Desde que las luchas obreras, de la antigua condición proletaria confrontara con la barbarie de la génesis del capitalismo industrial en pleno desarrollo en el siglo XIX, la relación ente los propietarios de los medios de producción y los asalariados ha ido modificándose no sin sangrientas batallas que costaron la vida de millones de hombres y mujeres que sólo contaban como único capital su fuerza de trabajo.
Desde la legalización de los sindicatos a lo largo del siglo XX y su transformación en instituciones, instituidas en las relaciones de trabajo del capitalismo fordista, la dicotomía entre productores y consumidores comienza un largo proceso de cambio incluyente. La cuestión de la condición humana se hace imprescindible para reflexionar sobre el futuro de la sociedad industrial.
En ese devenir, la metamorfosis de la relaciones laborales fueron trocando como definió el extinto sociólogo Robert Castel, de la condición obrera, a la condición salarial, con la posguerra la salarización se extendió a distintas profesiones de cuello blanco: bancarios, docentes, médicos, periodistas, esta nueva realidad del mundo del trabajo generó una suerte de hibridez, que algunos autores, como Ernest Mandel, hacen énfasis en su carácter de clase, mientras otros ponderan su nueva condición de consumidores como determinante en su construcción subjetiva.
Lo cierto es que en paralelo, la matriz productiva y su propuesta en materia distributiva, encontró a dos vertientes que en el marco del escenario capitalista se convirtieron en antagónicas. El keynesianismo como respuesta el liberalismo económico fue uno de los dos modelos que compitieron en la resolución de las grandes inequidades inherentes del sistema capitalista contemporáneo. En una apretada síntesis la impronta neoliberal de maximizar las ganancias de los capitalistas con la idea fuerza del posterior derrame en el resto de las clases subalternas, en oposición a una estrategia que basa el desarrollo en la inclusión distributiva, y en consecuencia un crecimiento del volumen de ganancias en relación a ampliar el universo de consumidores y su demanda de productos.
Mas allá de las profundas diferencias de ambos modelos y sus efectos en la existencia de los que viven de su trabajo. Ambas propuestas se asientan en el concepto de consumismo como la práctica social inherente de la sociedad. Lo cierto es que más allá de las discrepancias la genealogía del desarrollo capitalista a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI es la capacidad de articular el sistema económico con el deseo del hombre contemporáneo, esa articulación se pondera con las múltiples formas de consumo y el paradigma falaz, donde el horizonte consumista es concreción de la felicidad de la sociedad del futuro.
Esta concepción ha sido históricamente contrastada por distintos pensadores entre ellos Alexandre Kojeve principal especialista en la obra hegeliana, consideró en un primer momento (1949) que la verdadera sociedad post histórica es los Estados Unidos, o el “American Way of Life”. La razón es que los americanos no son felices, pero están satisfechos.
Alexis de Tocqueville describe, en su viaje a EE UU, de la siguiente manera a la sociedad norteamericana: “una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que no hacen más que dar vuelta sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que sacian su alma. Los hijos y los amigos constituyen para él toda la raza humana”. Tocqueville tiene otra expresión que es muy interesante y que también describe esta situación posthistórica de la satisfacción, aunque usa el término felicidad. Dice que en este estado se trata de una felicidad banal o de una soportable insatisfacción. Algunos autores sostienen que el consumismo no es más que la distorsión del deseo humano. El deseo típicamente humano es el Deseo que desea otro Deseo. Kojève sigue en esto a Platón y a Hegel, el deseo es la presencia de una ausencia, es la presencia en el sujeto de algo que no tiene, que no existe en el mundo espacio-temporal. Así es que según esta mirada la cosificación del deseo humano instala el consumismo y esto tiene importantes consecuencias en el pensamiento de época. Las relaciones humanas son impregnadas de esa lógica, y de la cosificación del deseo se transita inevitablemente a la cosificación de las relaciones con el prójimo y a un desfondamiento de la necesaria construcción del lazo social.
El dilema de aquellos que tenemos como norte la lucha contra la pobreza y las profundas desigualdades del presente en el escenario capitalista, es que tendremos que encontrar formas alternativas al consumismo, que permitan transformar cualitativamente la existencia de las grandes mayorías, sin reproducir la cosificación propia de un sistema de cosas regido por la lógica de la ganancia la acumulación y las prácticas deshumanizantes. Los problemas más acuciantes que hoy alteran la vida en sociedad a escala global están ligadas a esta cosificación de las relaciones y a la acumulación irracional de unos pocos que afecta la satisfacción de las necesidades más básicas del resto de habitantes del planeta. Entre la pobreza y el consumismo, los movimientos políticos que confrontan con el neoliberalismos tendrán que inventar formas creativas cuyo norte no sea otro que el desarrollo integral y la satisfacción de las necesidades de la humanidad, donde el hombre deje de ser el lobo de su prójimo.
(Tiempo Argentino, lunes 25 de mayo de 2015)