Sectores conservadores lanzaron una campaña en su contra agitando fantasmas de un supuesto marxismo. En realidad, en el marco del modelo keynesiano de producción y empleo, buscan una menor ingerencia del Estado en la economía.
La caracterización ideológica sobre el economista y actual secretario de Política Económica de la Nación, Axel Kicillof, fue foco mediático en estas últimas semanas.
La nota publicada por Carlos Pagni en La Nación dos semanas atrás, “Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou”, generó una polémica que va desde lo religioso, lo académico y hasta lo político. Frente a la discusión ocasionada, Tiempo Argentino registró la necesidad de presentar el análisis que, a la luz de la carrera académica y el posicionamiento político del funcionario, pueda dilucidar los aspectos más relevantes de lo que está en cuestión. A estos fines acudimos al último libro publicado por Kicillof en 2010 De Smith a Keynes (Ed. Eudeba), que compartimos con distintos economistas para conocer su opinión sobre la obra, buscando indagar también acerca de la coherencia entre su visión teórica y su rol como funcionario de un gobierno que impulsa un modelo productivo basado en el desarrollo del mercado interno.
UNA ACUSACIÓN ALGO MÁS QUE ACADÉMICA.
Queda lejos de toda ingenuidad, que el pregón de ser llamado “marxista” encubre una fuerte intencionalidad política. En el libro aparece justamente cómo la obra económica de Marx fue expulsada por las corrientes dominantes en las ciencias económicas, siendo que, en palabras de Kiciloff, “la actual ortodoxia, marginalista y keynesiana, desterró a Marx de los planes de estudio”. Y existiría, también aquí, la intencionalidad teórica y política de dejarla afuera.
Como el mismo libro señala, “no existe una historia de la teoría, separada de la teoría misma”, por lo que dar cuenta de teorías que no son las dominantes y de la propia historia de la teoría económica, forma parte de una posición teórica en sí misma. No es que la ortodoxia no hable nunca del marxismo, de hecho así sucedió en estos días. Pero las expresiones, teorías y categorías aparecen vacías de todo contenido, transformadas en acusaciones por el lado de la política, o, como señala el economista, en un “pensamiento muerto” o “como si fuera una curiosidad digna de museo” en la órbita del mundo académico.
La corriente de pensamiento dominante en la ciencia económica, hace abstracción de la historia del pensamiento económico.
Según Kicillof, ello en definitiva encubriría el postulado de que se ha llegado a la verdad, de que la teoría presentada no ha sido superada por otra. Y en este punto es digno de observar también, que la abstracción de la historia lo que en realidad abstrae es la transformación misma. En su libro, el desarrollo del capitalismo es presentado como algo que produce “violentas transformaciones en los procesos económicos”, de donde surge la necesidad de nuevas categorías y problemas a ser abordados por la teoría. Así, el desarrollo de la industria manufacturera habría sido determinante en la obra de Smith, la Revolución Industrial en la de Ricardo, y las crisis y enfrentamientos de clase en las de Marx.
Claramente, si se trata de un proceso en continua transformación, el capital carecería de eternidad, de aquí el “tufillo” de la intencionalidad política de desterrar la dimensión histórica de esta ciencia. El joven economista señala que la ciencia, entonces, no presenta un carácter acumulativo y lineal de filo popperiano, donde triunfa y domina la teoría que no ha logrado ser refutada. Es interesante en este punto señalar que el filósofo Popper, que no considera al marxismo como ciencia, ha sido embajador de Chile en los EE UU durante la dictadura de Pinochet. Por el contrario, “el hecho de que una determinada escuela –en nuestro caso el marginalismo– haya alcanzado una posición dominante en el presente está lejos de asegurar por sí mismo que sus teorías sean ‘mejores’ o que posean un mayor contenido de verdad –que sean representaciones adecuadas de los procesos reales–”.
La ciencia aparecería entonces como una confrontación entre diversas escuelas o sistemas teóricos, que en el caso de la economía serían ejemplo el marxismo, la escuela clásica, el marginalismo y el keynesianismo.
¿MARXISMO? ¿PLANIFICACIÓN?
Cierto es que dar cuenta de esta transformación y de la historicidad del capitalismo no se identifica, por lo menos de forma directa, con una propuesta socialista como la concluida por Marx. Si bien el autor de De Smith a Keynes toma, y reafirma, como intencionalidad del propio libro la dimensión histórica que Marx propone para el estudio de la economía política, para calificar a alguien de “marxista” sería necesario ahondar en algo más que en el acordar con algunas de las posturas del célebre pensador alemán. De alguna forma esto quedaría claro en la defensa de Cristina Kirchner a Axel Kicillof frente a las declaraciones del periodista de La Nación, diciendo que ser cuestionado por la derecha y por la izquierda, “ese es el certificado perfecto de los peronistas”. El propio economista en sus declaraciones en el programa televisivo 6,7, 8, destaca que la cuestión no es entonces la denominación en sí misma, sino que “son adjetivos puestos ahí para agitar fantasmas de la derecha”.
Pagni, en su polémico artículo, expresa su fantasma sin tapujos: “la incorporación de estos economistas entraña un cambio significativo en las relaciones del gobierno con el mercado”, aclarando luego que “el nuevo numen imagina una política más planificada, que estimule a tal o cual sector a través de tipos de cambio múltiples, diseñados con subsidios y protecciones oficiales”. Nuevamente, la planificación estatal no necesariamente es planificación socialista. El contrapunto de injerencia estatal en el mercado y liberalización económica, además, tiene sus matices. Sin ir tan lejos en los inicios de la actual crisis económica mundial, la banca estadounidense le solicitó a Obama que interceda para rescatar sus activos tóxicos. Los “fantasmas” de Pagni no llegan a ser aquellos que mencionara Marx a comienzos de su escrito El Manifiesto Comunista, con su famosa frase “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.”
LA ACUSACIÓN POLÍTICA
Los “fantasmas” de Pagni son, por tanto, la respuesta a la pregunta que muchos se hacen, de por qué no fue bajo el mismo criterio –o aún teniendo en cuenta tantos otros–, que el secretario no haya sido acusado de “keynesiano”. Kicillof muestra en su libro la unidad teórica y política de John M. Keynes, que desarrolló su producción teórica esencialmente en el período de entreguerras, luego de la crisis de 1930. En esta etapa “una cantidad considerable de economistas hizo manifiesto su descontento con la teoría tradicional, ya que el sistema marginalista no lograba dar cuenta de las causas de la inflación, de la deflación y del desempleo, es decir, no contaba con respuestas para los dilemas de la época”. Para los clásicos “el Estado interfiere con los mecanismos automáticos y en general virtuosos de la economía, provocando catastróficas consecuencias”, al tiempo que “censuraba al Estado por su participación activa en la economía”.
Sin embargo, señala el autor, “en la etapa histórica iniciada con la Primera Guerra Mundial tuvo lugar una verdadera transformación en las modalidades y los alcances de la intervención económica del gobierno”, que básicamente respondería a la necesidad de sostener la contienda bélica. La obra de Keynes, en este contexto, concluiría en que “Incluyendo tanto a la cantidad de dinero como al gasto público –en particular a la inversión pública– entre las variables independientes (exógenas), es decir, entre las variables cuya magnitud queda determinada por la libre voluntad del gobierno, posibilita el análisis de los efectos del incremento del gasto y de la emisión monetaria”, efectos que en definitiva impactarían sobre los niveles de producción y empleo. En declaraciones del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz de meses atrás: “Keynes salvó al capitalismo de los capitalistas.”
De aquí surgiría una mayor comprensión del contenido político y económico del artículo de Pagni, donde la confrontación entre “planificación” e “intervencionismo estatal” y entre “ortodoxia” y “keynesianismo”, no se trata de una cuestión de marxismo o judaísmo, sino más bien de que, las llamadas “señales” en economía, sean estas económicas o políticas, siempre movilizan al mercado y a los diferentes intereses contrapuestos que existen.
(Diario Tiempo Argentino, 1 de abril de 2012)