HISTORIA / El primer caceroleo, primer choque con los ingleses luego de 1807 (primera parte) / Escribe: Eduardo Rosa






Conforme a lo dispuesto por la junta el 27 de mayo, se pide a los cabildos de las provincias que envíen diputados

Pero al ir llegando estos, a principios de 1811 los ilustrados ven peligrar sus planes, pues los “provincianos” no traían las mismas ideas iluministas que ellos.

Moreno dice que lo dispuesto el 27 de mayo era“fruto de la inexperiencia”.

La orgullosa Buenos Aires no iba a compartir el poder con provincianos.


Los morenistas conspiraban; contaban con el Club (del café de Marcos) y el regimiento “la Estrella”.

La ingenuidad de Saavedra no le permitía sospechar de estos ni tampoco que una fuerza oculta y poderosa – la masonería cuyo conductor era el Dr. Julián Álvarez – acababa de unir a los jóvenes morenistas con los “viejos” del cabildo en una común repulsa contra los provincianos.

Un técnico, por regla general conoce muy bien el árbol pero es incapaz de ver el bosque.

Para eso hace falta un político, y Moreno era más técnico que político. Si toda su inteligencia indiscutible y toda su energía arrolladora la hubiese puesto en la auténtica revolución americana, que nada tenía que ver con “La ciudad Perfecta” de Rousseau” hubiera dado excelentes frutos.

Moreno era un hombre de gabinete.

Le faltaba estaño.

Tal vez su juventud le impidiese escuchar a otros menos dotados pero con más receptividad sobre lo que la gente piensa y quiere y no sabe expresar. Moreno tenía muchas virtudes, pero le faltaban dotes de Jefe.

Ese jefe popular que interpreta lo que quiere la gente, ese jefe que no existió en los primeros días de la revolución.

Porque Saavedra, en el cual el pueblo confiaba, no tenía la estatura requerida.

Por eso el pueblo, entusiasta al principio fue cayendo en una atónita indiferencia.


Veía a los revolucionarios en obscuras conversaciones con los ingleses, que no eran tan ocultas, ya que oficiales del Misletoe, el Martine y el Pitt, buques ingleses en el puerto de Buenos Aires conversaban con las autoridades recientemente impuestas.

Y al pueblo se lo dejaba de lado, porque “era “una multitud privada de luces que solo piensa en sus primeras necesidades” o era el “vulgo que solo se condice por lo que ve”. (Palabras del reciente decreto de supresión de honores).

Y oía que la junta recibía precisas instrucciones del embajador inglés ante la corte de Río de Janeiro.

¿Ese era el precio necesario para conseguir la libertad?

Lord Strangford, el embajador gringo maniobraba para que no se rompiesen los vínculos con España, ya que necesitaban que la península se ocupase de Napoleón y no de reprimir la sublevación americana. Para eso necesitaban autoridades adictas, como parecían ser muchos porteños.

LOS ORILLEROS

(se conoce en la historia oficial como la “Asonada”)

Inesperada, sorpresivamente, sobreviene el levantamiento de las orillas que dará una fugaz tintura de pueblo a la Revolución.

A las once de la noche del sábado 5 de abril se sabe que grupos de quinteros y arrabaleros, casi todos con su caballo, se juntan en diversos lugares de la periferia de la ciudad.

En silencio iban rumbo a la plaza de la Victoria cuyo ámbito llenan a medianoche ante el desconcierto de los jóvenes iluminadosy el temor de los vecinos principales ante la chusma de las orillas.

Un cronista relata así el inicio del levantamiento, en el que “Se apeló a los hombres de poncho y chiripá contra los hombres de capa y casaca”:


“Al anochecer del día 5 de abril empezaron a reunirse hombres emponchados y a caballo en los mataderos de Miserere, a la voz del alcalde de barrio don Tomás Grigera, cuyo nombre sólo conocido hasta ese día entre la pobre clase agricultora, principió a ser histórico para este país: a medianoche penetraron por las calles de la ciudad, y antes de venir el día ocuparon la plaza Mayor como mil quinientos hombres, pidiendo la reunión del cuerpo municipal, para elevar por su conducto sus reclamaciones al gobierno.”

Fue, hace 203 años el primer 17 de octubre, con los mismos personajes y los mismos prejuicios en su contra.

Era el aluvión zoológico.

Eran la gente de las orillas, los descendientes de los viejos “Trinitarios” que fundaron Buenos Aires, (no los del puerto, los “porteños” que se enriquecieron con el contrabando), los habitantes de la periferia llenaban la plaza de la victoria ante el desconcierto de los miembros del Café de Marcos, que ven materializado el “pueblo”, del que tanto hablaron pero que nunca escucharon.

A las doce de la noche, la plaza de la Victoria estaba llena de gentes que rodeaban el edificio del Cabildo en un imponente silencio.

Los regidores buscaron la protección de la Fortaleza donde quisieron averiguar, con los miembros de la Junta, el origen y propósitos de la nocturna presencia del pueblo.

(sigue en la edición de mañana)

Image Hosted by ImageShack.us