Institucionalizar para ya nunca más retroceder / Escribe: Hernán Brienza






Hace exactamente un año, realicé una pregunta desde una columna similar a la de hoy –analizaba el discurso de la presidenta en la apertura de las sesiones legislativas de 2011– que tenía que ver más con la intuición que con certezas: “¿Se producirá en 2011 la llegada de una etapa superior del kirchnerismo? ¿De qué se tratará la tan mentada profundización del modelo?” Y respondía, a tientas en la oscuridad, que “la próxima etapa de la política nacional estará marcada por la institucionalización del proceso nacional y popular que se producirá a través de la hegemonía cultural y valorativa… La profundización del modelo se producirá institucionalizando esa misma profundización, valga el galimatías. ¿Por qué? Sencillo, porque es la única posibilidad de evitar que en el futuro se pueda retroceder en los objetivos conquistados.”



Repito esas palabras menos por la vanidad de haber acertado el Prode que para continuar una línea de pensamiento colectivo que tiene como centro de atención el compás que marca la presidenta de la Nación –conductora de proceso y del movimiento nacional, popular y democrática– a esa continuidad y persistencia política llamada “kirchnerismo” o “peronismo kirchnerista”. Y la presidenta Cristina Fernández ha realizado el jueves pasado una demostración de que el paso hacia adelante –la “sintonía fina”– no es otra cosa que la “institucionalización” de las transformaciones realizadas, remarcar el trazado hecho, adecuar la realidad económica o plan trazado y –ahora es más claro aún– evitar las lagunas y contradicciones que posee la legislación argentina.

(Digresión 1: Es una verdadera pena que la intelectualidad y el periodismo argentino se hayan anclado en la “comparación napoleónica” de la presidenta y no pudieran advertir que se trata de un trabajo monumental y necesario para limpiar el edificio jurídico argentino, repleto de normas absurdas y preceptos vetustos. En mis épocas de estudiante de Derecho –carrera interrumpida por el hastío– una de nuestras aventuras intelectuales era encontrar absurdos en el Código Civil argentino, por ejemplo, nunca reformado. Codificar es institucionalizar, es modernizar, es reconstruir derechos. Es de aquellos años, también, mi “pervertida” admiración –espero que mis compañeros del Instituto Manuel Dorrego no me excomulguen– por Bartolomé Mitre, quien, durante su presidencia, le encargó a Dalmacio Vélez Sarsfield la confección de la codificación de las leyes civiles. Esa parábola jurídica trazada desde el liberalismo conservador decimonónico hasta la recodificación hecha por un gobernó de corte nacional y popular merece, creo, un análisis histórico y cultural más profundo que la chacotería de una señora gorda escandalizada tomando el té en La Biela.)

No es mi intención hacer exégesis del discurso de Cristina Fernández, pero sí marcar lo que me parece resulta significativo –aún cuando no sea estrictamente funcional a la alocución presidencial– para desentrañar lo que se puede esperar del mapa político argentinos de los próximos tiempos.
La primera sección del discurso dedicado a la reivindicación del proceso político y económico tuvo un claro sentido ejemplificador para saber de qué hablamos cuando hablamos del modelo: “El crecimiento de la Argentina no se explica únicamente a través de condiciones macroeconómicas en las economías emergentes sino a partir de un modelo de desarrollo que ha hecho del mercado interno, del consumo popular y la distribución del ingreso sus banderas principales, que nos han permitido crecer en la forma que lo hemos hecho… Lo que es importante recalcar es que si bien hemos crecido exponencialmente en nuestras exportaciones, esto es muy importante y vamos a seguir con una política muy agresiva en ese sentido, quiero decirles que el crecimiento económico del PIB desde el tercer trimestre de 2003 al tercer trimestre de 2011 alcanza el 91,9%, y quiero desagregarlo para entender qué es lo que digo cuando hablo de mercado interno. De esos 91,9, el 60,2% es de consumo privado; el 35,6 inversión; consumo público, es decir, inversión pública, el 10% exportaciones netas, pese a haber superado los 80 mil millones de exportación, batiendo records, para ser más exactos 84 mil millones de dólares de exportaciones, aún comparado con el resto de los componentes tenemos un 12,8% negativo respecto de aporte al crecimiento. ¿Se entiende? Necesitaríamos aún exportar mucho más para igualar a la fortaleza del mercado interno y del consumo popular la posibilidad de tener aún más crecimiento. Esto es muy importante porque nos obliga a seguir manteniendo, profundizando y transformando las políticas que sostengan la demanda agregada, en términos criollos sostener que la gente pueda tener poder adquisitivo, sobre todo los sectores de mayor vulnerabilidad que al no tener capacidad de ahorro, que al no poder viajar al exterior y al no poder comprar dólares son los que consumen hasta el último peso que les ingresa.”
Está claro. Incluso para aquellos que, como yo, creemos que a veces el modelo entra en un cuello de botella por falta de inversión privada o que la nueva etapa de crecimiento se salda por mayor exportación. La estrategia elegida por la presidenta para fortalecer y profundizar el modelo seguirá siendo la de sostener y aumentar el consumo popular de productos agro industriales. Y es desde esta estrategia que se intentará achicar la brecha de desigualdad en nuestro país, proceso de estrechamiento que como marcó la presidenta se consigue desde hace nueve años: “La mejora en la distribución del ingreso, que se mide internacionalmente a través de un coeficiente, el coeficiente de GINI, bajó desde el tercer trimestre de 2003 al tercer trimestre de 2011 del 0,53 al 0,43 por ciento. Todos saben lo que significa el esfuerzo para que este índice se mueva, se mueve muy lentamente. Haber disminuido el índice de GINI en un punto significa un crecimiento en materia de inclusión social sin precedentes en las últimas décadas en la República Argentina, que alcanza de esta manera la distribución del mejor ingreso en América Latina. (Aplausos). Esto es base Cepal, Argentina con el 0,43; Uruguay con el 0,44; Colombia con el 0,45: Paraguay con el 0,49; México con el 0,49; Brasil con el 0,52; Chile con el 0,56 y Bolivia con el 0,62. Estos son los números de la Cepal en lo que hace a mejora de la vida y calidad de los argentinos y que nos colocan orgullosamente en la primera fila de nuestro querido continente de la América del Sur, que sin lugar a dudas ha tenido por parte de los otros gobiernos de nuestros países hermanos un gran esfuerzo, porque esos países también han crecido mucho y toda la región ha mejorado sustancialmente a través de gobiernos democráticos y populares, por lo menos en su gran mayoría”, explicó Cristina Fernández.

(Digresión 2: Si de cuestión social se trata, debo admitir que el pasaje dedicado a los docentes fue el que más contrariedades me produjo. Si bien me pareció acertado el diagnóstico de que muchos de ellos quedaron anclados en la lógica de la “Carpa Blanca de los Docentes”, me recordó argumentos poco felices de otros tiempos –tres meses de vacaciones, cuatro horas de trabajo– el severo semblanteo de la realidad laboral de muchos trabajadores de la Educación. Y también creo que muchos representantes gremiales tejen estrategias de luchas inflexibles como si se tratara de enfrentar al régimen zarista de la familia Romanov sin tomar verdadera conciencia de que no sólo en nuestro país si no en toda Latinoamérica las democracias populares están revirtiendo costosamente la destrucción del Estado de bienestar y la brutal transferencia de ingresos que generaron las políticas del Consenso de Washington).

Dentro de todas las medidas anunciadas por la presidenta –la posible aplicación de la Ley de Abastecimiento, que incluye la intervención de empresas, para el sector energético (¿YPF?); la ampliación de los vuelos a Malvinas por parte de Aerolíneas Argentinas, la racionalización de un sistema de ferrocarriles en toda la geografía del país, entre otras– la que tiene mayor trascendencia histórica sin dudas es la modificación de la ley de la Carta Orgánica del Banco Central 24.144 y de la ley de Convertibilidad 23.928. Por la sencilla razón de que comienza a poner fin a una de las leyes emblema del neoliberalismo de los años noventa en la Argentina, elimina los resabios de la paridad 1 a 1, permite elaborar una estrategia no sólo estabilidad monetaria sino financiera y social, desata la relación entre tipo de cambio y reservas disponibles, reorienta el crédito hacia la producción y permite la libre disponibilidad de reservas del BCRA para el Estado argentino.

“El rol de los Bancos Centrales fue siempre financiar a los gobiernos –explicó Cristina Fernández–. En general tienen una historia de fuerte intervención de la economía, dirección del crédito y no solamente cuidar la estabilidad de la moneda, que es una de sus funciones principales pero que no puede ser la única. Precisamente esta fue la historia de la República Argentina hasta el año 1992. En el año 1992 se produjo la reforma orgánica del Banco Central, se suprimieron todas las funciones que tenía de orientación de crédito, de decidir si el crédito podía ir al consumo, al crédito a largo plazo, la posibilidad de dar adelantos para tal o cual línea de créditos o para tal o cual producción donde el Estado privilegiara tal o cual actividad. Se lo inmovilizó, se lo invisibilizó. Claro, todo ese poder fue a parar a algún lado, porque cuando el poder se saca de un lado no es que se difumina o se evapora, eso es el vapor. El poder fue a parar a las entidades financieras, a los bancos”.

Y explicó por qué optó por la reforma del BCRA frente a la reforma de entidades financieras: “Hay que ponerle definitivamente un fin a la Convertibilidad, un BCRA que no esté reducido únicamente a preservar la estabilidad monetaria, sino que esté también preservando la estabilidad fiscal, que esté preservando el valor de la producción, la economía real, que interactúe con la economía real es lo que necesita el mundo y es lo que necesitamos nosotros…. Sé que hay varios proyectos de reformar a las entidades financieras. Sinceramente… no creo que sea necesario reformar la Ley de Entidades Financieras. Creo que lo que hay que reformar es la Carta del Banco Central que es la que regula y controla a las entidades financieras, porque si no se hace un ruido que muchas veces parece más ruido y creo que son pocas nueces.”

El BCRA no ha tenido una historia demasiado digna para los argentinos, nacido al calor del Tratado Roca-Runciman en la década del ’30 para permitir al capital inglés la libre disponibilidad y convertibilidad de divisas, ha sido herramienta muchas veces –el último episodio fue el atrincheramiento de Martín Redrado hace un par de años sobre las reservas para impedir el pago de deuda externa– de políticas tendientes a beneficiar al sistema financiero más que a los argentinos en general. Es por eso que la posibilidad de un reordenamiento del sector a partir del BCRA le permitirá al Estado Nacional proyectar políticas públicas que redirijan el crédito hacia sectores productivos y, por ejemplo, destinado a la vivienda para las mayorías.

Resulta interesante comprobar la línea de coherencia en las transformaciones que lleva adelante la presidenta de la Nación. Pero también notar cómo se profundiza el modelo hacia el interior del Estado. Mejorando el diseño institucional a través de la codificación y de la reforma de las legislación que sirvió muchas veces de tela de araña para enredar las políticas públicas opuestas al neoliberalismo. Es cierto, el discurso de la codificación no parece despertar pasiones ni llamamientos épicos. Pero hay que tomar en cuenta un detalle histórico: Mitre fue el primer presidente de la Argentina unificada a los sablazos y decidió organizar el Poder Judicial y realizar una codificación normativa. Transformar el andamiaje legal de la Organización Nacional Liberal no parece cosa menor visto en perspectiva histórica.



(Digresión final: No es casual que el intendente de Buenos Aires haya hablado apenas 15 minutos y que los más importante haya sido el furcio en el que reconoce que no sabe gobernar y le pide a la presidenta que se haga cargo de la “ciudad”. Porque el discurso de Mauricio Macri fue absolutamente insubstancial. Fue como intentar enfrentar la política con un mero gestito de enojo. Escuchando a la presidenta y al intendente se abre una brecha de solidez política, intelectual y discursiva que es muy difícil de ocultar. Y la diferencia más importante entre ambos dirigentes no es ideológica. A no confundirse. Incluso dentro del movimiento nacional y popular hay versiones conservadoras que se asemejan ideológicamente más al macrismo que al kirchnerismo. Pero quien emparenta a Daniel Scioli, a José Manuel De la Sota o Juan Manuel Urtubey, por citar injustamente algunos casos, con el poco más que “ordenanza” de la capital federal, les falta al respeto a la vocación política de los tres mandatarios provinciales. Porque la gran diferencia es política: entre aquellos que gestionan, que gobiernan, que se hacen cargo de la cosa pública y aquel que sólo “desadministra” sin mirada proyectual ni vocación de poder –entendido como elemento para “decidir” sobre el futuro de una comunidad– ni capacidad para hacerlo. Es claro que, una vez más, el “Renunciador a Todo” Macri intentara medirse con la presidenta o que intentará ponerse en igualdad de condiciones con gobernadores que, más allá de los gustos personales, gobiernan. Pero le será difícil. Es improbable que la Liga de Gobernadores –término rescatado del fondo de la historia argentina y que tiene herencias del roquismo– comulgue con ese estilo de “capanganización” sin gestión que propone el Isidorito Cañones de la despolítica porteña).

(Nota aparecida en Diario Tiempo Argentino, domingo 4 de marzo de 2012)

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