La batalla de los epítetos / Escribe: Ana Jaramillo






Vemos con preocupación que en el debate histórico, metodológico, teórico, político e ideológico, los argumentos se han transformado en insultos, epítetos y adjetivaciones, con la consecuente imposibilidad de profundizar la discusión sobre un modelo propio de sociedad, de democracia y distribución de la riqueza material, cultural, social y política. Varios intelectuales anunciaron una postura “alternativa” al gobierno sobre Malvinas, entre ellos se encuentra el historiador Luis Alberto Romero, conocido detractor del Instituto Dorrego.

El historiador sostiene que la visión de los miembros del Instituto “alimenta lo peor y más enfermo de la cultura política argentina”, que su perspectiva es “un conjunto de muletillas y consignas anquilosadas”, que “nadie defiende en la escuela una versión maniquea del pasado, salvo la del nuevo maniqueísmo revisionista, que hoy llevan a las aulas, el Estado difunde a través de sus canales televisivos y el Instituto Dorrego investigará”; en lo que anuncia “hay mucho pescado podrido: suelen limitarse a difamaciones panfletarias y a trivialidades conocidas tomadas de Billiken”; la versión es “conspiracionista y paranoica”; “no resisten ni a la lógica ni a los hechos”; es una versión “fantasiosa pero bien vendida”; “si se rasca con la uña a cualquiera de sus adeptos brotan inmediatamente los eslóganes y consignas del populismo nacionalista”, si se frota más enérgicamente... aparece “el enano nacionalista”.

Antes de estas expresiones, algunos otros académicos o ensayistas y periodistas dijeron que los miembros del Instituto eran sicarios y peligrosos, pero Romero además predice que “los vencedores de hoy serán los vencidos de mañana”, y también imagina o supone que “Rosas si viviera hoy es probable que fuera muy prudente con Malvinas”.



En algo tiene razón el historiador, que sostiene que “los relatos históricos se relacionan con percepciones e intereses de distintos actores sociales”. Estamos de acuerdo, su relato también. Yo le agregaría que la historia también se relaciona con las pasiones.

No creo en las predicciones, ni en imaginar supuestas actitudes que tendría Rosas sobre la actualidad. Dichas posturas nada tienen que ver con la metodología de la investigación histórica. Pero estoy convencida, como este historiador, no sólo de que la perspectiva histórica está cruzada por los intereses de los distintos actores sociales y políticos sino que la historia transcurre también a partir de confrontaciones, intereses y también pasiones de los hombres y mujeres que la hacemos.

Tengo clara la prudencia con la cual el Gobierno encaró el mandato constitucional en defensa de la soberanía sobre las Islas Malvinas, buscando el diálogo, el cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas, el reconocimiento de quienes lucharon en el momento y su merecido homenaje.
Como no hago suposiciones, me interesaría saber qué intereses defienden los argentinos que proponen como solución al conflicto sobre la soberanía de Malvinas la autodeterminación de los habitantes, como lo hace Cameron, y no el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas. ¿Quiénes sostienen esta postura, sabiendo que la mitad de la población son militares residentes en una base militar? ¿Qué intereses defienden aquellos que mataron con la indiferencia a más de cuatrocientos veteranos que se quitaron la vida? ¿Qué intereses defienden quienes quieren hacer aparecer a los veteranos como víctimas de la dictadura y no como patriotas que lucharon en una guerra, y a la población en general que apoyó y apoya los derechos sobre las islas como manipulados e irreflexivos? ¿Qué intereses defienden aquellos que desconocen el mandato constitucional y la ley de educación que nos indica la necesidad de enseñar la historia de Malvinas con perspectiva latinoamericana y defender nuestra soberanía? ¿Qué intereses defienden quienes se asustan y sostienen que es peligroso divulgar y difundir el pensamiento y la historia de aquellos que hasta hace muy poco tiempo eran desconocidos por la mayoría de los jóvenes que ingresaban en las universidades?

Queremos recordar la preocupación de José Hernández en 1869 sobre quién defendería la causa Malvinas y nos escribía: “Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización. Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne. La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural. Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para la libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad sino que es también la amenaza de una nueva usurpación. El precedente de injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación? El pueblo comprende o siente esas verdades, y su inquietud es la intranquilidad de todos los pueblos que la historia señala como víctimas de iguales atentados. Allí donde ha habido un desconocimiento de la integridad territorial, hemos presenciado siempre los esfuerzos del pueblo damnificado por llegar a la reconquista del territorio usurpado”.

El Instituto Dorrego, como todo el pueblo argentino, seguirá defendiendo la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.

* Miembro del Instituto Manuel Dorrego y rectora de
la Universidad Nacional de Lanús.

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