ARGENTINA / El soldado de Cristo / Escribe: Julián Maradeo






El ataque a la Catedral Metropolitana cuando se conmemoraba la Noche de los Cristales Rotos podría haber pasado como la enfurecida reacción de un grupo de ultracatólicos. Pero la posterior aparición del superior general regional de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X, Christian Bouchacourt, puso las cosas en su lugar. Bouchacourt organiza asiduamente en la sede de La Reja, Moreno, encuentros en los que participan integristas nostálgicos, como el ex subsecretario de Culto de Carlos Menem, Luis Roldán.

Fundamentalmente durante las décadas del ’60 y ’70, muchos de ellos se agolparon en torno de un sacerdote francés, que se destacaba por su verba y capacidad de adoctrinamiento: Jorge Grasset.


Septiembre de 1968

Aunque el régimen de Juan Carlos Onganía comenzaba a desbarrancarse, uno de sus pilares discursivos se mantenía latente: el comunitarismo. Un ejemplo era Pergamino, donde el intendente Alberto de Nápoli intentaba llevar adelante lo que había pregonado Roberto Gorostiaga desde la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia de la Comunidad. En ese entonces y para celebrar el primer año de la creación del Consejo de Promoción de la Comunidad, llegó el padre Grasset, de la diócesis de Paraná, para dar en la biblioteca municipal Menéndez la conferencia “Preconciliares y postconciliares; ¿Son acaso platos voladores no identificados?”.

Calvo, de tez cuasi pálida y de gestos taxativos, Grasset sabía de lo que hablaba y cómo debía hacerlo. Días después de que se diese a conocer el documento de la reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, en Medellín, el francés, según publicó el diario local La Opinión, aseveró: “La dialéctica marxista busca enfrentar a jóvenes y padres, mujeres y hombres, azules y colorados, peronistas y antiperonistas”.

Los antecedentes

Grasset había llegado al país a principios de la década del ’60 y formaba parte de la congregación Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey (CPCR). En paralelo, pertenecía a la organización francesa dirigida por Jean Ousset, Cité Catholique. La historiadora Elena Scirica cuenta que “Grasset llegó a los CPCR hacia fines de la década de 1940 tras sumergirse (por recomendación de Ousset) en una tanda de Ejercicios Ignacianos realizados por ellos, los cuales tuvieron un efecto conversor e incluso lo llevaron a tomar los hábitos”.

Desde el inicio, Grasset sobresalió por su carácter itinerante, pues viajaba sin cesar por la región fomentando los retiros espirituales.

El cura José María Fernández Cueto, también integrante de los CPCR, compartió entre 1953 y 1955 el Seminario Mayor de Madrid con Grasset, sobre quien recordó que “ya traía un bagaje importante de conocimientos filosóficos y una carga no menos importante de cultura tradicional, gracias a su pertenencia a la Cité Catholique. Como sacerdote, se destacó entre nosotros por su celo en búsqueda de hombres de valor, que pudieran hacer los Ejercicios. Fue él quien lanzó en España las correrías apostólicas en las parroquias principalmente rurales. Por esas fechas, tuvo relaciones con altos cargos militares de la OAS (Organisation de l’Armée Secrète), a algunos de los cuales dio los Ejercicios”.

Dirigida por el general Raoul Salan, la OAS recibió un golpe mortal cuando, en 1962, se firmó el tratado de Evian, que dio el puntapié a la independencia de Argelia. Allí, Grasset se había desempeñado como capellán del ejército francés. Ousset y Jean Masson habían creado antes de la guerra el Centro de Estudios Críticos que, desde 1949 será la Cité Catholique, cuya nominación proviene de una carta de San Pio X.

En Argelia, en busca de mantener su dominio, los franceses desarrollaron la guerra de acción psicológica, en la que la tortura fue el instrumento emblemático. No casualmente quien con mayor precisión lo explicitó fue el capellán de la 10ª División de Paracaidistas, Louis Delarue, que reducía todo a la idea de que había que elegir entre dos males: “Hacer sufrir de modo pasajero a un bandido que es capturado, torciendo su obstinación criminal por medio de un interrogatorio obstinado, cansador, y del otro lado dejar masacrar a inocentes, sabiendo por las revelaciones de este criminal, que se podía aniquilar a la banda, es preciso elegir sin vacilaciones el mal menor: un interrogatorio sin sadismo pero eficaz”.


Las migraciones francesas

Cuando Grasset llegó al país al comienzo de los ’60 lo hizo coincidiendo con una segunda migración francesa. Ambas fueron militares. La primera es oficial, a fines de la década del ’50, cuando se instaló una misión permanente en la sede del Estado Mayor y, a la par, se introdujeron en la formación castrense los textos de los teóricos de la guerra contrarrevolucionaria –como Roger Trinquier, por caso–, varios de ellos integrantes de la Cité Catholique.

En 1963, mientras avanzaba la “desperonización” del Ejército, se dio la segunda. En esa oportunidad, bajo la coordinación del cardenal Antonio Caggiano y Grasset, desembarcaron en Tacaaglé, Formosa, doce familias de militares franceses que habían intervenido en la guerra de Argelia. Formosa participó en la migración comprendida en el convenio que habían formalizado los presidentes Charles de Gaulle y Arturo Frondizi.

“Todos fueron militares franceses de alto rango que De Gaulle había condenado en contumacia por rebelión. Andaban prófugos por distintos países de Europa. Un yerno del general Paul Gardy, último jefe de la OAS, tomó conocimiento de aquellas reuniones que hacía Formosa en tierra francesa e inscribió a estos doce militares como agricultores, con nombres ficticios, y así viajaron y se radicaron en Argentina”, describió el historiador formoseño Julio Ortiz, autor de la investigación Los ‘piednoirs’ en Formosa.

Ciudad Católica

El 19 de mayo de 1959 se había fundado en Argentina la Ciudad Católica (CC). Actuando desde el exterior pero a través de los contactos que ya tenía en Argentina, el cura Grasset tuvo directa intervención. Antes, en 1954, Caggiano había impulsado la radicación de los CPCR en su terruño religioso, Rosario. “Desde allí, Grasset fue el factótum de la creación de la Ciudad Católica en Argentina, la cual nació como una empresa independiente de la casa matriz francesa”, sostuvo Mario Ranalletti.

El núcleo originario estuvo conformado por los abogados Cosme Beccar Varela y Pedro Vaca, Juan Carlos Goyeneche, el condenado a muerte tras la segunda Guerra Mundial Robert Pincemin, el coronel Juan Francisco Guevara y el ingeniero Gorostiaga, primer director de la revista Verbo, a través de la que denunciaban “la infiltración marxista”.

En la revista Verbo, la CC expuso nítidamente sus objetivos: “Que tengamos ‘nuestros hombres’ en todas partes, en todas las capas sociales, en todas las posiciones que permitan conocer los resortes del mecanismo del Estado”. Así, cada célula debía estar formada por alrededor de ocho personas seleccionadas a partir de relaciones amistosas previas. El proyecto comunitarista de sociedad que perseguían se apoyaba en la creación de instituciones intermedias. La finalidad: constituir una nación corporativista.


La Ciudad Católica tuvo un efímero apogeo durante el primer año del régimen del general Onganía, cuando Gorostiaga quedó al frente de la Sepac; el general Francisco Imaz tomó el gobierno de la provincia de Buenos Aires y el abogado Carlos Caballero el de Córdoba. Los militares fueron uno de los destinatarios centrales de Grasset, aun antes de instalarse en el país. En 1959, publicó, en Verbo, una “Carta de un sacerdote a un militar” en la que desgranaba con precisión el quién y el cómo. Hay que “formar las cabezas y los corazones de los oficiales y suboficiales (...). Tarea ingrata, tarea cotidiana, tarea constante. Hay que empezar de uno en uno. Cursos, conversaciones privadas, retiros, etc. (...) Hay que elegir a los mejores, a los que podrán encuadrar a los otros y recuerde que los galones de la jerarquía deben ser concedidos a los mejores, a los más ardientes. Así se encuadrará a la tropa con una red de hombres elegidos y ella responderá en todo”.

Los retiros espirituales, a los que iban los altos mandos de las Fuerzas Armadas, explicó Ranalletti, fueron “una preparación para un combate a muerte contra el demonio y sus manifestaciones”. Consistieron en un encierro de cinco días, con una rutina de misas, plegarias, penitencias, confesiones, reflexiones y conferencias sobre temas religiosos.

El papel de los sacerdotes en las Fuerzas Armadas ya se había robustecido, en 1957, a partir de la organización del vicariato castrense, lo cual corrió por cuenta del mismo Caggiano.

Una vez instalado en el país Grasset, vivía seis meses en Argentina y seis meses en Europa. Estaba bajo el brazo de Adolfo Servando Tortolo, uno de los principales representantes del integrismo local y arzobispo de Paraná, cuyo Seminario, a partir de 1969, se convirtió según Horacio Verbitsky en “un bastión tradicionalista” contra el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Allí recaló el ex líder de Tacuara convertido en sacerdote, Alberto Ezcurra Uriburu.

Tortolo reemplazó en dos ocasiones a Caggiano. La primera, cuando fue nombrado en 1973 presidente de la Conferencia Episcopal Argentina; la segunda, cuando asumió en 1975 como vicario general castrense.

A mediados de la década del 60, mientras la congregación Cooperadores Parroquiales se fue acercando a los postulados del Concilio Vaticano II, el sacerdote francés había solicitado su salida del claustro: “Vivió muchos años exclaustrado de nuestra congregación, para poder ayudar espiritual y doctrinalmente, con mayor libertad, a los militares en Argentina”, dijo Fernández Cueto. La exclaustración de Grasset se extendería por 25 años, hasta 1990.


Los textos

Verbo, cada vez más inserta en las Fuerzas Armadas, efectuó una traspolación a la Argentina de los textos que Verbe, la revista de Cité Catholique, publicó sobre la guerra de Argelia. El politólogo francés Gabriel Peries notó que eso ocurría a través de cambios apenas formales, como el de los nombres de los lugares y aspectos de la idiosincrasia de cada país. Por ejemplo, durante el Operativo Independencia en Tucumán aparecieron “Moral, Derecho y guerra revolucionaria” y “Respuesta a un oficial argentino. Civilización o subversión: Lo que está en juego”. Los textos son réplicas de los publicados por Verbe en enero de 1959 como “Moral, droit et guerre révolutionnaire” y “Civilisation ou révolution”. Mientras en Argentina la firma era El Centurión, en Francia era Cornelius.

La impronta de Verbo y la militancia y prédica de Grasset recién fueron palpables cuando se logró quitar el velo a la participación eclesiástica en las mismas salas de tortura y en los centros clandestinos de detención. Bernardino Montejano no tiene dudas de que “Grasset era excelente como sacerdote y lo era, también, al liderar los ejercicios espirituales y en su doctrina política; pero cometió errores en sus intervenciones”.

Para el presidente del Instituto de Filosofía Práctica (Infip), el sacerdote francés se equivocó, por caso, al participar tanto en el levantamiento de Azul contra Alejandro Lanusse, en 1971, como en el que lideró el coronel Mohamed Alí Seineldín en las postrimetrías del gobierno de Raúl Alfonsín. Esto último fue confirmado por el ex coronel devenido político, Aldo Rico.

Producto de sus continuos viajes, Grasset tuvo varios techos donde guarecerse. En uno de ellos –Tucumán 1561– está domiciliado el médico Ignacio Garda Ortiz, ex director de Verbo, y a la vez funciona la Fundación Civilidad. Garda Ortiz suele dar charlas sobre desarrollo local en jornadas organizadas por la Sociedad Rural y Coninagro.

El 19 de septiembre de 1997, Grasset fue incardinado en la diócesis de Mercedes-Luján, cuyo obispo era Emilio Ogñenovich, ex vicario general de Bahía Blanca conocido por sus posturas contra el divorcio.

En 2012, las diferentes afecciones de Grasset, fundamentalmente la cardíaca, a la que se sumaron problemas en la cadera, lo dejaron postrado. Durante ocho meses permaneció, en Paraná, bajo el cuidado de las Siervas de la Divina Providencia de Don Uva. Falleció el 2 de octubre de 2012. Con la mayor discreción, fue sepultado en el cementerio del Seminario Arquidiocesano de esa ciudad. No faltó la necrológica en La Nación por parte de un ex tacuara y ex integrante del Batallón 601: “Su camarada y amigo, Freddy Zarattini, despide igual que siempre con un abrazo en lo alto y una marcha como oración al soldado de Cristo y custodio de la fe”.

(Diario Página 12, domingo 17 de noviembre de 2013)

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