Sabroso discurrir de nuestra columnista, a propósito de una de las tantas diatribas de que fue objeto el Proyecto Nacional y que, como era de suponer, tuvo en Clarín y medios subrogantes, grandes amplificadores y militantes.
Bueno, hace mucho que no pasamos a dejar alguna huella por el blog. La militancia de cuerpo presente nos ha dejado poco tiempo para compartir algunas reflexiones con ustedes amig@s.
Entrando en materia, este post tiene como objeto renovar mi perplejidad por como se desarrolla el debate hacia las elecciones del 23 de octubre, con el casi seguro triunfo (nunca hay que guisar el pato antes de cazarlo) de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Es, en ese marco, en que la oposición se maneja día a día con estrategias de deterioro de bajo impacto pero de una violencia simbólica (y en algunos casos bastante real) inusitada.
Como ejemplo de esto puede verse el debate entre un intelectual devenido en una especie de gladiador histérico, que repite furiosamente la acusación de “facista” al gobierno nacional y a todo aquél que ose embanderarse con el kirchnerismo.
Abraham se olvida del poder del monopolio para reproducir su discurso que consta de alrededor de 270 medios en todo el país, sin contar su importante poder de lobby que se materializa a través del dominio monopólico de la producción del Papel Prensa, por ejemplo, o las señales de cable de noticias y deportes que establecen sus propias condiciones a los medios más pequeños.
Pero, mientras otros intelectuales llaman la atención sobre el poder de este tipo de monopolios para agredir a las instituciones democráticas, Abraham, por el contrario, decide embestir contra el Estado, contra toda regulación estatal y habla de facismo. Bien le contesta María Pía López, pero no es suficiente, el "intelectual" ebrio de su propia soberbia grita fervoroso defendiendo la causa más neoliberal de todas, la que ya Neustadt supo llevar como cruzada personal y como retaguardia ideológica de la dictadura, la del desmantelamiento del Estado, que bien hemos aprendido los argentinos siempre termina en las mayores iniquidades que se puedan imaginar de la mano del Mercado.
Por otro lado, encontramos los spots publicitarios de campaña como el de Ricardito. Hay todo un lenguaje intrínsecamente violento, "desmesurado" como le gusta decir a Abraham, desde el gesto pretendidamente republicano, adusto, en el que declara explícitamente la voluntad política de lo que queda de la UCR (hoy denominada UDESO) de no permitirle a la presidenta hacer su voluntad, es decir, profundizar el modelo que ha demostrado ser exitoso en el marco de una aguda crisis internacional, pese a las enormes trabas que supuso perder la elección legislativa de 2009, y tener un Congreso absolutamente trabado por una oposición sin ideas ni proyecto, cuya única estrategia común fue impedir la sanción de leyes como la del Presupuesto.
Ricardito, declara que seguirán con el mismo plan, eso sí, con todo respeto, salvo por el pueblo argentino, que en caso de llevarle el apunte a tamaño dislate, verá otra vez consumirse a los legisladores de la oposición esperando las instrucciones de su verdadero jefe político, el CEO de Clarín.
Ambos, Abraham y Ricardito, coinciden en que no le creen al gobierno, reducen el universo de las posiciones políticas a su particular visión de la realidad, y ellos, iluminados vaya a saber por qué milagroso (o multimillonario) patrono, tienen la verdad adherida a la punta de los dedos.
Sin embargo, hasta los candidatos que pertenecen a su partido han decidido hacer campaña por el corte de boleta, pretendiendo salvarse de la debacle evidente a la que se desliza la UDESO (bueno y no sólo la UDESO), tergiversando los hechos y diciendo que ellos pueden ser compatibles con el proyecto nacional.
¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede pedir a los votantes tamaña contradicción? ¿Cómo es que la contradicción no es perceptible?
Bueno, sencillamente porque el discurso mediático dominante, avala de forma constante el ejercicio discursivo no dialéctico, es decir, en el desarrollo del discurso no existen posiciones distintas, no hay pluralidad, cuando se plantea un escenario con actores de distintas pertenencias, un energúmeno como Abraham se dedica a gritar sin que otros puedan contestarle, y cuando le contestan, el expediente es sencillo: “No te creo nada”, sin una sola argumentación. A Abraham nadie puede discutirle, porque él es incuestionable, una patente de corso otorgada por el multimedio, el que a su vez es avalado por el discurso del "prestigioso intelectual" y todo se reduce a un círculo vicioso, un negocio que seguramente también se cerrará con la publicación de algún libro o de muchos, pero del que nadie dará cuenta, puesto que la batería mediática se encuentra dominada por el monopolio onanista.
En ese espacio restringido, pero de un alcance nacional, multiplicado por sus señales, cargado de una violencia simbólica notable, es que se discute sobre la supuesta violencia del gobierno, de Moreno, de La Cámpora, de D´Elía o de la falta de libertad de expresión. Es así como la Comisión de Libertad de Expresión del Congreso recibe a Leuco pero no cita a Minghetti, ni toma ningún tipo de recaudo por las reiteradas denuncias por las interferencias de la señal de la tele pública.
No, la Comisión de Libertad de Expresión se hace eco de las palabras de la SIP o de ADEPA, ambas organizaciones empresarias, que puntualmente se dedican a despedir trabajadores de prensa cuando no coinciden con su línea editorial, lo que resulta naturalizado, porque se trata de un emprendimiento privado, en el cual las reglas del juego las pone el patrón, y si no les gusta a otra cosa mariposa...
Las reglas del juego del Mercado que están hechas para que algunos se llenen de dinero y otros se sigan partiendo el lomo, sin conseguir levantar cabeza. Esas reglas que están profundamente internalizadas como la voluntad divina, como el orden natural de las cosas, asentadas en un "sentido común" cocinado y madurado en las mismas entrañas del monstruo que se beneficia con las ganancias, pero nadie puede osar discutir su legitimidad.
Bajo esas condiciones es que se impone por la negación de la palabra o de la autoridad, o peor aún negando la existencia o descalificándola, a otros la posibilidad de entrar en la discusión. Frecuentemente se escucha en nuestros medios, hablar de la "dictadura de Chávez" ignorando, ocultando, minimizando el hecho de que Chávez lleva ganadas casi una veintena de elecciones, proeza nunca realizada por Magnetto, Escribano, Sirven, o cualquiera de sus lacayos políticos como Duhalde, Carrió o Alfonsinito.
Pero en esos ámbitos se debate frecuentemente y se apela constantemente a la supuesta violencia del kirchnerismo, las prácticas hegemónicas, la supuesta vocación antidemocrática, y los que lo dicen no sólo lo dicen obedeciendo los dictados de las corporaciones con mayor poder económico del país, las que además han sido capaces de apoyar las mayores atrocidades en función de la defensa de sus intereses, sino que además lo sueltan con las formas menos democráticas posibles. Recuerdo en este momento a Carrió puntualizando "La gente en la calle los quiere matar" o comparando a Néstor con el Hittler de "La caída", o a Duhalde diciendo que "a esta pelea la ganamos por knock out" o a Nelson Castro apostando a la fase final del kirchnerismo y dando por sepultadas todas las esperanzas de la continuidad de este proyecto. Todas expresiones no sólo de una vulgaridad extrema, sino que también pueden leerse en clave de incitación a la violencia, pero que son leídas como un legítimo modo de expresar los supuestos reclamos republicanos.
Es un permanente correr el arco, cambiar las reglas cuando tengo la mayoría te la impongo, si no la tengo me quejo y digo que no es democrático que la mayoría gobierne, que tiene que obligatoriamente hacer aquello que la minoría bien-pensante entiende que "es mejor para el país", cuando es claro que eso que los bien-pensantes (y escribientes) dicen sólo es mejor para dos o tres corporaciones y nada más. Pero obviamente eso no es violencia, es una manera de razonar, es una lógica establecida por el poder para someter y que cuando se encuentra con la política, la política en serio, esa que quiere incluir a las grandes mayorías en las decisiones, se encabrona y decide que se va a llevar la pelota.
Malas noticias, muchachos, nosotros somos capaces de jugar con la pelota de trapo hasta el fin de los tiempos. Cada día, somos más lo que no creemos en sus mentiras, y los titulares en letra tipo catástrofe tienen menos efecto que las profecías de Lilita...