viajes, transportes, comunicaciones y todo tipo de comercio entre el territorio continental y las islas. Un grupo compuesto por un número igual de representantes de la Argentina, de los Estados Unidos y del Reino Unido verificará la implementación de las obligaciones que implica el acuerdo. El garante sería el gobierno de los Estados Unidos.
La excitación de Galtieri y los problemas de Thatcher. El 14 de abril de 1982 el primer objetivo de los Estados Unidos seguía siendo “encontrar una vía para permitirle a Galtieri una retirada con honor”. Así lo expuso el secretario de Estado Alexander Haig. Para él, el objetivo podría cumplirse si se complementaban una situación provisoria en Malvinas luego del desembarco argentino, la tensión entre los dos países por la soberanía y “la insistencia británica en la autodeterminación en la negociación de un acuerdo final”. El problema, para Haig, es que “excitó tanto al pueblo argentino que se dejó poco margen de maniobra”. Entonces, retirarse podría ser visto popularmente “como una ignominia” y Galtieri quedaría aún en peores condiciones con Thatcher, cuya suerte Haig también medía. Los dos saltarían de sus puestos. Galtieri por “la volatilidad” y Thatcher por la dificultad en “vender un acuerdo al Parlamento”. En el caso británico incluso un incidente bélico daría por tierra con el plan norteamericano. Cuando expuso esta situación en la Casa Blanca, Haig ya había asistir a la concentración en Plaza de Mayo convocada por Galtieri el 10 de abril.
Situación aérea y participación soviética. Un cable secreto del 4 de abril, dos días después del desembarco, analizaba el escenario aéreo que estaba plasmándose. Londres estaba pensando en una ruta que uniera Tahití, la isla de Pascua y Chile para sus aviones. Pronosticaba la posibilidad de un enfrentamiento militar la semana siguiente porque Galtieri había declarado el 3 que un bloqueo británico a las islas “significaría guerra”. En ese cuadro “aparentemente los soviéticos están respaldando los reclamos argentinos, a pesar de que ese apoyo es de bajo perfil”. La base es la exportación de granos argentinos que salvaron a la Unión Soviética de la escasez de productos del campo. Sin embargo, Moscú “no ofreció ayuda diplomática a Buenos Aires”. ¿Qué podría hacer la Unión Soviética, entonces? Pasar a los argentinos datos de la flota británica.
América latina (y un ojo en Londres). Para la Agencia Central de Inteligencia no cabían dudas de que los ministros de Relaciones Exteriores de América latina aprobarían una resolución que pediría a los Estados Unidos no ayudar más al Reino Unido. El análisis indicaba que el gobierno argentino confiaba en que efectivamente los votos cambiaran la posición norteamericana e hicieran que Washington intercediera ante Londres. Al mismo tiempo, Thatcher conseguía despejar dificultades, las encuestas sobre intención de voto daban una ventaja de dos a uno a conservadores sobre laboristas. Un 85 aprobaba el manejo de Thatcher en la crisis. Había logrado diezmar las capacidades aéreas argentinas, que en una primera etapa produjeron daños serios a los británicos. Las fuerzas británicas eliminaron un tercio de los aviones de primera línea de la Marina y la Fuerza Aérea. La balanza se inclinaría el día en que, ya sin peligro de ataque, los aviones Harrier del Reino Unido pudieran dedicarse ya no a defender la flota, hasta entonces su primer objetivo, sino de lleno a destruir posiciones argentinas.
Observación aérea. La inteligencia norteamericana no se basó solo en filtraciones o en su acceso a militares argentinos. El reconocimiento aéreo le permitió trazar mapas detallados en los que observaba el movimiento del equipamiento militar, en especial del aéreo, que aparecía como la llave de las operaciones. El arqueo era detallado. Por ejemplo, decía que ocho aviones Mirage III/IV estaban en la base de Tandil a la vista, mientras que otros estaban en el área de mantenimiento. La descripción detallaba la situación en Curuzú Cuatiá, Reconquista, General Urquiza, Dr. Mariano Moreno, Buenos Aires, Mar del Plata, Bahía Blanca, comandante Espora y Puerto Belgrano, en todos los casos con indicación del nivel de nubosidad imperante. También eran observados los barcos de la retaguardia. El Murature estaba atracado e Buenos Aires en la Dársena Norte, lo mismo que lo que parecían cuatro buques menores. “No se puede discernir si hay actividad militar o logística en la base naval del Mar del Plata”, informaba la inteligencia norteamericana.
Satélite sobre las islas. Las posiciones argentinas en las Malvinas eran observadas por satélites y procesadas por el Centro Nacional de Interpretación Fotográfica. El 28 de mayo de 1982 el Centro informó que las que denominaba “fuerzas argentinas de ocupación en las islas Falkland” habían logrado mejorar sus posiciones defensivas “alrededor de Stanley”. El texto del informe es certero en partes y conjetural en otros, y habla de que, por ejemplo, fue registrado “un posible Skyhawk”, y “50 probables carpas para dos personas”. Las certezas indicaban la construcción de “aproximadamente 16 posiciones al sur de Stanley”.
La estrategia británica. El Reino Unido fue objetivo de análisis de igual manera, o quizás con mayor profundidad, que la Argentina. En todo momento la Agencia Central de Inteligencia entregó al presidente Ronald Reagan material con posibles escenarios políticos. Un ejemplo: “Londres busca una victoria rápida en las Falklands y sus fuerzas probablemente se consoliden rápido. Los británicos probablemente intenten un asalto directo contra las fuerzas argentinas en Stanley aunque éstas sean sustancialmente superiores en número. El gobierno parece preparado para aceptar la existencia de bajas relativamente altas en compensación con que se vea un rápido triunfo militar. La primera ministra Thatcher podría llamar a elecciones anticipadas, aunque un revés serio podría dar como resultado su reemplazo”. El ideal británico era una campaña de menos de dos semanas que incluyera la consolidación en San Carlos y luego el movimiento hacia la captura de Darwin/Goose Green, a menos de 32 kilómetros, donde hay 600 soldados y un aeropuerto. Recién luego irían a Stanley, 80 kilómetros al este. En Darwin/Goose Green probablemente a los argentinos les costaría resistir el peso de los cinco o seis mil hombres puestos allí a presionar por parte de los británicos. “Aunque los tres mil soldados a bordo del Queen Elizabeth han sido caracterizados como una fuerza de guarnición, podrían comprometerse con las fuerzas ya desplegadas en el territorio” porque, además, los Guardias Escoceses y los Guardias Galeses que viajan en el buque “están entre las mejores unidades británicas”. Mientras tanto, el objetivo del Reino Unido sería destruir el portaaviones argentino, la munición y los suministros y un ataque masivo a Stanley. Sería importante la protección aérea que pudieran dar los aviones Harrier para disminuir la cantidad de bajas británicas en el avance hacia Stanley. Los argentinos, a su vez, podrían lanzar un contraataque desde Stanley. Entretanto, desde el punto de vista político, “puesto que los británicos observan las propuestas de negociación como perjudiciales para sus intereses, una campaña corta y exitosa recibiría apoyo amplio en el Reino Unido”. Entonces, ya “con el respaldo de la opinión pública Thatcher y la mayoría del Partido Conservador probablemente quieran continuar y acepten entonces bajas relativamente más importantes, aunque solo si el resultado es una victoria militar contundente”. Esa campaña militar redoblada se vería facilitada por el apoyo de la alianza socialdemócrata-liberal y por la división en el Partido Laborista, una brecha cada vez más abierta que favorece a los conservadores. “Una campaña corta y exitosa, especialmente con pocas bajas nuevas, podría catapultar a los tories a la posición más fuerte desde comienzos de la década de 1960”, dice el texto de inteligencia. “En ese caso se incrementan las chances de que haya una elecciones a fines de la primavera”, o sea, ya que es el Hemisferio Norte, antes de que comience el verano el 21 de junio. La guerra terminó con la victoria británica una semana antes, el 14 de ese mes. No hizo falta más de una estación. En todo momento, según el análisis de la CIA, las pérdidas están asociadas, en su efecto sobre la popularidad de la primera ministra, al éxito militar. Si el éxito acompaña, las bajas pueden justificarse políticamente. El fantasma es que no haya éxitos y aparezca la peor situación para Thatcher: la erosión de su popularidad y, después, la aceptación de un cese de fuego y de la mediación de Naciones Unidas. El análisis de la CIA se planteaba incluso qué pasaría ante esa posibilidad. “Si Thatcher cae, sería reemplazada por un tory ubicado con menos claridad a favor de políticas militares duras”. Los dimes y diretes señalaban en esa posición a Pym, el primer secretario del Foreign Office. De todos modos, para la CIA era improbable que hubiera una elección general inmediata.
Qué debían hacer los EE.UU. La directiva número 34 del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca con fecha 14 de mayo de 1982 recuerda cuál es la política que guía a los Estados Unidos en lo que denomina “la crisis del Atlántico Sur”. Por un lado, la claridad para hacer explícita la posición norteamericana de apoyar al Reino Unido y “la determinación de no aceptar el uso ilegal de la fuerza para resolver disputas”. Por otro lado, la suspensión de todas las exportaciones de suministros militares a la Argentina, lo cual incluye municiones y provisiones ya en curso y el análisis, para su prohibición de las licencias en trámite. También el retiro de la capacidad argentina de ser elegida para recibir otras provisiones en el futuro. Más allá del mercado de armas, la Argentina quedaría fuera de las operaciones del Eximbank, el banco de exportaciones e importaciones que había castigado originalmente las operaciones financieras durante el gobierno de James Carter (1977-1981) aunque luego el gobierno de Ronald Reagan fue relajando los castigos. Otra forma de escarmiento fue el retiro de las garantías para créditos de commodities y otra más la colocación de trabas cuando se requiriese la aceptación por parte de los Estados Unidos para ventas argentinas a terceros países.
El pulso de los latinoamericanos. El análisis del Departamento de Estado era que el sentimiento latinoamericano hacia la Argentina se solidificó luego del anuncio del apoyo de los Estados Unidos al Reino Unido, el 30 de abril, y el hundimiento del Crucero General Belgrano el 2 de mayo. Eso sí: “El conflicto anglo-argentino dividió a los países de habla hispana de los caribeños anglófonos, puso en peligro el sistema interamericano, le dio a Cuba la posibilidad de restaurar sus relaciones con la Argentina y recibir la solidaridad latinoamericana, encendió sentimientos nacionalistas en el hemisferio y revivió el antinorteamericanismo latente”. Lo último sucedió sobre todo en Venezuela, Nicaragua y Perú. Un análisis país por país seguía a esta visión genérica de la inteligencia del Departamento de Estado. En Brasil, autoridades “dijeron en privado que estaban en desacuerdo y preocupados con el nivel y la amplitud del apoyo norteamericano el Reino Unido” y confiaron que extraoficialmente habían dado su acuerdo para la compra de material bélico. En público los brasileños habían pedido el cumplimiento de la resolución 502, de retiro de tropas de las islas y, según citaba el análisis, la preocupación era que las medidas comerciales, financieras y de suministros de armas contra la Argentina pudieran repetirse para otros países. El caso de la dictadura chilena de Augusto Pinochet era distinto. Aunque la situación próxima a una guerra en 1978 no está citada en el análisis diplomático, en cambio sí está reflejado el pensamiento del gobierno sobre las relaciones con la Argentina en general. En privado, en conversaciones privadas mantenidas en Washington y en Santiago de Chile, los funcionarios chilenos se quejaron de su “frustración por años de interminables conversaciones sobre el Canal de Beagle con la Argentina”, país al que observaban como “intransigente”. También expresaron a diplomáticos norteamericanos su simpatía por el Reino Unido porque lo contrario sería una victoria, preocupante para el futuro chileno, por parte de la Argentina. Los colombianos apoyan el reclamo argentino de soberanía pero no el recurso el uso de la fuerza. Los costarricenses advirtieron a los norteamericanos que con su posición enfrentarían “una tormenta de protestas en América latina”. El gobierno de Rodrigo Carazo incluso pidió retirar la sede de la Organización de los Estados Americanos de Washington. Cuba reaccionó rápido y el vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez dijo en una entrevista al diario francés Le Monde que su país estaba listo para ayudar a la Argentina, incluso militarmente. La Habana condenó al Reino Unido, apoyó a la Argentina y convocó a la solidaridad latinoamericana. El líder de la derecha guatemalteca, Mario Sandoval, envió un telegrama al presidente Reagan quejándose de “la política increíblemente estúpida” de los Estados Unidos. La junta militar de Guatemala elogió las “buenas intenciones” del secretario de Estado Alexander Haig pero dijo que el país apoyaría completamente a la Argentina y hasta estaba pensando en mandar un contingente militar. El gobierno mexicano criticó tanto al Reino Unido como a la Argentina pero dijo que apoyaba la soberanía argentina sobre las islas. La conclusión de la diplomacia norteamericana es que incluso las actitudes que en un principio fueron ambiguas se tornarían más claras en el peor sentido para los Estados Unidos. Después del hundimiento del Belgrano y del apoyo norteamericano al Reino Unido de manera abierta, el sentimiento generalizado sería cada vez más “antiimperialista”. En tanto, Venezuela dijo que estudiaría cualquier tipo de pedido por parte de la Argentina, hasta militar.
Después del Belgrano. Un despacho de la embajada de los Estados Unidos en la Argentina da cuenta de los efectos del hundimiento del Belgrano entre los sectores militares gobernantes. La preocupación del embajador Harry Schlaudeman es redoblar esfuerzos contra la idea de que fueron los Estados Unidos los que proveyeron la inteligencia satelital necesaria para localizar el crucero y hundirlo. Dice el texto que lo llamó el jefe del Estado Mayor del Ejército, el entonces general Antonio Vaquero, para decirle que los argentinos “tienen pruebas” de que así fue. También refiere que “Télam, la agencia de noticias del gobierno, puso en su servicio una nota según la cual un informante no identificado del Pentágono dijo que los Estados Unidos tienen como mínimo un satélite espía en el Atlántico Sur y que gran parte de la información obtenida es transmitida al Reino Unido”. El embajador también se quejaba por la confusión a su juicio reinante en la Argentina entre fotografías de satélites meteorológicos y los que se utilizan para obtener información militar. Escribía Schlaudeman: “La prensa aquí también destaca declaraciones del secretario (de Defensa, Caspar) Weinberger sobre que los Estados Unidos darían al Reino Unido todo tipo de apoyo, inclusive logístico, material e informativo”. Se lamenta de que esa declaración es utilizada como confirmación del presunto envío de información antes del hundimiento del Belgrano.
(Página 12, domingo 1 de abril de 2012)