Movidos por quién sabe qué sentimiento patriótico -carnavalesco, un grupo de intelectuales (?) que bien podría ser el elenco estable del sainete Los Disfrazados, de Carlos Pacheco –una pieza en la que todos pretenden ser lo que no son– ha elegido este Miércoles de Ceniza (con todo los que su simbología conlleva en términos de la cosa efímera) para presentar un documento con “su postura” respecto de la Causa Nacional de Malvinas, pidiéndole al gobierno un cambio de políticas en el sentido que ellos proponen.
Este escrito, que acaso por el mismo espíritu de las carnestolendas fue anunciado con bombos y platillos (podrían agregarse algunos pitos, matracas y cornetas) por los propios pasquines donde los “intelectuales” del caso escriben, ha sido dado a llamar pomposa/desvergonzadamente: “Malvinas, una visión alternativa.”
El texto no va mucho más allá de lo dicho por los “intelectuales” que firman el opúsculo, como por ejemplo el ambidiestro periodista Jorge Lanata, quien ya había sentado posiciones tales como: “Tenemos que afrontar el hecho de que hemos perdido la guerra, Malvinas ya no es parte de Argentina… es parte de nuestra imaginación.”
También el historiador utilitario Luis Alberto Romero, quien días atrás se preguntaba en una nota escrita para el diario La Nación “¿Son realmente nuestras Las Malvinas?” o el estíptico cronista José Ricardo Eliaschev (no tengo confianza como para llamarlo “Pepe”) quien ya había advertido la cuestión de fondo de la postura, anticipando que el eje del documento era la “autodeterminación” de los isleños, es decir: un indiscutido y elevado gesto cipayo para defender la posición británica en el debate.
No es la intención de esta columna rebatir punto por punto el catálogo de sin razones de los “intelectuales” firmantes entre los que destacan el filósofo y entrenador de vóley femenino Fernando Iglesias o el licenciado en Ciencias Biológicas y ñoqui del área de difusión del Indec, Gustavo Noriega.
Si intento la tarea de dejar sentada mi postura –que por otra parte ya es pública– respecto de la certeza que las Malvinas son argentinas y que es la voluntad de este gobierno y conforme lo indicado en reiteradas oportunidades por Naciones Unidas, recuperarlas a través de un diálogo esclarecedor y constructivo con los usurpadores, quienes en otros casos, como el de Hong Kong, no se valieron de la falacia de la autodeterminación para devolverla a China.
Hago mías las ideas del doctor Marcelo Kohen, especialista en Derecho Internacional, quien ha afirmado que “es un escándalo que el Reino Unido invoque la libre determinación” de los isleños y que con estas maniobras, lo que se pretende es “ocultar que quien dispone de la fuerza impone una situación contraria a derecho”.
“Las islas eran españolas al momento de la independencia y a raíz de una regla universalmente aceptada como lo es la de la sucesión de Estados, lo que era territorio español dependiente de Buenos Aires se transformó en territorio argentino”, añade Kohen en su análisis. Y concluye: “El gobierno argentino tomó posesión de las islas en 1820 (por parte del Coronel de Marina Jewett) y el Reino Unido de Gran Bretaña no protestó, aunque tuvo conocimiento directo del hecho, reconoció a la Argentina y celebró un tratado de amistad con el país en 1825 y tampoco protestó, a pesar de que ya había actos posesorios argentinos.”
Esta es la posición académica de un especialista respecto de la “autodeterminación” que enarbola Gran Bretaña y ahora defiende este grupo de “intelectuales” vernáculos que evidentemente están arrepentidos de que los criollos hayan reconquistado o defendido a Buenos Aires en 1806/7 o de la patriada en Vuelta de Obligado o Angostura del Quebracho en 1845.
Mi mirada, seguramente nada académica, me indica que, sería como “si llenaras la cancha de Boca de hinchas de River, o la cancha de River con hinchas de Boca y después preguntaras a los ocupantes a quién pertenecen esas instalaciones”…
Pero mi postura, la de Kohen y la de casi todo el mundo, es contraria a la de Gran Bretaña, que se niega sistemáticamente a negociar.
Ningún país le reconoce al Reino Unido propiedad alguna sobre nuestras islas. El propio Comité de Descolonización de la ONU ha llamado varias veces al diálogo sobre el tema. Y nuestra América, la América morena, nos acompaña cada vez con más enjundia en nuestra prédica.
Así es hoy. Así era hace casi 180 años, cuando allá por 1833, John James Onslow manoseó el pabellón nacional al arriarlo para poner la bandera británica en su lugar, desalojando a las autoridades argentinas en las islas e impidiendo el regreso de los que tenían negocios allí y circunstancialmente se hallaban en Buenos Aires.
Cito parte de un texto de Marcelo Vernet, descendiente de aquel Luis Vernet que en 1829 fue designado gobernador de las Islas Malvinas.
“El 15 de enero de 1833, Manuel V. Maza, ministro de Relaciones Exteriores, presenta una protesta ante Philip G. Gore, encargado de Negocios británicos en Buenos Aires, haciéndole saber que “el comandante de la corbeta de guerra Clio, de SMB, ha ocupado en las islas Malvinas la de la Soledad, enarbolando el pabellón inglés donde flameaba el de la República Argentina.” Toda la prensa se hace eco de la conmoción que produce la noticia. La Gaceta Mercantil, El Lucero, El Federal oscilan en sus notas entre el estupor y la indignación. Una de las publicaciones de la época es el British Packet, que se edita en inglés y es vocero de los intereses mercantiles de los residentes británicos en Buenos Aires. Realmente se ve en apuros para tratar un tema que no puede evitar y que resulta tan espinoso. En su edición del 26 de enero de 1833 podemos leer: “Parece muy extraño que el Gobierno británico no haya notificado al Gobierno argentino su decisión de tomar posesión de las islas.”
Indignación, estupor y hasta extrañeza de parte del mismo diario que oficiaba de vocero de los intereses británicos. Y sin embargo, estos intelectuales módicos de hoy, apañados e impulsados por los medios que los publican, esgrimen un documento avieso, plagado de inexactitudes y dobleces. Absolutamente contrario a los deseos y sentires de la mayoría del Pueblo Argentino.
Ni el propio Jorge Luis Borges, desde su más profunda anglofilia, se animó a tanto. Por el contrario, en su célebre poema “Juan López y John Ward” rinde un fenomenal homenaje a esa sangre joven derramada en vano, en una guerra inútil y evitable.
Sin embargo, “nuestros intelectuales” –según algunos medios–, munidos de una carga de rencor o interés personal, tratan una vez más de condicionar al gobierno, sirviendo de brazo de palanca para que la oposición multimediática local e internacional haga presión con sus dichos y opiniones y exhiba como un triunfo, las aparentes contradicciones argentinas sobre el tema. Cipayismo básico. Seguramente durará lo que las cenizas de este miércoles. El Pueblo argentino se va a encargar de eso.
(Tiempo Argentino 21 de marzo de 2012)