ARGENTINA / ¿Es necesario traicionar a Arturo Jauretche? / Escribe: Hernán Brienza






A cuarenta exactos años de la muerte de Arturo Jauretche, uno de los pensadores con mayor estilo propio del nacionalismo popular, su reaparición en la pantalla grande de todos los debates resulta, al mismo tiempo, una buena y una mala noticia. Desde hace casi una década, el autor del Medio pelo en la sociedad argentina, es revisitado, citado en los diarios, en la televisión, en las radios, homenajeado en muestras, mitificado por la militancia peronista e, incluso, celebrado por alguna banda de rock. Es una buena nueva, claro, porque siempre resulta un acto de justicia que uno de los tres mosqueteros del pensamiento nacional –junto a Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui– sea reivindicado por generaciones de argentinos que tienen preocupaciones similares a las que tenía Jauretche. Pero también es una mala noticia, porque nos hace comprender que desde aquella fecha en que el autor del Manual de zonceras argentinas dijo que tenía que partir, quedó una fecha vacía en el almanaque de las ideas políticas del peronismo.


Citar hoy a Jauretche significa recordarnos que no ha habido otro pensador nacional que estuviera a su altura. Más que de sus virtudes, nos habla de nuestros fracasos. Por los caminos venturosos de las ideas argentinas campean Horacio González y José Pablo Feinmann, pero ni siquiera ellos se reconocerían a sí mismo como herederos de Jauretche o pensadores nacionales y populares en el sentido clásico del término. Hablar hoy de Jauretche es hablar de todos los Jauretches que no surgieron entre el 25 de mayo de 1974 y el día de hoy y también sintomatiza cierta necrosis del ideario nacional.

La presencia-ausencia de Jauretche es motivo de orgullo y alegría para todos aquellos que han cultivado sus libros. Saber que su obra trascendió al olvido de las academias y las universidades, al fuego y al acero de la dictadura militar, a las teorías de la globalización y el fin de la historia, no hace otra cosa que mostrar la vitalidad que sus libros pueden recuperar hoy en manos de los millones de jóvenes que se asoman a la política. Pero intuyo que si Jauretche viviera no se citaría a sí mismo con embobamiento dogmático. Más bien creo que nos invitaría a pensar nuevas categorías, aún cuando echara mano a viejas metodologías. Vale la pena recordar algunos puntos salientes de sus obras más importantes, para encontrar allí una forma de volver a encontrar "soluciones argentinas a los problemas de los argentinos".

En abril de 1968, la revista Confirmado entrevista a Arturo Jauretche. El periodista, que lo chuzea permanentemente, le pregunta: "Me parece que a usted le preocupa mucho el tema del medio pelo; en su libro, usted acusa a algunos escritores de ser expresión típica de ese medio social. Y usted mismo, ¿qué es? ¿Un aristócrata o qué?" El autor del libro, con honestidad intelectual, le contestó: "Puede ser que yo mismo sea, nomás, un hombre de medio pelo. Vivo en una sociedad que lo ubica a uno allí. Precisamente, estoy escribiendo un libro sobre estas cosas. Se llama Manual de zonceras argentinas, y allí confieso algunas de las zonceras en las que yo mismo he creído alguna vez. El libro va a tener varias páginas en blanco para que los lectores llenen ellos mismos las zonceras que puedan haber en él. Yo espero que el libro sea algo así como un Alka-Seltzer intelectual."


La respuesta de Jauretche lo muestra cabalmente como modelo de pensador: honestidad intelectual, humildad para reconocer en sí mismo los errores que adjudica a la sociedad –porque es parte de ella misma y no de una casta de "intelectuales"– y, también, el "método jauretcheano", es decir, la principal herramienta de análisis de sus libros la observación inductiva y empírica de la sociedad para descubrir fenómenos sociales que describe por sobre la especulación teórica. Como dijo alguna vez, "esto requiere sacar todas nuestras cuestiones del plano estratosférico en que se desenvolvían y poner en primer término nuestro interés nacional y popular, es decir, llevar al plano de nuestra inteligencia política el modo común de ver las cosas por los hombres del pueblo, que sin el bagaje intelectual de su colonialismo mental acostumbraban a pensar sus problemas, estableciendo su magnitud e importancia en razón de su proximidad e interés inmediato."

El Medio pelo es hijo de esta metodología. Editado en 1966, no utiliza categorías académicas "europeas" para analizar el fenómeno aspiracional de la clase media argentina, sino que echa a mano a conceptos instalados en los decires populares para crear categorías sociológicas. "Guarango" y "tilingo" sirven, entonces, para ilustrar dos de las patologías en las que caen habitualmente los integrantes de las pequeñas burguesías urbanas portuarias.

El Manual de zonceras argentinas, publicado dos años después fue quizás uno de los libros más interesantes y divertidos del ensayo político argentino del siglo XX. En ese texto, Jauretche desarticuló los principales lugares comunes del pensamiento intelectual pero también del sentido común de los ciudadanos. Un capítulo especial merece la "madre de todas las zonceras" que no es otra que la dicotomía sarmientina de "civilización y/o barbarie" y que entronca en el gran debate nacional que atraviesa 200 años de historia.


Polémico, astuto, agudo, punzante, irónico, Jauretche utiliza dos de las armas más efectivas para combatir uno de los principales defectos de la creación intelectual y del sentido común de los argentinos: los sedimentos de una mentalidad colonial que todavía hoy operan en el entramado de los debates nacionales. En ese sentido, su ejemplo, no tanto en términos de repetición de sentencias sino en actitud crítica y metodológica nos puede ayudar a suplir la ausencia de un pensamiento nacional, popular, democrático que esté vivo y que dialogue con el siglo XXI.

No hay posibilidad de mantener viva una tradición sino es traicionándola. Quien repite una tradición, lejos de mantenerla viva, le echa tierra en su sepultura, cristalizando formas vacías. El que repite no reflexiona. El que piensa se ve obligado a cuestionar, actualizar, traicionar aquello que ya fue pensado. Sólo piensan una tradición, se sienten parte de ella y la mantienen viva aquellos que la traicionan. El peronismo hoy –y el kirchnerismo como magma que lo mantiene caliente– debe traicionar al Pensamiento Nacional, debe cuestionar sus formas, sus condensaciones coaguladas, sus calambres. Y debe abrir nuevos diálogos con la modernidad, la posmodernidad, la liquidez, la pluralidad, la democratización de las sociedades, los medios masivos de comunicación, resemantizarse, complejizar los discursos y los conceptos, deslindarse de viejos maniqueísmos, adquirir nuevos significantes. El pensamiento nacional debe construir un nuevo mapa de referencias conceptuales –de hecho lo hace en baja intensidad, apenas perceptiblemente– que "traicione" de buena manera los viejos marcos teóricos del nacionalismo popular y del revolucionario de los años sesenta y setenta.

La gran deuda de las nuevas generaciones es que todavía no han podido construir un conglomerado de ideas que conjuguen lo nacional con el siglo XXI. Aún no han podido "matar" a los "maestros sagrados". Pienso que no será posible un nuevo país, con nuevas hegemonías, y nuevas pautas culturales, sin un pensamiento nacional acorde a las necesidades de esa nueva argentina. Si eso no ocurre, tarde o temprano acabaremos repitiendo viejas formas.

(Diario Tiempo Argentino, domingo 25 de mayo de 2014)

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