La nominación de Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de la única fórmula del Frente para la Victoria (FPV) que competirá en octubre contra el candidato de centroderecha conlleva, en principio, la opción implícita de Cristina Fernández por Daniel Scioli, en la que pesó más el pragmatismo para ganar las elecciones que la fidelidad ideológica.
La opción por Scioli revela claramente el deseo de que el FPV gane las elecciones y descarta las especulaciones que planteaban la posibilidad de que la Casa Rosada propiciara una derrota para un regreso triunfal en 2019. Cristina prefiere ganar la elección con un postulante que no es el que más quiere, en vez de perder con uno del riñón.
La presidente no sólo eligió como resguardo al hombre que revisó, redactó y corrigió desde la Casa Rosada todas las leyes sancionadas por el kirchnerismo desde 2003 a la fecha, sino que antes optó por un dirigente con el cual tuvo no pocos cortocircuitos.
Las diferencias ideológicas profundas de Scioli con el kirchnerismo emergieron apenas Néstor Kirchner asumió como presidente de la Nación, cuando el entonces vicepresidente se pronunció contra la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y en favor de un acercamiento con los Estados Unidos. Por entonces, Kirchner andaba del brazo con las Madres, bajaba los cuadros de los dictadores y preparaba el entierro del ALCA con carroza de cuatro caballos.
Fiel menemista y luego duhaldista, el ex motonauta tuvo inocultables cortocircuitos con Néstor y Cristina, pero posee la mayor intención de voto después de la presidenta. Ningún dirigente puramente kirchnerista pudo alcanzarlo.
En la carrera preelectoral naufragaron las postulaciones de Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Jorge Taiana y el que llegó más lejos, Florencio Randazzo. Cualquiera de ellos tiene mayor sintonía ideológica con la jefa de Estado y la militancia kirchnerista que Scioli, pero no los votos necesarios para garantizar que le ganaría a Mauricio Macri. Todos esperaron en vano un pronunciamiento de Cristina, que finalmente llegó tácita pero claramente en favor del menos querido.
No hay amor en la decisión de Cristina, sino la responsabilidad de una conductora que debe llevar a su fuerza a la victoria aun a riesgo de perder identidad ideológica. Con Zannini como vice y una lista de legisladores nacionales kichneristas, la presidenta trata de redondear un esquema político-institucional que le de garantías al modelo cuando ya no esté en la Rosada. Confía además en que el pueblo empoderado sea el principal custodio. El tiempo dirá si eligió el mejor camino.
(Tiempo Argentino, 19 de junio de 2015)