MENDOZA / Nuestro planeta / Escribe: Alberto Lucero






Hace cuatro mil seiscientos millones de años, nuestro planeta comenzaba a enfriarse junto con el resto del sistema solar; hace tres mil quinientos millones de años aparecieron las ciano bacterias, también llamadas algas azules, que realizaron las primeras fotosíntesis en esa época, en que grandes mares y pantanos cubrían lo que hoy es tierra firme.


Entonces la atmósfera terrestre estaba compuesta sobre todo de dióxido de carbono, o sea el CO2, ese gas tan conocido cuyas moléculas tienen dos átomos de oxígeno y uno de carbono; enormes cantidades de ese gas fueron absorbidas, lentamente, en un proceso que duró miles de millones de años a través de la fotosíntesis y la teoría más aceptada dice que al morir la flora y fauna marina originales, ese dióxido de carbono acumulado en ellas, a través de ciertas alteraciones químicas se fue transformando en los actuales carbón, petróleo y gas natural y es por eso que les llamamos combustibles fósiles.

La vida animal en la Tierra sólo fue posible cuando, en el Período Cámbrico hace unos seiscientos millones de años, las plantas terminaron de consumir casi todo aquel dióxido de carbono y lo convirtieron en oxígeno a través de la fotosíntesis, llevando la composición atmosférica a la actual relación de 78% de Nitrógeno, 21% de oxígeno y 1 % de otros gases.


Todo el oxígeno libre que hoy existe en la superficie terrestre es efecto de la fotosíntesis y, mientras las moléculas del oxígeno normal contienen dos átomos de oxígeno, las moléculas del oxígeno de la alta atmósfera, al que llamamos ozono, contiene tres átomos de oxígeno y esa particularidad hace que el ozono sea el gas que protege al planeta de los rayos ultravioleta del sol.

La capa de este oxígeno tan especial, distinto al que respiramos, a la que llamamos capa de ozono, existe a una altura entre 15 y 35 kilómetros sobre la superficie terrestre y esta capa absorbe del 97 al 99% de los rayos ultravioleta del sol, que son nocivos para la vida, porque pueden producir cáncer y dañar ciertas funciones del código genético en plantas y animales, poniendo en peligro nuestras fuentes de alimento y afectando directamente a nuestra especie. Se ha comprobado que algunos agentes químicos creados por el hombre, como los clorofluorocarbonos y los bromofluorocarbonos, están provocando la desaparición de la capa de ozono y hoy se han detectado enormes agujeros en esa capa de ozono, que abarcan decenas de millones de kilómetros cuadrados, lamentablemente para nosotros, sobre la Antártida y varios países del hemisferio sur.

A pesar de esto, en el mundo se siguen realizando actividades que dañan la vital capa de ozono, entre ellas la industria minera, que emite contaminantes gaseosos orgánicos e inorgánicos, del tipo de los clorofluorocarbonos, derivados especialmente de los explosivos; de la descomposición de los desechos líquidos; de los escapes de vehículos y de la quema de escorias y residuos.


Por ello, muchas instituciones privadas y públicas de Europa y Nueva Zelanda, han propuesto y han elaborado legislaciones especiales, que ayuden a mitigar las emisiones de gases y partículas a la atmósfera por parte de la actividad minera.

Mientras tanto, aquí, en el lejano sur, bajo el tenebroso agujero de la capa de ozono, algunos de nuestros compatriotas intentan por todos los medios convencernos de las bondades de recibir a las grandes empresas mineras, para que ellas, además de llevarse nuestras riquezas minerales, contribuyan con sus actividades a generar gases que aumentarán la contaminación atmosférica, afectando nuestro futuro y el de las generaciones venideras.

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