Me parece un poco exagerado meter en el “cajón de sastre” del populismo todos los males argentinos de hoy. A Pablo Lacoste (Los Andes, 15 de octubre) sólo le faltó incluir en su lista de responsabilidades el que Argentina no haya podido ser campeón mundial de fútbol, básquet y voley.
Que el fenómeno del populismo merece un análisis más profundo lo muestra, por ejemplo, la reciente aparición de un libro titulado “The populist reason” (La razón populista). Su autor es Ernesto Laclau, un historiador y sociólogo argentino que desde hace muchos años enseña en la universidad inglesa de Essex.
Cito uno de sus párrafos:
“El populismo supone cuestionar el orden institucional mediante la construcción de ‘los de abajo’ como agente histórico, vale decir, un agente que es un otro en relación a la forma en que las cosas están instituidas. Pero esto es lo mismo que la política. (...) Las condiciones de posibilidad de lo político y las condiciones de posibilidad del populismo son las mismas...”.
No es mi intención, sin embargo, incursionar en una polémica teórica y, quizás, estéril. Más bien, apuntando a un debate productivo, quisiera hacer pie en una frase de Lacoste: “La esencia del populismo no tiene que ver con sus fines, sino con sus métodos”.
Si hablamos de fines, la pregunta sería: ¿cuáles fines deberían proponerse hoy los nacional-populismos latinoamericanos truncos, si quieren desarrollar y actualizar su tradición histórica? Siguiendo los rasgos básicos con que las ciencias sociales caracterizan a estos movimientos, y que intenté sintetizar en un artículo anterior (Los Andes, 9 de octubre), considero que sus grandes fines, hoy, podrían ser éstos:
Primero, la conformación de un Estado continental en América del Sur. Ello significaría crear un poder político suficiente para negociar con el resto de los bloques, un mercado capaz de posibilitar un desarrollo sostenible y una identidad que tenga presencia determinante en el proceso de globalización. En este sentido, me llama la atención cómo, desde todos los sectores, los argentinos, ante la crisis “terminal”, nos desgañitamos reclamando un “proyecto de Nación”. Pero no acertamos a darnos cuenta de que lo que ha “terminado” es el proyecto vetusto de Nación aislada. En el siglo XXI ya no son viables las Naciones “solas”. El destino de la Argentina como Nación es liderar, junto con Brasil, la conformación del Estado continental de América del Sur. Esta es la condición de posibilidad para que Argentina siga siendo una Nación. Este objetivo es tan importante, que de hecho condiciona la consecución de los otros grandes objetivos.
Segundo. Así como en los últimos 20 años se logró subordinar el poder militar al poder político, es la hora de subordinar el capital financiero a la economía real, para que cumpla su rol de lubricar las actividades económicas y que no siga siendo una mochila de plomo sobre las espaldas de los que producen (empresas, trabajadores).
Tercero. Promover la inclusión. Esto, traducido a una meta concreta, consistiría en ponerse como meta, en un plazo digamos de cinco años, reducir la brecha entre ricos y pobres a la mitad (luego de dos décadas en que esa brecha se duplicó).
Cuarto. Recrear las instituciones democráticas, con participación directa y permanente de la sociedad organizada (votación nominal, revocatoria de mandatos, vigencia de la iniciativa popular, referendos, etc...).
Quinto. Desarrollar una macroideología (visión global del hombre y del mundo) a partir de la historia y la realidad latinoamericanas, para no seguir bajo el “paraguas” de las macroideologías plasmadas a partir de otras historias y otras realidades.
Se podría detallar más, pero en un espacio reducido como éste no es posible. Estos serían los marcos macro.
Me encantaría que “populistas” y “no populistas” coincidiéramos en estos fines y los suscribiéramos explícitamente. Habríamos dado un gran paso. Y a partir de ahí, podríamos adentrarnos en los métodos. Enhorabuena si los “no populistas” adhieren a esos fines y aportan, para lograrlos, una buena cuota de los métodos que no tienen (según Lacoste) los “populistas”: ética de la responsabilidad, políticas económicas racionales, Universidad de la excelencia, sanción moral para los transgresores, proyectos y planificación, ningún consignismo, ningún liderazgo mágico.
Pero, hablando de métodos, también es de esperar que los “no populistas” dejen de lado en el futuro algunos de sus métodos tradicionales. Porque América Latina, desde la Guatemala de Jacobo Arbenz hasta el “Plan Cóndor” en el Cono Sur, guarda en su memoria histórica millares y millares de muertes de “populistas” en nombre de políticas “racionales” y consignas “no populistas”.