Retroceso cultural / Escribe: Carlos Almenara






Tunuyán festejó su vendimia. El cierre estuvo a cargo de Palito Ortega. No hace falta presentarlo, es suficientemente conocido. Es un artista indudablemente convocante. También es recordado como gobernador menemista de Tucumán o candidato a vicepresidente de Duhalde entre otras funciones políticas.


Interesa Ortega como símbolo cultural.

Ortega comenzó su carrera a principios de los sesenta o antes, y ya era sumamente popular cuando tomó el poder la dictadura genocida.
Están disponibles en youtube fragmentos de sus películas del período 1976 - 1983.

Por caso, “Brigada en acción” (1977) en la que, además de protagonista, fue director y productor. Muestra las andanzas de un agente de la policía federal, “una de las mejores preparadas del mundo” dirá su personaje. En 1977. ¿Hace falta volver a contar qué pasaba en la policía federal en 1977? ¿Hace falta relatar a qué se dedicaban las “brigadas en acción” de esos años?

O podemos hablar de “Dos locos en el aire”, de mediados de 1976. Que cuenta historias de la Fuerza Aérea. En 1976 hace una película propagandista de la Fuerza Aérea.

En ese período realiza, además: El tío Disparate (1978), Amigos para la aventura (1978), Las locuras del profesor (1979), Vivir con alegría (1979), Millonarios a la fuerza (1979), Locos por la música (1980), ¡Qué linda es mi familia! (1980), Cosa de locos (1981), Un loco en acción (1983).

Esos años finales de la dictadura, en una recordada producción, trae a Frank Sinatra al país.

En fin, si nombramos los principales íconos culturales de la dictadura, sin dudas Palito Ortega es uno de ellos. No le adjudicamos culpas no probadas, sólo marcamos un hecho.

¿Puede ser casual?

¿Qué sentidos, qué significados están en juego ahí?

Porque además de todo, además de todo lo que ya valdría por sí mismo el hecho de que sea ícono de aquél tiempo; el arte, los valores que contiene el arte que sirvió para propagandizar la dictadura no puede ser el relevante a nuestro tiempo. Mucho menos para quienes estamos comprometidos con este tiempo.

Es cierto, es un artista que puede entretener a miles, puede garantizar un éxito.

¿Pero puede una comuna, sin daño psíquico a los interlocutores, avalar una política nacional de derechos humanos de memoria, verdad y justicia y al mismo tiempo convocar al cierre de su vendimia a un referente cultural del genocidio?

La contracara de esto, el rumbo cultural para pensarnos hoy, está en la referencia ineludible de los festejos del bicentenario. Allí hubo una impecable construcción artística, histórica, estética, que dio como resultado un relato posible de una patria que somos todos.

Una patria que somos todos no esconde la tierra (la “¿mugre de la historia?”) bajo la alfombra. Una patria que somos todos no es una patria en que la Fuerza Aérea dice quién es la patria. Ni el ejército. Ni Palito Ortega.

Y ellos lo hicieron. Y construyeron el genocidio del que todavía no salimos.

Discutir la cultura popular, debatir qué tiene que promover el Estado, pensar los sentidos, las implicancias de los haceres artísticos es una de las polémicas más importantes de la sociedad democrática.



Y refutar, repensar, rebatir, la iconografía de la dictadura sigue siendo un proyecto cultural totalmente actual. Por ejemplo para combatir a Magnetto. Porque el problema Magnetto es aquél mismo traído a las particularidades de hoy.

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