(Fuente: Felipe Pigna, La voz del Gran Jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, Buenos Aires, Planeta, págs. 467-482).
San Martín decidió volver a la patria sin Mercedes, en compañía de su inseparable Eusebio Soto. Su amigo Miller se encargó de comprarle en Londres el pasaje, a nombre de “José Matorras” para eludir la vigilancia de los servicios de espionaje español y francés. El Gran Jefe emprendía el regreso a su querida patria.
El 21 de noviembre de 1828, San Martín y Eusebio Soto viajaron de Bruselas a Londres; de allí, seis horas en diligencia hasta la bellísima Canterbury, la ciudad de los célebres cuentos picarescos, para visitar al general Miller y su familia. Tras unos días de largas charlas que le vinieron muy bien a Miller para avanzar en la escritura de sus memorias, los viajeros siguieron rumbo al puerto de Falmouth, en el sudeste de Inglaterra, para embarcarse con destino al Río de la Plata en el barco Countess of Chichester, que había iniciado los viajes del “paquete” (correo regular) cuatro años antes.
Cuando el barco inglés hizo escala en Río de Janeiro, el 15 de enero de 1829, el Libertador pudo enterarse por la prensa local de una grave noticia que lo llenó de indignación y dolor y que lo haría meditar seriamente sobre la conveniencia de desembarcar en Buenos Aires: su antiguo oficial de Granaderos, Juan Lavalle, había derrocado, perseguido y hecho fusilar al coronel Manuel Dorrego, con lo cual la guerra civil recomenzaba en el país. La presencia de “José Matorras” en Río no pasó desapercibida. El encargado de negocios de Francia en el Brasil, monsieur Pontor, se apresuró a escribir a su jefe del Quai d’Orsay, el conde de La Ferronnay: “Un hecho saliente en las circunstancias presentes es la llegada inesperada del famoso general San Martín, que vivía retirado en Inglaterra después de varios años. Llegó aquí en el último paquebote, bajo el nombre del señor San Martín. Guardó el incógnito y continuó inmediatamente su ruta para Buenos Aires. Algunas personas que lo conocen aseguran que su regreso no tiene ningún fin político y que reveses múltiples que ha sufrido su inmensa fortuna adquirida en la invasión del Perú son la sola causa. El señor Tudor, encargado de negocios de los Estados Unidos, cree que podía tener propósitos sobre el Perú. Sea lo que fuere, lo cierto es que llega a Buenos Aires muy oportunamente y que en el estado de desorden y de anarquía en que se encuentra esta república es muy posible que sus pasados servicios y su reputación hagan pensar en él para ponerlo al frente de los negocios públicos”.1
Monsieur Pontor no estaba muy informado sobre la vida de San Martín. Obviamente, no había viajado bajo su nombre verdadero, no vivía en Inglaterra sino en Bélgica y estaba muy lejos de perder una fortuna que nunca tuvo. Pero la carta es interesante porque refleja el revuelo que comenzaba a levantar la llegada del Libertador al Río de la Plata y las expectativas políticas que despertaba.
En la ciudad de la furia
San Martín divisó la silueta de la ciudad de Buenos Aires desde la cubierta del barco. Ya había decidido no desembarcar, una decisión dolorosa pero que él creía necesaria. No habría flores para Remedios, ni recorrida por aquellos lugares donde fueron fugazmente felices. Las prevenciones del general se vieron inmediatamente confirmadas por un artículo firmado por Florencio Varela, publicado por el diario rivadaviano El Pampero bajo el sugestivo título de “Ambigüedades”, en el que se decía: “En esta clase reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín, sobre lo que diremos, a más de lo expuesto por nuestro coescritor El Tiempo, que este general ha venido a su país a los cinco años, pero después que ha sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.2
El general permaneció en el buque a la espera de la partida hacia Montevideo. Cuando sus queridos amigos y compañeros, el coronel Manuel de Olazábal y el sargento mayor Pedro N. Álvarez de Condarco, llegaron al barco a visitarlo con una caja de duraznos como obsequio, San Martín les dijo: “Yo supe en Río de Janeiro sobre la revolución encabezada por Lavalle y en Montevideo el fusilamiento de Dorrego. Entonces me decidí venir hasta balizas, permanecer en el paquete, y por nada desembarcar, atendiendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar, y regresar a Europa. Mi sable no se desenvainará jamás en guerras civiles”. Así lo cuenta el propio Olazábal en sus memorias, quien también nos dice que había engordado y estaba canoso, pero que mantenía los ojos centelleantes de siempre.
En la misma carta en que le solicitaba pasaportes para él y Eusebio, San Martín le decía al ministro de Gobierno de Lavalle, general José Miguel Díaz Vélez,3 el 7 de febrero: “A los cinco años justos de mi separación del país he regresado a él con el firme propósito de concluir mis días en el retiro de una vida privada, mas para esto contaba con la tranquilidad completa que suponía debía gozar nuestro país, pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en la revolución no podía prometérsela, por estricta que sea la neutralidad que quiera seguir en el choque de las opiniones. Así es que en vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.4
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