El trabajo que presentamos aborda uno de los aspectos puntuales de la política de integración con el mundo indígena desarrollado por Rosas durante sus gobiernos.
Se sabe que entre el siglo XVI y el XIX, los estallidos epidémicos en las poblaciones indígenas fueron catorce y se calculan en más de dos millones y medio de indígenas el número de víctimas mortales que se cobró la viruela en lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata.
La viruela mató más indios que todas las guerras llevadas contra él.
De allí que cobre importancia meritoria quien o quienes hayan intentado hacer algo por impedir la propagación del flagelo mortífero en estas comunidades.
Fue el presbítero Saturnino Segurola quien se dedicó con patriótico desvelo a la conservación y propagación del antídoto en Buenos Aires, a partir de 1805.
Pero es en la época de Rosas que por iniciativa del entonces comandante de milicias y luego gobernador de la provincia de Buenos Aires se introdujo en algunas comunidades indígenas.
Los lugares que fueron utilizados como las metodologías que empleó Rosas para inducirlos a la inoculación del antídoto, entre otros, son temas de esta pequeña monografía –desconocidos o silenciados en la historiografía argentina y en las ciencias médicas del país- que ponemos a consideración de las autoridades de este Congreso de Historia organizado en esta ciudad de San Miguel del Monte por su Intendencia, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
EN LOS MEDIOS URBANOS Y SEMIRURALES
Si las epidemias de viruela hacían estragos entre los blancos que de algunas maneras poseían defensas orgánicas ya sean heredadas biológicamente (los descendientes de europeos eran portadores naturales de esas defensas porque sus ascendientes sufrieron en carne propia ese flagelo y otros durante los siglos XIV y XV en Europa) o por mejor alimentación, en el medio aborigen estas epidemias eran arrasadoramente mortales ya que no hubo ningún tipo de inmunización anterior y la dieta era de subsistencia (entre los blancos la mortandad llegaba a un 20 % y entre los indios un 80 %).
La vacuna antivariólica descubierta por el Dr. Eduardo Jenner en Inglaterra llegó al país en 1805, poco meses después de su descubrimiento, e inmediatamente comenzó a aplicarse.
Fue el sacerdote Saturnino Segurola quien con patriótico y humanitario esfuerzo conservó el específico, aprendió a inocularlo y se dedicó a su propagación con abnegado altruismo.
Esto no significa desconocer los méritos de los doctores Miguel O´Gorman y Cosme Argerich que se preocuparon también por la difusión de este específico.
Incluso el virrey Sobremonte creó el primer conservatorio de la vacuna humana poniendo el mismo a cargo del destacado presbítero (GRAU, Carlos A., Datos nuevos sobre la vieja viruela en La Nación, 9 de enero de 1944).
Hacia 1829 cuando Rosas llegó al poder, existían tres centros de vacunación en Buenos Aires, la Casa Central, la Casa Auxiliar del Norte y la Casa Auxiliar del Sur, dirigidas por el licenciado médico Justo García Valdés que desempeño con celo sus funciones hasta su fallecimiento en el año 1844, siendo reemplazado por el Dr. Saturnino Pineda (VISICONTE, Mario, La cultura en la época de Rosas. Aspectos de la medicina, Sellarés, Buenos Aires, 1978).
Durante su gobierno se incrementó el suministro de la vacuna, llegando el servicio a los pueblos de la campaña bonaerense en la que los médicos de la policía también se ocuparon de aplicarla.
El 13 de mayo de 1830 el gobierno otorgó un sobresueldo al médico de la Policía de Campaña de la sección de Luján Dr. Francisco Javier Muñiz y una asignación para cada uno de sus ayudantes (Archivo General de la Nación, en adelante AGN, S.X.44.6.18).
Este médico diez años después en su distrito de Luján, descubriría en los pezones de una vaca el cow-pox antivariólico, marcando un hito en la ciencia médica y ganando para ello desde entonces un prestigio y un reconocimiento a nivel mundial que sólo una obstinación historiográfica partidista intentó facciosamente de silenciar por tratarse de un descubrimiento científico efectuado en la época de Rosas.
El Dr. Muñiz debe ser también considerado un sabio en materia paleontológica como fue considerado en su época, habiendo hecho investigaciones trascendentes en fósiles exhumados de las márgenes del río Luján y en sus inmediaciones, consistente en osamentas de megaterios, gliptodontes y mastodontes que cuidadosamente clasificados y descriptos depositó en once cajones que los mandó en calidad de obsequio al propio Juan Manuel de Rosas el 21 de junio de 1841 (VENTURINI, Aurora, Once cajones de huesos para el Restaurador en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nº 38 enero/marzo de 1995).
La asistencia sanitaria de la vacuna antivariólica llegó también al pueblo de San Nicolás de los Arroyos, designándose para complementarla al Dr. Pedro Serrano hacia 1830 (AGN S.X.44.6.18). En Chascomús el administrador de la vacuna fue el Dr. Pablo Villanueva y en el Fuerte Federación (hoy ciudad de Junín) el Dr. Cuenca que con fecha 3 de mayo de 1837 le informó al gobernador Rosas lo siguiente: ...el médico del Fuerte Federación tiene el mayor gozo al anunciar a V. E. que tanto la tropa como el vecindario de este Fuerte ha cesado la enfermedad epidémica que reinaba (la viruela) y que son muy pocas veces molestados por algunas enfermedades esporádicas muy benignas..." (La Gaceta Mercantil, 7 de marzo de 1837).
El licenciado médico García Valdéz administrador general de la vacuna en un informe del año 1836 invitaba a los pueblos de campaña a vacunarse expresando: ...se hace indispensable el citar el celo de los jueces de paz y los curas párrocos a fin de exhortar al vecindario para que se apreste a recibir el gran beneficio de la vacuna que con tanto empeño promueve nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes el Sor. Gobernador... (La Gaceta Mercantil, 6 de marzo de 1837).
Otros médicos en distintos fuertes y cantones cumplieron esta casi heroica tarea sanitaria como los destacamos desde 1832 en las poblaciones rurales de Quilmes, San José de Flores, Morón, Las Conchas, San Fernando y San Isidro (AGN S.X.6.2.2.).
También hubo envíos a las provincias y nos remitimos al informe del licenciado médico García Valdéz del año 1838 (AGN S.X.17.2.1.).
EL SUMINISTRO ENTRE LOS INDIGENAS Y RECONOCIMIENTO DE LA SOCIEDAD JENNERIANA
No sabemos con precisión a partir de que fecha se inició la inoculación de la vacuna entre los distintos grupos indígenas.
Si sabemos por el diario El Lucero del 4 de enero de 1832 que Rosas recibió una distinción de la Sociedad Real Jenneriana de Londres, institución oficial que tuvo entre sus objetivos, la divulgación y propagación de la vacuna antivariólica, el cultivar la memoria del sabio médico Eduardo Jenner que detectó por primera vez el antídoto, como así también al distinguir quienes la promovían.
Como lo consignamos en un capítulo anterior dicha institución científica puso en conocimiento del gobierno de la Confederación Argentina que su gobernador don Juan Manuel de Rosas había sido designado miembro honorario de esa sociedad: ...en obsequio de los grandes servicios que ha rendido a la causa de la humanidad, introduciendo en el mejor éxito de la vacuna entre los indígenas del país...
Si la información de esta distinción llegó al Río de la Plata en enero de 1832 es dable suponer que hacia 1831 o antes de la introducción de la vacuna en los medios indígenas ya era una práctica generalizada y un hecho conocido.
Saldías refiriéndose en una época inmediatamente después del parlamento que Rosas tuvo por el Tandil (circa de 1825 o comienzos de 1826) afirma: ...en esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus.
Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus" (SALDIAS, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina, vol. I, Edit. Juan Carlos Granda, Buenos Aires, 1967).
Es conocida también la información que suministra el embajador inglés en Buenos Aires Sir Woodbine Parish y que vuelca en el libro citado cuando relata que en uno de los tantos parlamentos efectuados por Rosas en la Chacarita de los Colegiales hacia 1831 suministró la vacuna a muchos indígenas que integraban la comitiva de caciques pampas y vorogas.
Manuel Gálvez en su obra conocida sienta un número estimativo de 150 vacunados.
La Chacarita de los Colegiales para mayor información, fue llamada así por que fue la chacra del Colegio de San Carlos, lugar frecuentado en vacaciones por los alumnos de dicho establecimientos en sus proximidades a sus instalaciones donde eran recibidas las comitivas indígenas que venían a Buenos Aires a parlamentar y vender sus productos alojándose en ese lugar a veces durante mucho tiempo.
Algunos indios terminaron por aquerenciarse, y también dicho lugar fue utilizado para detenerlos transitoriamente por razones de seguridad, no solamente en condiciones de rehenes con frecuencia para evitar confrontaciones o peleas que se suscitaban entre los mismos indios de distintas etnias rivales cuando venían a comercializar sus productos.
Nunca fue lugar de calabozos de indios como algún historiador afirmara equivocadamente.
En su segundo gobierno y en circunstancias de otro parlamento también en la Chacarita de los Colegiales, Rosas invitó al vacunamiento de la comitiva indígena aceptando la mayoría hacerlo.
Mario Visiconte, gran estudioso del tema contabiliza 49 vacunados en esa oportunidad (Segundo Congreso Nacional de Historia de la Medicina Argentina, Córdoba, del 21 al 24 de octubre de 1970, Separata de la Semana Médica 77º Aniversario y La Gaceta Mercantil del 6 de marzo de 1837).
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