El 14 de octubre de 2001 se realizaron en nuestro país elecciones legislativas para renovar las Cámaras de Senadores y de Diputados de la Nación. Sin embargo, no había entusiasmo en la sociedad. La crisis económica arreciaba. El riesgo país se elevaba por las nubes. Nuevamente al frente de la economía, Domingo Cavallo confirmaba que sus políticas sólo servían para prohijar operaciones de saqueo, y que en su arcón de los milagros no guardaba la fórmula mágica para evitar el inminente default de una deuda externa que por entonces parecía impagable. El dirigente gastronómico Luis Barrionuevo se regodeaba de su impunidad y afirmaba con cinismo: “Si dejamos de robar dos años, la crisis se arregla”. Las provincias recurrían a la Justicia para obtener el pago de la coparticipación atrasada… Hacía rato que la Alianza se había fracturado y el presidente De la Rúa en cada participación mediática se afanaba por consumir los últimos residuos de confianza que guardaba una sociedad que había despertado de golpe de la fantasía de la pizza con champagne, el dólar barato y las relaciones carnales.
Aunque las elecciones ofrecían la oportunidad de recambiar el personal político, de modificar la composición de ese Senado condenado por la opinión pública entre las denuncias de Moyano, la tarjeta Banelco del ministro Flamarique y la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez, los grandes medios habían adoptado un discurso muy diferente. Clarín (¿¡cuándo no!?) adoptó una estrategia bipolar que, por un lado, valoraba las instituciones de la República y el compromiso con el ejercicio de la ciudadanía y, por otro, instigaba al ejercicio del denominado “voto bronca”; esto último, a través de crónicas e informaciones generales o valiéndose del recurso de poner sus páginas y sus señales a disposición de aquellos que se sumaban a su campaña por la abstención o la anulación del voto.
“Es hora de rebeldías –respondía Luis Zamora– ante un régimen político basado en pedir votos cada dos años y repartir ajustes y frustraciones todos los días” (Clarín, 10/10/2001). Y cuando algún entrevistado impugnaba el argumento, la repregunta inmediata del periodista delataba su fracaso al haber elegido a la persona equivocada: “El voto nulo es descreer del sistema y considerar que no hay persona que lo pueda mejorar”, dijo (una alta fuente de la Iglesia). ¿Pero no podría interpretarse el voto nulo o en blanco como una forma de protesta, digamos, por única vez? –suplicó el periodista–” (Clarín, 7/10/2001, pág. 4)
El oligopolio había definido la agenda e impuesto la clave de lectura. La mayoría de los medios le sirvieron como caja de resonancia y competían entre sí para ver quién sugería la leyenda más ingeniosa para introducir en los sobres electorales: “Todos prometen. Nadie cumple. Vote a Nadie”; “Vote a Clemente: a lo mejor no roba porque no tiene manos”; “Vote a las prostitutas: votar a sus hijos no dio resultado”. Ante tanta creatividad, la feta de salame sugerida por Eduardo Feinmann desde la pantalla de América TV asemejaba a una expresión de arte paleolítico. ONG, asociaciones, partidos políticos ubicados en los extremos del mapa electoral, a derecha y a izquierda, celebraban el colapso de las instituciones republicanas. Dos meses después, el 19 y 20 de diciembre, ese optimismo dejaba paso a la represión y la muerte.
Analizando los resultados. A la luz de los resultados electorales, la campaña iniciada por Clarín alcanzó un éxito de proporciones. A nivel nacional, la opción más votada fue la negación de la política, ya que el 42,67 % del padrón electoral (10,3 millones de ciudadanos) no asistió, votó en blanco o anuló su voto. Los partidos políticos perdieron 4,4 millones de votos en relación a la elección anterior. La Alianza perdió casi 6 millones de votos entre 1999 y 2001 –de 9.167.404 a 3.250.396–, en tanto el PJ resignó 2 millones –de 7.254.147 a 5.267.136–.
Sin embargo, los promotores del voto bronca hacían una lectura muy diferente de lo sucedido. Por ejemplo, María Eugenia Estenssoro aseveraba: “Los analistas dicen que representamos el voto negativo. Yo creo que el nuestro fue un voto positivo, comprometido, que llama a la reflexión y expresa el deseo de mucha gente de no convalidar una forma de hacer política, frívola, irresponsable, que está llevando a la Argentina a la quiebra institucional, social y económica.” (La Nación, 24/10/2001) ¿Creía seriamente Estenssoro, y todos los que se regodeaban con el éxito de la campaña, que una rodaja de salame podría ser la solución para los graves problemas que atravesaba la democracia argentina? ¿La única enseñanza que quedaba de las elecciones consistía en confirmar la capacidad de formación de opinión del oligopolio o el descrédito adquirido por la política institucional?
Una lectura más cuidadosa de los resultados electorales permitía ensayar una interpretación bastante diferente. En primer lugar, si bien tanto la Alianza como el PJ habían perdido un importante caudal de votos, la merma no había sido equivalente ni tenía consecuencias similares. Para la Alianza, el colapso electoral significaba la pérdida de la mayoría en Diputados, una masiva desaprobación social de la gestión presidencial y una crítica de actitudes y prácticas desarrolladas a lo largo de los dos años iniciales de gobierno. El PJ, en cambio, pese a la retracción de un importante caudal electoral, había conseguido retener la Cámara de Senadores y alcanzar la mayoría en diputados, lo que le asignaba un papel protagónico en la segunda mitad del mandato presidencial de De la Rúa o, como sucedió finalmente, en la resolución de la situación de acefalía que provocó su renuncia.
En un a mirada más puntual, quedaba claro que algunos actores políticos se habían beneficiado decididamente con la jornada electoral. En principio, los candidatos del PJ considerados como presidenciables antes de la elección habían conseguido revalidar esa condición con excelentes resultados electorales. Tales eran los casos de los gobernadores José de la Sota, Carlos Reutemann, Carlos Ruckauf y Néstor Kirchner. Sin embargo, el gran vencedor de la elección había sido Eduardo Duhalde, quien luego de su derrota presidencial de 2009 y sin contar con el respaldo de Ruckauf, había conseguido obtener 1.900.000 sufragios, 300.000 más que el voto bronca y casi 650.000 más que su competidor, Raúl Alfonsín.
Con los resultados a la luz, queda en claro que la campaña del voto bronca consiguió que los indecisos y los independientes se autoexcluyeran de la elección, beneficiando de este modo a quienes ejercían el control de un aparato gubernamental o partidario. Por esa razón, los oficialismos y las estructuras se impusieron en casi todas partes. De este modo, la resurrección política de Eduardo Duhalde, tras su fracaso de 1999, reconoció como una de sus causas principales la campaña implementada por Clarín. Pocos meses después el favor sería retribuido, cuando, a la salida de la convertibilidad, el ahora presidente Duhalde estatizó la mayor parte de la deuda de U$D 2.500 millones que pesaba sobre el oligopolio, haciendo caer sobre todos los argentinos el costo de su despilfarro financiero.
(Semanario Miradas al sur, domingo 2 de diciembre 2012)