Amado Boudou es el jocker del mazo, el comodín. Todos arman juego con él. Podrá ser más o menos culpable en el caso Ciccone, o incluso inocente de toda inocencia. Pero ver involucrada su figura, la de segundo hombre en la línea de sucesión presidencial, en un caso de corrupción supuesto altamente novelizado, pudo haber llevado al CEO de una empresa japonesa que pensaba invertir en la Argentina después del exitoso trato con el Club de París a justificar su negativa ante los accionistas porque, como puede advertirse con la escandalosa noticia del llamado a indagatoria del vicepresidente en ejercicio, el país estaría gobernado por un grupo de funcionarios envilecidos. La escena es ficticia, claro, aunque verosímil. Una buena noticia se tapa con una mala noticia. Si son varias, con varias. Los efectos de una cosa y la otra son imaginables por cualquiera que sepa de la volatilidad de las decisiones en el mundo empresario y de las finanzas. Y también, por supuesto, de la política local.
Esta semana que pasó comenzó con una multitud llenando la Plaza de Mayo por los festejos de un nuevo aniversario de la revolución. El ritual tuvo una impronta decididamente kirchnerista. Centenares de miles de personas se dieron cita para escuchar el discurso de la presidenta, que durante la misma jornada decidió descongelar en público las relaciones con la iglesia asistiendo al Tedeum en la Catedral, después de ocho años.
Fue un domingo tan potente en su mensaje, donde nuevamente soplaron los aires de aquel Bicentenario que le permitió al oficialismo recomponer los lazos con la sociedad después del lockout agroganadero, que los diarios opositores y dominantes en la agenda noticiosa se preocuparon por desaparecerlo de sus tapas, sin que les importara mucho quedar en ridículo a los ojos de los corresponsales extranjeros.
El hecho político que olfatearon y se propusieron invisibilizar no estaba anclado en la masividad de la convocatoria. El álbum de fotos del movimiento fundado por Néstor y Cristina Kirchner atesora marchas y movilizaciones multitudinarias desde el 2003. No hay novedad en eso. El dato que incomodó a la oposición mediática y empresaria es que esta vez centenares de miles de personas se reunieron frente a la Casa de Gobierno a expresar su apoyo tras la devaluación de enero y sus consecuencias inevitables en el salario y la actividad económica.
El acto puso en el centro de la escena a una jefa de Estado convocante y con liderazgo real sobre una franja de la sociedad altamente politizada y movilizada detrás de sus consignas, que son las de la última década. Por primera vez desde la derrota bonaerense de octubre y luego de los embates estivales, el establishment antikirchnerista dudó de los verdaderos alcances de su lectura remanida sobre el fin de ciclo.
Cristina envuelta en multitudes es la posibilidad más concreta de que la sucesión de 2015, contra todos los pronósticos de los interesados en la restauración conservadora, sea la de un candidato kirchnerista que garantice la continuidad de sus políticas. No será ella quien encabece la fórmula. Claro que no puede. Institucionalmente está impedida de hacerlo. Pero una Cristina con imagen en alza, con la economía estabilizada o en tibia recuperación y con el frente externo medianamente resuelto, se convierte en la gran electora del espacio oficial. Con sólo señalarlo, puede empoderar y encumbrar al candidato que quiera.
El tándem de Axel Kicillof en Economía y Juan Carlos Fábrega en el Banco Central está funcionando mejor de lo que se esperaba. Los dos responden a la presidenta, y los dos hablan un lenguaje que combina la preocupación por la promoción social ascendente que preocupa al kirchnerismo y ambos conocen las palabras que banqueros y empresarios también quieren escuchar. Los dos producen algo más que la suma de las partes. Ese algo más se llama coordinación económica bajo estricta supervisión política.
Lo demostró Kicillof en París, donde logró un acuerdo histórico sin monitoreo del FMI, a una buena tasa y con una interesante cláusula de reciprocidad de inversiones: si las empresas de los países del Club de París invierten más, entonces se paga más. Es filosofía económica K: se paga porque se crece y no al revés. En resumen, es como cuando Néstor Kirchner se plantó y en plena reestructuración dijo que los muertos no pagaban sus deudas. Si ayudan a crecer al país, el país puede pagar.
Otra escena es la de Fábrega hablando a banqueros y empresarios de igual a igual, en el hotel Alvear, durante la reunión del Consejo Interamericano de Comercio y Producción. Allí admitió que tuvo insomnio en enero, cuando cayeron las reservas en 2850 millones de dólares. Precisó que lleva recuperados 1500 millones y destacó que el índice de precios viene bajando, tal como se preveía. Ante la pregunta del titular de la UIA, Héctor Méndez, sobre la suba de tasas que complican el crédito para la producción, con autoridad, Fábrega respondió que eso dependía más de los empresarios allí convocados que de él: "Si bajan los precios, yo bajo las tasas."
Cualquiera que lea los análisis de Marcelo Bonelli en Clarín advertirá que hay una intencionalidad recurrente en mostrar a Kicillof y Fábrega enfrentados a muerte. Romper esa sociedad heterodoxa es clave para el sector de la Convergencia Empresaria que se plantea la vuelta a los '90 como solución a todos los males en los encuentros antikirchneristas de la Sociedad Rural.
Kicillof y Fábrega son las dos alas con las que Cristina maneja una situación financiera delicada. La encrucijada es difícil. La presidenta pilotea la tormenta con mucha sangre fría. Si acelera el consumo, se acentúa la puja distributiva, sube la inflación y se deteriora el salario. Si enfría demasiado, la actividad económica se resiente y podría impactar en el empleo. Ni más, ni menos. Hay que ir por el medio. Tener a Kicillof y Fábrega trabajando a la par y coordinadamente, bajo su supervisión obsesiva, una garantía para atravesar las turbulencias. No sería la primera vez que el kirchnerismo sale del laberinto por arriba.
Méndez es un buen termómetro de la situación. En diálogo con Radio Nacional, festejó el trato con el Club de París y las palabras de Fábrega en el Alvear: "Mi fábrica está acá, mi casa, mi auto, mis nietos viven en la Argentina. Yo quiero que al país le vaya bien."
Habitualmente, el titular de la UIA es crítico del oficialismo, pero no lo suficiente como para haber hecho entrar a su central empresaria en el juego de la Convergencia que lideran Clarín y las cámaras trasnacionales. Es crítico, no necio.
También en estos días se conoció la invitación de Rusia a nuestro país para participar de la cumbre de los BRICS en Brasil. La importancia del evento se puede medir con el título del recuadro que acompañaba la noticia en el diario La Nación, el mismo que junto a Clarín desapareció el festejo del 25 de Mayo en la Plaza: "Un grupo con peso económico, pero escasa influencia política". Esto salió publicado el jueves 29. Hasta entonces, en todo el archivo digital del diario pueden rastrearse elogios a los BRICS como modelo de bloque de potencias emergentes. Bastó que Rusia invitara a la Argentina a participar, para que Bartolomé Mitre y Fernán Saguier le bajaran el precio a un mercado integrado por China, Rusia, Brasil, India y Sudáfrica que tiene el 43% de la población mundial y el 21 del PBI planetario. Todo esto en la misma semana que Barack Obama reconoció que ser la potencia bélica que es en un mundo multipolar ya no funciona como antes para los Estados Unidos, y anunció una vuelta a la diplomacia. Eso y taparse los ojos para no admitir una realidad que les resulta detestable, es lo mismo.
La Plaza del 25, la vuelta al Tedeum, el arreglo con el Club de París, la invitación a la cumbre de los BRICS, la relación fluida que el equipo económico viene trabando con el sector empresario nacional, la desaceleración inflacionaria y él éxito en Vaca Muerta son demasiadas cosas buenas juntas para ser digeridas así como así por el antikirchnerismo rabioso que promueve la restauración conservadora.
¿Y si Cristina logra pilotear la crisis? ¿Qué ocurre en el mapa político si, por ejemplo, luego de un segundo semestre más o menos complejo, la Argentina rebota con más inversiones, precios en caja y perspectiva de crecimiento real para el 2015? Eso puede empoderar al gobierno, y al candidato que Cristina elija, se llame como se llame.
En un escenario estable y con expectativas de mejora, es difícil que la sociedad se decida por un candidato radicalmente opositor, o que exprese un salto al vacío, o sea demasiado novedoso. Allegados a Sergio Massa han llegado a hablar, incluso, de su candidatura a gobernador, ya no a presidente. Tienen detectado que el diputado de Tigre trepa en las acciones ciudadanas sólo cuando la situación es vista como caótica o ingobernable. El populismo de derecha de Massa tendría chances si el avión mostrara todo el instrumental en rojo. Como cuando Carlos Menem sucedió a Raúl Alfonsín. Salvando la colección de tapas hostiles de Clarín y La Nación, no puede hablarse de un calco ni de semejanzas puntuales.
Paolo Rocca no es kirchnerista. Más bien lo contrario. Hace poco le preguntaron a quién apoyaría en 2015. "A Massa, seguro que no", sentenció. "Es demasiado imprevisible, contradictorio. Dice que va a mantener las asignaciones, a pagarles los juicios a los jubilados y a bajar las retenciones. Eso, así, no existe." A Rocca, como a Méndez, la liturgia kirchnerista, su semántica ideológica, la épica populista y de izquierda, le resulta intragable. Pero es empresario, y sabe que si el Estado no le subsidiara el gas de sus hornos, la rentabilidad del Grupo Techint se iría a pique. Quebraría. Entre un Estado solvente como el que reconstruyó el kirchnerismo, capaz de subsidiarlo, y otro medio a la bartola incapaz de hacerlo, no tiene mucha opción. Siempre prevalece el negocio. Además, Rocca mira de reojo que su socio en Impripost, el Grupo Clarín SA, con su antikirchnerismo cerril y hasta pavote, perdió más que la brújula: hoy tiene que desapoderarse de sus empresas ilegales porque así lo impone la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, bajo el escrutinio de la AFSCA, la AFIP, la UIF, la CNV, el Ministerio de Economía, los directores del Estado en sus compañías, y la auditoría expectante de sus inversores en Londres y Buenos Aires. Sus activos físicos se depreciaron, su capital simbólico –léase "credibilidad"– cayó por el piso, los viejos socios deben separarse y su influencia quedó relegada al núcleo duro de la oposición política.
Sin embargo, Clarín todavía tutela con la supremacía de sus licencias una buena parte del humor social. Su capacidad para aislar a los funcionarios del gobierno de las expectativas sociales está dañada, pero mantiene su ruda eficacia. El caso Ciccone es eso.
Mauricio Macri está procesado por el escándalo de las "escuchas ilegales", y como goza del blindaje del grupo, se supone, no ha perdido las capacidades morales para la función de gobierno, aunque haya espiado a las víctimas de la AMIA y hasta a su propio cuñado. Federico Sturzenneger está procesado por el "Megacanje", legado de deuda que este gobierno está pagando, y es un legislador probo llamado a opinar sobre asuntos de la gran economía en los programas de TN.
Pero Boudou es otra cosa. Es la presa. Lo que haya hecho o dejado de hacer, es 20 veces más grave en la óptica de Clarín. Por supuesto: es el vicepresidente. Es también la posibilidad de herir el gobierno de Cristina Kirchner, de investirlo de una pátina depravada que sepulte cualquier cosa buena que haya hecho, ahora y para las próximas generaciones.
El juez federal Ariel Lijo tomó la decisión de llamarlo a indagatoria por el delito supuesto de manejos incompatibles con su cargo. No lo hizo cuando Boudou quiso (se presentó dos veces en el juzgado), sino cuando Clarín y él mismo lo necesitaban. Dos semanas después de una escalada editorial articulada con La Nación para reflotar el tema Ciccone, con el concurso espectacular de un testigo autoexiliado que se contradecía por Skype, y ante la versión de que la Sala I de la Cámara Federal –a los hijos de cuyos integrantes Clarín mandó a escrachar desde su radio– podría apartarlo de la causa por haber hecho declarar como testigos a personas a las que ahora previamente imputó, se blindó: citó a indagatoria al vicepresidente de la Nación y listo. Cualquier decisión que tomen los camaristas en contra de su endiablada instrucción, en adelante, será leída como una persecución para beneficiar al gobierno y su vice. Es la misma fórmula elegida para convertir al fiscal José María Campagnoli en modelo de tapa de la Rolling Stone, después de que quiso "chuparse" literalmente la causa por presunto "lavado de dinero" contra Lázaro Báez. Son puestos en tela de juicio, no por su mal desempeño, sus excesos o sus errores, sino por "investigar" al oficialismo.
Lijo no desconoce que el expediente Ciccone respira política. Por eso citó al vice el 15 de julio. Para mantenerlo en la picota durante un mes y medio. Justo cuando Cristina viaja a Brasil y el presidente provisional es precisamente Boudou. Es tan obvio lo que intentan.
No ignora el magistrado, tampoco, que su llamado ("histórico", calificó en tiempo real la web de Clarín) repercute en los cimientos de las instituciones. Y mucho menos que ahora van a llover pedidos de renuncia y juicio político de parte de las voces opositora más exaltadas, y de cierto sector del espacio oficial que no quiere ver a Cristina empoderada, con alta imagen o con mucha fuerza política para designar a su sucesor el año próximo.
Por eso Boudou es un jocker, un comodín, funcional a varias estrategias, ninguna muy edificante. El peregrinaje judicial que le vaticinan para los meses que vienen tiene algunos beneficiarios objetivos: el juez que se blinda, el aparato mediático de demolición del Grupo Clarín que ve rejerarquizadas a sus espadas más tenaces, el sector empresario que quiere ver derrumbada la experiencia kirchnerista, de modo que no se vuelva a repetir en el futuro, el massismo (Duhalde lo dijo mejor que nadie: "Cristina tiene cero capacidad para gobernar") que necesita de la zozobra para repuntar en las encuestas, sectores "moderados" del FPV que pretenden ver erosionada a Cristina para que no pueda ungir un delfín propio y bufetes de abogados que litigan contra el país en el extranjero a los que la noticia les es útil para espantar inversores con el cuento del régimen incorregiblemente corrupto del sur del mundo.
Todo esto no lo hace más o menos culpable, o inocente del todo a Boudou. Tarde o temprano se sabrá la verdad del expediente. Debajo de la novelización, alguna vez tienen que hablar las evidencias concretas. ¿Las hay en cantidad suficiente para producir la incertidumbre institucional que se ha generado? Si no las hubiera en cantidad, a esta altura, ¿acaso importa? En el jurado mediático donde Clarín y La Nación son juez y parte, Boudou no tiene las garantías del debido proceso, ni siquiera lo asisten las normas de emergencia de la Convención de Ginebra. La estatización de las AFJP le granjeó tanto la confianza de Néstor y Cristina Kirchner como el odio sempiterno de los que hacían negocios sucios con la plata de los jubilados.
Esta nota no trata sobre lo que no sabe. Lo que sí aprendió el autor en años de oficio es a no creer en verdades aparentes y menos de mentirosos seriales. Las cosas suceden en determinados contextos, que sí se pueden describir. Hasta el jueves por la noche, había demasiadas buenas noticias para el país y su gente, que el llamado a indagatoria del vice opaca. Es difícil predecir el destino judicial de Boudou, no así evaluar las consecuencias del llamado de Lijo y especular con algo de sensatez sobre sus beneficiarios directos e indirectos.
La Argentina sigue siendo ese país raro con excesiva astucia para crearse sus propias trampas, en todos los casos, todo el tiempo.
Un país donde el vicepresidente de la Nación puede ser citado a indagatoria por la misma justicia que evita hacerlo con dos empresarios denunciados por delitos de lesa humanidad en el despojo de Papel Prensa cometidos hace casi 40 años.
De tanto repetirla, esta paradoja ha perdido algo de eficacia para denunciar la vergonzosa doble vara de nuestra judicatura conservadora.
Pero no la hace menos cierta.
Ni menos inquietante.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 1 de junio de 2014)