(viene de la edición de ayer)
El Chacho ha muerto, viva el Chacho en su heredero —puede decirse según la fórmula de los caudillos coronados, que se llaman reyes.
En este mundo todo se trasforma, se mejora y perfecciona; el caudillo, como el liberal. Al caudillo de las campañas sigue el caudillo de las ciudades, que se eterniza en el poder, que vive sin trabajar, del tesoro del país, que fusila y persigue a sus opositores, que hace guerras de negocios, pero todo en forma y en nombre de la ley que, en sus manos, es la lanza perfeccionada del salvaje.
No mata con el cuchillo, pero destroza y devasta con el sofisma, que es su cuchillo. No es el caudillo de chiripá, pero es el caudillo de frac; es siempre un bárbaro, pero bárbaro civilizado. Su divisa es civilización y barbarie, es decir, las dos cosas unidas, formando un solo todo: una civilización bárbara, una barbarie civilizada.
¿Es un mejoramiento o es un empeoramiento del caudillaje?
Los caudillos rurales hacían los males sin enseñarlos por vía de doctrina. Los caudillos letrados de las ciudades los hacen y consagran por teorías que revisten la barbarie con el manto de la civilización. Dejemos que el país elija en cuál de las dos formas prefiere ser sacrificado, porque éste es el resultado de todo caudillaje, por brillante y dorado que sea, por instruido y letrado que se pretenda. Las letras, como la pólvora y el vapor, sirven a la barbarie como a la civilización, para destruir y demoler, lo mismo que para construir.
Robar, matar, desolar en nombre de la libertad, era el resorte envejecido por Quiroga, según su historiador, que ha recogido y reproducido sus proclamas…
Lo que es nuevo y magnífico es matar, empobrecer y desolar países florecientes como Entre Ríos y el Paraguay, en nombre de la civilización y del progreso; y éste es el atributo original y distintivo del caudillaje letrado de las ciudades argentinas.
El libro de el Facundo, convertido en código y catecismo de este caudillaje urbano, es dos veces peligroso, como rehabilitación de las teorías explicativas de los viejos caudillos y como ocultación y disimulación de la causa verdadera y real del caudillaje argentino.
¿Cómo encontrar el remedio de un mal cuya causa se ignora o no se quiere señalar? El autor de Facundo parece ignorar o desconocer esa causa productiva del poder absoluto y omnímodo de los caudillos, cuando la calla como si no existiera, entre las muchas que menciona en la Introducción de su libro (pág. XXI) para explicar el misterio de la lucha obstinada que despedaza a la República Argentina […] El origen del caudillaje, es decir, del desorden licencioso, […] reside … en los intereses económicos esenciales y constitutivos del gobierno nacional, que falta a la República Argentina, y cuya falta es toda la razón de ser de su estado y condición… […]
La vida real del Chacho no contiene un solo hecho de barbarie, igual al asesinato de que él fue víctima.
Como la responsabilidad de este acto pesa sobre su biógrafo, beligerante del Chacho como gobernador de San Juan, en 1863, todo el objeto del libro es justificar al autor de ese atentado, por la denigración calumniosa de su víctima.
El Chacho, que nunca fue comparable a Quiroga en atentados contra la civilización, ha merecido, según Sarmiento, el castigo que no mereció Facundo, por el que se mostró indulgente más bien.
¿Por qué esta diferencia? Porque el Chacho era su enemigo, y no lo mató si no de miedo, de esa especie de pánico que hizo feroz a Tiberio.
Que Sarmiento mató al Chacho prisionero es un hecho que él se apropia como un honor, para cubrir su miedo de ser considerado como un asesino cobarde.
El parte del capitán Irrazabal de haber derrotado al Chacho en Caucete, y de haberle capturado después por sorpresa en Olta, ejecutándolo después de hecho prisionero sin resistencia, no mencionaba a Sarmiento para nada. Celoso de ese suceso, Sarmiento rectifica ese parte que, según él, omitió por error decir que la acción de Irrazabal era suya, como mera ejecución de sus órdenes.
Si la derrota de Caucete fue su obra, también debió serlo la ejecución de Olta, y como no le es posible apropiarse de lo que él llama la gloria de haber enterrado la montonera y el caudillaje, sin apropiarse el asesinato del Chacho, de ahí su grande empeño de justificar o disculpar este crimen, en su interés, no en el de Irrazabal.
La vida del Chacho, mejor titulada la muerte del Chacho es el escrito mas premeditado y esmerado que Sarmiento haya compuesto en su vida. En él llena dos objetos que le van al alma: lavarse de la mancha de asesino y apropiarse la gloria de haber enterrado de un empujón al caudillaje de treinta años, pues no fue más que un empuje, según él, la victoria de Caucete, que acabó en el Chacho con la montonera argentina de treinta años.
La montonera moría con el último montonero, como dejaron de existir los indios bárbaros del desierto, según lo anunció al Congreso en uno de sus Mensajes anuales, siendo Presidente.
Lejos de desaparecer, tanto los indios como los montoneros, han seguido y seguirán existiendo por la obra de Sarmiento, que ha consagrado su vida al trabajo barbarizador de mantener a la República Argentina sin la autoridad nacional real y efectiva, cuya ausencia es todo el origen de los caudillos, de las montoneras y de los levantamientos locales.
Ese estado de cosas fue el que produjo a Rosas y con él a todos los caudillos, sus agentes.
Desaparecido con Rosas, en febrero de 1852, Sarmiento contribuyó a restaurarlo, como escritor, como publicista, como gobernante; a ese título es el representante más completo de la anarquía y de la crisis actual de pobreza y de atraso de todo el país argentino.
Ha triunfado, a pesar de eso, del Chacho, como a pesar de eso triunfó veinte años Rosas de los unitarios, porque tenía en sus manos todo el tesoro argentino o la suma de su poder financiero y rentístico, no porque su causa fuese más justa ni mejor que la de sus enemigos derrotados.
Si sospechara Sarmiento que toda la naturaleza del poder político reside en el poder de las finanzas, no perdería su tiempo y sus frases en las tontas y ridículas teorías de civilización y barbarie, de ciudades y campañas, con que, tratando de explicar lo que es visible resultado de la falta de una autoridad nacional, que él ha hecho imposible, contribuyendo por su reforma de 1860 a la reconstrucción de la nación sin Buenos Aires, es decir, del gobierno nacional, sin su poder nacional, dejado fuera de su control en Buenos Aires separada y aislada dentro de la nación misma, como estaba bajo Rosas.
Todo el caudillaje argentino nace de este origen.
El libro de El Chacho ha sido otra refutación de El Facundo, pues después de excusar los crímenes de este caudillo por la manera peculiar de ser de la sociedad argentina en las campañas pastoras, que tenían en Quiroga su personificación y su símbolo, hace matar al Chacho, como un mero salteador, por actos cien veces menos enormes que los de Facundo Quiroga, en la opinión de todos, incluso Sarmiento mismo, que confiesa la humanidad y benignidad del Chacho. Nativo de esa misma Rioja que produjo a Quiroga, y mil veces más popular que éste, pues Sarmiento confiesa que no forzaba a los paisanos a seguirlo, ni usó jamás del terror, ¿por qué ha sido inexcusable a los ojos de Sarmiento?
—Porque era su beligerante, su rival, su antagonista en poder.
Si durante treinta años las masas democráticas de la Rioja no dejaron de seguirlo, a pesar de sus desastres, es claro que lo querían como su representante. Siendo la Rioja un Estado soberano, como Buenos Aires, ¿con qué derecho tratar como salteador común a un jefe suyo, porque imitaba la actitud de Buenos Aires en 1853, ante el Gobierno nacional argentino?
El Chacho recibió su título de general, de la misma autoridad que dio el de coronel a Sarmiento, quince años después que llevaba la vida y practicaba los actos que se han invocado para matarlo sin forma. ¿No quedaba amnistiado virtualmente por esa gran promoción? (…) El país que fusila como a salteadores ordinarios a sus generales tomados prisioneros en guerra civil, se pone en la picota a los ojos del mundo civilizado. (…)
No intentamos defender al Chacho ni rehabilitar su personalidad. Nos importa sólo ver la humanidad respetada, y la vida pública de nuestro país asegurada hasta en sus excesos y desvíos, contra sofismas, más terribles que todas las lanzas de los salvajes.
El que tanto horror tuvo por la sangre derramada por oscuros guerrilleros, no tuvo empacho en asolar la provincia de Entre Ríos, por dos guerras sangrientas, y enterrar la mitad de la población del Paraguay…
(Fuente: www.elhistoriador.com.ar)