HISTORIA / General Juan José Valle (segunda parte) / Escribe: Hugo Presman






(viene de la edición de ayer)

El inicio de las acciones sería la lectura de la proclama revolucionaria a las 23 del sábado 9 de junio, cuando en el Luna Park peleaban el zurdo noqueador Eduardo Lausse con el chileno Loayza. Un grupo de civiles se reunían en Lanús, con el pretexto de la pelea, para escuchar la proclama.

El gobierno ya tenía redactado los decretos por los que proclamaba la ley marcial y la de la lista de fusilados cuyos nombres no consignaba.

Los focos del alzamiento fueron Campo de Mayo, La Plata y La Pampa. Todos los levantamientos ocurrieron entre las 22 y las 24 horas.

El gobierno estableció la ley marcial a las 0,32 del 10 de junio. El decreto fue firmado por el Presidente y Vicepresidente, Pedro Eugenio Aramburu y Isaac Francisco Rojas respectivamente, y por los ministros de Ejército Arturo Ossorio Arana, de Marina Teodoro Hartung, de Aeronáutica Julio Cesar Krause y de Justicia Laureano Landaburu.


Dice María Seoane en Clarín del 4 de junio de 2006: -Para aplicar la ley marcial a los sublevados esta debía ser aplicado con retroactividad al delito cometido, violando el principio de irretroactividad de la ley penal.Pocas horas después, firman el decreto 10363 que ordena fusilar a quienes violan la Ley Marcial .

Los civiles reunidos en Lanús, fueron llevados a los basurales de José León Suárez y fusilados. Varios sortearon los disparos y huyeron. El testimonio de uno de ellos, Juan Carlos Livraga, sería el inicio del libro de Rodolfo Walsh, Operación Masacre, que inauguraría el género de no ficción y cambiaría para siempre la vida del autor de Esa mujer. Dice el notable escritor:

-La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana. En ese mismo lugar, seis meses antes, nos había sorprendido una medianoche el cercano tiroteo con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento de policía, en la fracasada revolución de Valle.

Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: Viva la Patria sino que dijo: No me dejen sólo, hijos de puta.

Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:

Hay un fusilado que vive.

No se qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.

Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana.

Livraga me cuenta su historia increíble; le creo en el acto".

Las muertes llevan a Valle a entregarse para parar la matanza con la promesa que le formulan de respetar la vida de los sobrevivientes y la suya propia.


El presidente duerme

Cuenta Roberto Bardini en una nota publicada en Argenpress:

"En junio de 1956, Susana (Valle) es una adolescente de 17 años. Esa noche, le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional.

Mientras ella llora, lo ve llegar erguido, entero, sonriente, rodeado de un grupo de Infantería de Marina que lleva puesto cascos de acero y porta ametralladoras. Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en veinte minutos más. Las autoridades los dejan conversar en una sala fría, custodiados por los infantes armados. El general se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un choque emocional. Ellos no dan muestras de ningún quebranto, pero algunos de los jóvenes custodios están a punto de desmayarse y otros deben ser retirados de la sala, víctimas de crisis nerviosas.

Valle le explica a Susana por qué decidió no asilarse en una embajada y entregarse: "¿Como podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café".

Antes de enfrentar el pelotón, el oficial tiene varios gestos. Renuncia al ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya. Cuando Devoto llega, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea:

¡Ustedes son todos unos macaneadores! ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?

Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: -Si vas a llorar, andáte, porque esto no es tan grave como vos suponés: vos te vas a quedar en este mundo y yo no tengo más problemas"... ...Un oficial dijo -Ya es la hora-Valle se quitó el anillo que llevaba y lo colocó amorosamente en manos de la muchacha. También le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para el pueblo argentino, y otra para abuela, mamá y para mí.

Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida.

Eran las 22 y 20 del 12 de junio de 1956.

En esos mismos momentos la esposa de Valle imploraba clemencia apelando al viejo amigo, ahora presidente. La respuesta fue: El Presidente duerme

Al día siguiente un lacónico comunicado oficial informó:

-Fue ejecutado el ex General Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado

NOTAS:

[1] "La suerte de Dorrego, prisionero de Lavalle, no se decidió oficialmente. Su ejecución fue obra del partido unitario reunido secretamente en una casa particular bajo la forma de un Consejo de los Diez:

Del Carril y Agüero instigaron epistolarmente al general vencedor para que ejecutara al gobernador", Vicente Fidel López "Historia Argentina"

[2] Rodolfo Walsh "Operación Masacre", página 65

Asesinados en Lanús, simulando fusilamiento, 10 de Junio de 1956
Tte. Coronel José Albino Yrigoyen,
Capitán Jorge Miguel Costales,
Dante Hipólito Lugo,
Clemente Braulio Ros,
Norberto Ros y
Osvaldo Alberto Albedro.

Asesinados en los basurales de José León Suárez, disparando por la espalda, 10 de junio de 1956

Carlos Lizaso,
Nicolás Carranza,
Francisco Garibotti,
Vicente Rodríguez,
Mario Brión.

Muertos por la represión en La Plata, 10 de junio de 1956

Carlos Irigoyen,
Ramón R. Videla,
Rolando Zanetta.

Fusilados en La Plata, 11 y 12 de junio de 1956

Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno,
Subteniente de Reserva Alberto Abadie.

Fusilados en Campo de Mayo, 11 de junio de 1956

Coronel Eduardo Alcibíades Cortines,
Capitán Néstor Dardo Cano,
Coronel Ricardo Salomón Ibazeta,
Capitán Eloy Luis Caro,
Teniente Primero Jorge Leopoldo Noriega,
Teniente Primero Maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales Néstor Marcelo Videla.

Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército, 11 de junio de 1956

Sub Oficial Principal Ernesto Gareca,
Sub Oficial Principal Miguel Ángel Paolini,
Cabo Músico José Miguel Rodríguez,
Sargento Hugo Eladio Quiroga.

Ametrallado en el Automóvil Club Argentino, 11 de junio de 1956

Miguel Ángel Maurino
(falleció el 13 de junio de 1956 en el Hospital Fernández)

Fusilados en la Penitenciaria Nacional de la Av.Heras, el 11 de junio de 1956

Sargento ayudante Isauro Costa,
Sargento carpintero Luis Pugnetti,
Sargento músico Luciano Isaías Rojas.

Fusilado en la Penitenciaria Nacional de la Av.Las Heras, el 12 de junio de 1956

Gral. De División Juan José Valle.

Asesinado, simulando suicidio por ahorcamiento, en la Divisional de Lanús

el 28 de junio de 1956, donde estuvo detenido desde el 9 de junio de 1956
Aldo Emil Jofré.

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