ARGENTINA / El menú era el sapo o la derrota / Escribe: Alberto Dearriba






El conflicto no se produjo porque Cristina Fernández haya elegido a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de la Nación, sino porque al hacerlo, eligió en realidad a Daniel Scioli como su probable sucesor. La noticia fue recibida por algunos de los propios con resignación y por otros con bronca, en tanto los opositores condenaron la "injerencia" presidencial, elogiaron la renuncia de Florencio Randazzo y cuestionaron al candidato por aceptar como vicepresidente al custodio del andamiaje legal de doce años de kirchnerismo.

Los opositores advierten que el ahora único candidato del Frente para la Victoria (FPV) se subordina a la presidenta y lo pretenden absurdamente autónomo, díscolo y amigo descarado de las corporaciones. Están que trinan porque Cristina supervise a los candidatos a diputados nacionales que deberán resguardar la herencia y entre los que podría estar Máximo.



No les gusta que Scioli acepte como contrapeso un vicepresidente del riñón kirchnerista, como si el apoyo presidencial tuviera que ser gratuito y su opinión no contara. Temen tener que soportar a un jefe de Estado condicionado por la relación de fuerza de la coalición gobernante y le exigen que se rebele alegremente contra la dirigente política que ganaría hoy la elección si pudiera competir.

Scioli es el dirigente con mayor intención de voto fuera de Cristina, pero no es Superman. Al igual que la presidenta, está obligado a compartir espacios de poder. La relación de fuerza, que siempre prima en las negociaciones políticas, dirá cuánto obtiene cada parte.

El kirchnerismo duro cuestiona la decisión por razones contrarias: no olvidan que Scioli se opuso a la anulación de las leyes de impunidad para los militares, que propició un acercamiento a los Estados Unidos y que cree que no hay que ser "tan neoliberal ni tan populista", según señaló apenas unos meses atrás.

Con razón, consideran un fracaso que después de tres mandatos, el sucesor sea un dirigente con no pocos costados conservadores. La discusión es sí las responsabilidades son sólo "de arriba", o si las hay también "de abajo" por no haber generado un liderazgo competitivo.

Los opositores reivindican la dignidad del ministro Florencio Randazzo y cuestionan que la fórmula oficialista sea el resultado de la voluntad presiddencial, en abierto desconocimiento de las leyes de la política. Cristina no eligió a Scioli porque le resulte el compañero de mayor identidad ideológica, sino porque todas las encuestas le aseguraban que ninguno de los suyos podía ganarle. No hay dudas de que la presidenta tiene mayores coincidencias con Sergio Uribarri, Agustín Rossi, Jorge Taiana y Florencio Randazzo, pero ninguno de ellos ofrecía garantías de triunfo. Ante esa circunstancia, primó la obligación de obtener la victoria, aunque para ello debió entregar fidelidad ideológica.

Quienes se aprestaban a votar a Randazzo en las primarias se sienten naturalmente defraudados; no se tragan fácilmente el sapo de un dirigente al cual condenan por ideología y trayectoria. Muchos pensaron primero en votar a Uribarri, a Taiana o a Rossi y debieron aceptar “el baño de humildad” pedido por la presidenta. Aunque no creían que Randazzo fuera John William Cooke, se inclinaron luego por el ministro porque no violentaba sus conciencias. Pero el sapo puede parecer ranas a la provenzal cuando el otro menú sea Mauricio Macri, que mañana dará una nueva muestra de fuerza en la elección del gobernador de Mendoza en alianza con la UCR y el Frente Renovador. Tras el empate en Santa Fé y la rotunda vitoria en Capital, la centroderecha superaal FPV en más de 200 mil votos en la suma de las ocho comicios realizados en 2015. Ninguno de los frustrados precandidatos presidenciales más queridos por la militancia del FPV podía ganarle a la coalición conservadora que amenaza con un retroceso.

El sapo es aún más indigesto para los no peronistas que votan al FPV, una coalición en la que el justicialismo es su columna vertebral, pero no la única fuerza. Hay muchos fieles votantes del FPV que no tienen puesta la camiseta peronista que a veces allana diferencias internas y para ellos será más difícil aceptar la dura opción de apoyar a Scioli o correr el riesgo de una derrota. Y ya no de perder la elección, sino de retroceder al país del ajuste ortodoxo. El único atenuante es que, de todos modos, la disyuntiva se les hubiera planteado en octubre luego de que Scioli derrotara a Randazzo en la primaria.

Por estos días, los medios opositores desempolvan viejas críticas, certeras y despiadadas, de dirigentes kirchneristas hacia Scioli, para subrayar las contradicciones del FPV y mostrarlo como una fuerza incongruente. No es fácil sostener los principios, no entrar en contradicciones y acceder o retener el poder. La coalición gobernante no es un partido idelógicamente homogéneo ni mucho menos. Cuando una fuerza se abre para alcanzar el poder, el rio trae de todo. Tampoco fueron lo mismo Yrigoyen y Alvear o Alfonsín y De la Rúa.



Randazzo adujo que no quería tragarse el sapo de compartir la boleta bonaerense con Scioli a la cabeza, después de haberle dicho de todo durante la campaña. Es realmente respetable que el ministro no quiera "borrar con el codo lo que escribió con la mano", como dijo. Pero no pocos de sus compañeros condenan su decisión de irse a la casa y entienden que su nombre como candidato a gobernador hubiera potenciado aún más la boleta del FPV en el distrito electoral en el cual se disputa la voluntad de unos 12 millones de seres. Aducen que Randazzo no pensó en el frente que integra, sino que preservó su capital político personal. Algo parecido había hecho cuando se negó a aceptar la candidatura "testimonial" que le propuso Kirchner. Quienes apoyaron al kirchenrismo desde posiciones de izquierda y se nieguen ahora a votar a Scioli por coherencia ideológica, evitarán como Randazzo una obvia contradicción, mientras que los que bancarán a Scioli pese a todo, les enrostrarán la actitud individualista de salvar su propia conciencia a riesgo de que el país sea gobernado por un hombre de la derecha más pura, en lugar de un conservador popular apuntalado por un vice del riñón kirchenrista que fue marxista en su juventud y por diputados dispuestos a defender lo conseguido en doce años.

Después de todo, recuerdan, Héctor J. Cámpora llegó a la Casa Rosada como un dentista conservador del interior bonaerense y se convirtió en referencia de la izquierda peronista. Abandonó la Casa Rosada para dejarle el paso libre a Perón, que ni siquiera lo despidió con el agradecimiento de rigor. Pero las circunstancias son diferentes y la historia no se repite calcada.

No pocos creían en 2003 que Kirchner sería un "Chirolita" de Duhalde. En realidad, es un galimatías desentrañar cuánta lealtad seguirá teniendo Scioli al kirchnerismo, cuando los términos de poder se inviertan. Pero al igual que ahora Cristina, por más que presida un país presidencialista, sólo podrá hacer lo que le permita la relación de fuerza. Habrá que ver cuánto acumula, porque un viejo peronista, ex senador, suele decir que "una vez que le prestás el sulky, no te lo devuelven más".

(Tiempo Argentino, sábado 20 de junio de 2015)

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