ARGENTINA / Una cuestión de confianza / Escribe: Hernán Brienza






Ya comenzaron a marcar la cancha para el 2016. Ya anunciaron cuál va a ser la primer conquista de las mayorías que van a querer cargarse: Héctor Méndez, referente de los industriales, exigió la caída de las negociaciones colectivas de trabajo con el argumento de que “en un país serio, sin inflación, no hay paritarias”. Más allá de tener que recordarle a los formadores de precios que en un “país serio” las tasas de ganancias son mucho menores que en Argentina, que la especulación está limitada por el sistema impositivo y que la fuga de capitales es mínima, conviene hacer un alto en el camino para pensar el futuro inmediato. Mauricio Macri, el candidato de los poderosos, ya anunció que le iba entregar a los empresarios y especuladores el tipo de cambio llave en mano para que puedan transferir ingresos a piacere. Con lo cual, nada nos permite dudar de que las paritarias son para él nada más que un estorbo y que no tendrá problemas en sacrificarlas en nombre de la acumulación de riquezas. Pero la pregunta más insidiosa es la siguiente: ¿qué harán los precandidatos del Frente para a Victoria? ¿Entregarán las paritarias? ¿Las convertirán en una Gran Paritaria Nacional que fije un techo porcentual para los salarios de los trabajadores y que debilite la posibilidad de negociación de los gremios? ¿Y qué hará el Movimiento Obrero Organizado? ¿Se plantará ante el avance empresarial por sobre los trabajadores? ¿Se sentarán sobre las Obras Sociales y negociarán la deuda del Estado a cambio de las paritarias? ¿Habrá paros, marchas, manifestaciones de parte de los líderes sindicales hace una semana tomaron de rehenes a los trabajadores impidiéndoles ir a trabajar? Luis Barrionuevo, por ejemplo, ¿defenderá los intereses de los empleados gastronómicos o su propio interés como patronal gastronómica?



La avanzada de los poderes reales tiene como principales voceros a sus empleados de siempre: los economistas pagos por el establishment. Ya aparecieron por casi todos los canales de televisión y las radios opositoras anunciando el evangelio del ajuste y la devaluación. Preparan la mesa para que los capitalistas –perdón por el lenguaje a destiempo- devoren en plena puja distributiva los ingresos de los trabajadores en una transferencia regresiva que “corrija” los desvíos distributivos del Kirchnerismo. Porque en el centro de la disputa de los próximos cuatro años –y en realidad a lo largo de toda la historia- está justamente este tema: la apropiación de los recursos económicos, es decir, el reparto de la torta de todo lo que producimos los 40 millones de argentinos. Ante este panorama y estas preguntas no hay respuestas a priori. Los argentinos saben de qué manera resolvió estas cuestiones el Kirchnerismo. Pero no saben siquiera como lo resolverán los principales precandidatos electorales. Tienen indicios de que Mauricio Macri y Sergio Massa, por sus compromisos asumidos, jugarán a favor del capital concentrado o minimizarán la participación de los trabajadores, pero no poseen la certeza de que Daniel Scioli o Florencio Randazzo actúen de la misma manera que Cristina Fernández de Kirchner. Y allí es donde se abre una brecha en la confianza política.

El Kirchnerismo ha construido su pacto político con una buena parte de la sociedad de forma ascendente. No sólo cuantitativamente –del 22 por ciento al 54- sino también cualitativamente. Un importante sector de la población argentina considera que los mejores negociadores de los intereses populares fueron Néstor y Cristina; es decir, depositaron su fe en sus delegados. Este concepto es fundamental porque esa confianza “afectiva” consiste, también, en creer que si no se obtuvo nada mejor es porque realmente no se podía. Pero no se trató de la mera esperanza o de pensamiento mágico sino sencillamente de la devolución que dio la experiencia de verlos actuar.

Ningún candidato goza hoy de esa confianza política. Ni de la oposición ni del oficialismo. Y dentro del espacio peronista o kirchnerista podría obtener algo de esa confianza sí y solo sí la presidenta hace una traslación delegativa de ese sentimiento. Para una mayoría comprometida con el proyecto nacional y popular no basta con los gestos y con las declaraciones, con hacerse el más o menos kirchneristas, ni siquiera en los indiscutiblemente K como Agustín Rossi o los que aparecen como más leales como el gobernador de Entre Ríos Sergio Urribarri. Siempre hay un espacio para la duda. Lo mismo ocurre con los candidatos que aparecen con más juego propio como el gobernador de Buenos Aires y el ministro del Interior.



La duda no debe ofender a nadie y es legítima. No se trata de desconfianza maliciosa sino simplemente de precaución autoconservadora. Ni tampoco de proyectos grandilocuentes ni rimbombantes sino de cuestiones pequeñas, mínimas, porque como se sabe, Dios está en los detalles. ¿Qué harán con las paritarias? ¿De qué manera resolverán a puertas cerradas las negociaciones con los sectores empresarios? ¿Y con la embajada de Estados Unidos? ¿Quién correrá primero a establecer las mejores relaciones con la Casa Blanca? Y esta pregunta está hecha no desde el principismo teórico sino desde la conciencia de la complejidad del entramado comercial y diplomático que el Kirchnerismo supo tejer con la administración norteamericana.

Frente a las posibles dificultades económicas que atraviesen a la región en los próximos años - como por ejemplo el fortalecimiento del dólar, el abaratamiento de los precios de las materias primas, el agotamiento de la recomposición del mercado interno y las restricciones del ingreso de divisas- ¿de qué manera se resolverán esos problemas? ¿De la forma que lo hizo el Kirchnerismo o echarán mano a recetas ortodoxas y ajustes regresivos?

La historia es muy sencilla: en las últimas décadas, los poderes económicos saquearon a la argentina, ya sea a través de los negociados sucios con el Estado en plena dictadura militar, ya sea con la Patria Financiera, con el patrón de acumulación del menemismo en los noventa y con la fuga de capitales de principios de siglo. La hecatombe del 2001 los obligó a pactar la paz social. El Kirchnerismo se coló en la hendija que dejo esa situación de espanto que sufrieron las clases dominantes en nuestro país. Y éstas se mantuvieron calladas mientras pudieran hacer negocios multimillonarios. Ahora que ha entrado una brisa fresca por la ventana de la economía, ya empiezan a chillar por la existencia de las paritarias o por la forma en que se distribuyen los excedentes. Ya están viendo de qué manera se quedan con la mayor parte de la frazada. Una nación homogénea es aquella en la que, en rasgos generales y sin inocencias, ganan todos o pierden todos. O como decía el gran pensador Arturo Jauretche, en la que una sola ley rija: “o es pa' todos la cobija, o es pa' todos el invierno”.

(Tiempo Argentino, domingo 12 de abril de 2015)

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