La misma fecha en que una multitud entusiasta recibió a la presidenta en Fray Luis Beltrán a mediodía, hubo por la tarde una nutridísima manifestación contra el femicidio en el centro de la ciudad.
Día de inusuales intensidades en la provincia. Marcha, la vespertina, no sólo de mujeres, pero predominantemente de ellas; y por ellas. Por la exigencia de que terminen las acciones de violencia masculina que, en muchos casos, terminan en asesinato. Para que la vergüenza y el miedo dejen de impedir la denuncia a tiempo por parte de las víctimas, para que la policía -y el Estado todo- se hagan eco efectivo de tales denuncias, y tomen medidas para revertir la situación.
Hubo todo tipo de posiciones políticas en la marcha, que se hacía por convocatoria en común en muchísimas ciudades del país: seguidoras del gobierno nacional como La Cámpora o la TUPAC, radicales, de diversos sectores de la izquierda. Hubo roces y picoteos entre ellas, pero no peleas ni desórdenes; y la paciente tarea que permitió consensuar finalmente un comunicado colectivo, llevó también a que pudiera haber oradoras al final del acto (María, de Madres de Plaza de Mayo entre las más visibles), sin que hubiera abucheos o rechazos para registrar.
Es destacable esta convivencia de los diferentes sectores sociales y políticos en la marcha. Sin dudas un mérito colectivo, de parte de todas y todos los que allí estuvimos. La seguridad de que no se reprime la protesta (y que, en casos como este, se la incentiva) desde el actual gobierno, es sin dudas un aliciente para este tipo de convergencias, que de cualquier modo son el fruto de una larga y trabajosa serie de reuniones y de acuerdos entre dirigentes de las diferentes organizaciones (“dirigentas”, se diría desde la reivindicación femenina).
No sabemos si es sólo que aumentó la visibilización de los femicidios, o si estos efectivamente se han incrementado. Si lo han hecho, tampoco es fácil detectar si es un aumento acorde al del número poblacional, o es mayor que el mismo. Lo cierto es que en otros tiempos se trataba de situaciones escondidas, no publicitadas.
Antes de la época de la imagen total (que va hoy desde la TV satelital a los celulares, pasando por Internet y por las denominadas “redes sociales”) seguro que ocurrían femicidios -sin tener aún ese nombre- pero era difícil detectarlos. No se denunciaban como tales en sede policial o judicial, ni siquiera ante el periodismo. Ha habido décadas -si no siglos- de sufrimiento y muerte escondidos en los pliegues perversos del prejuicio social contra las mujeres.
Va siendo hora de acabar con esa historia de terrores y martirios. Hay víctimas porque hay victimarios, y estos deben ser castigados como corresponde. Eso sí: vale pedir al Estado, pero esta es una situación que también (y en parte no menor) depende del comportamiento de la sociedad civil. No puede haber un policía dentro de cada casa. Hay que revertir comportamientos patriarcales en el mundo cotidiano. Ello corresponde a la educación que ofrece el Estado, pero también a la de las iglesias, las familias y los medios de comunicación. Hubo carteles contra el sexismo del programa de Tinelli, pues sin dudas que en los medios se juega mucho de la puesta de la mujer como objeto, a la cual -hay que decirlo- no pocas mujeres colaboran gustosamente a cambio de dinero o de notoriedad, como sucede con las denominadas “botineras”.
Hubo quienes aprovecharon la ocasión para cuestiones que nada tenían que ver, como el insólito cartel de “No al femicidio, no al aborto”, escrito bajo la pretensión de que ambas consignas defenderían la vida (como si un aborto ante violación, por ej., no fuera un modo de defender la salud y la vida de la mujer afectada). También hubo algunas consignas políticas de ocasión y otros avatares menores, todo dentro de una manifestación que fue, en lo central, ejemplar.
Es cierto que los tiempos heroicos del feminismo pasaron hace rato; la masificación de esta manifestación lo muestra, frente a la sempiterna minoría numérica de las feministas. También es cierto que la toma social de conciencia sobre las aristas más evidentes de la discriminación hacia la mujer, no han impedido que esa discriminación -si bien disminuida- siga existiendo, y en algunos casos de manera flagrante.
El asesinato por violencia hacia las mujeres, es uno de los rubros más notorios y dolorosos de esa realidad persistente. La protesta de la semana pasada mostró que hay sensibilidad social esparcida sobre el tema; es hora de que Estado y sociedad civil puedan comenzar con el final de estas acciones reiteradas, que nos avergüenzan por su barbarie y su vigencia.