ARGENTINA / El discurrir de los conflictos / Escribe: Mario Wainfeld






Los maestros bonaerenses llegaron a un acuerdo con la provincia y se inician las clases.

- La Paritaria Nacional Docente (PND) se reúne en la semana, seguramente para definir el cierre, mejor o peor.

- La Unión Obrera Metalúrgica (UOM) firmó con sus patronales la convención colectiva de este año. Todo indica que abrió un camino que seguirán otros gremios, mayormente vinculados con la CGT oficialista.

- Las centrales opositoras que lideran Hugo Moyano, Pablo Micheli y Luis Barrionuevo convocaron a un paro general para el 10 de abril.

Los hechos y los signos concuerdan: en un año marcado por estrecheces y peripecias económicas, los conflictos laborales serán clave y “harán agenda”. No son novedad en la larga década, sí puede serlo su principal motivo. Los hubo en abundancia en años previos, pero muchos versaban sobre conflictos extrasalariales: encuadramientos, disputa de afiliaciones, reconocimientos de gremios nuevos o alternativos, enfrentamientos entre organizaciones de base y conducciones gremiales. Esta vez es predecible que los sueldos, la inflación y hasta eventuales reaperturas estarán en el orden del día. No hay por qué creerse adivino, pero tampoco se puede ignorar lo que enseñan los manuales de acción colectiva y lo que sugieren las tendencias. La “puja distributiva” será uno de los ejes del año del Mundial.


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Un mes después: La cinchada entre los sindicatos y el gobierno bonaerense llegó a un desenlace. Quedará abierta la polémica acerca de si era necesaria tanta discusión, tanta demora en iniciarla y ponerle fin, un paro por tiempo indeterminado. Los protagonistas se reprocharán culpas, endilgándolas todas a la contraparte. Las responsabilidades políticas son, en cierta proporción, compartidas.

Las clases traen alivio, pero jamás reparación plena. El saldo ya ocurrido da para lamentar, en aras del interés conjunto que es el de sostener la educación pública. Casi un mes sin aulas: no se recuperará. Más allá de si se cumple o no con la enseñanza de los contenidos, se perdieron jornadas de convivencia, de socialización, de contención de los pibes que no van (no deberían ir) a la escuela solo para aprender ciertas materias.

La comparación con la educación privada es consabida, se consignó en columnas anteriores. Hay otras que también vienen a cuento, dentro del campo de lo público: los alumnos de San Luis tuvieron un mes más de clases que los bonaerenses. Hay diferencias de escala entre los distritos, tan innegables como que todos los chicos son argentinos y titulares de similares derechos.

Los salarios fijados sugieren que las demandas de los maestros estaban bien encaminadas y no desvariaban. La polémica sobre la metodología sigue vigente, aunque los líderes de la protesta aducen que sin ella no se habría llegado jamás a un reconocimiento.

El gobernador Daniel Scioli buscará recursos por vía de una moratoria impositiva, recurso siempre enojoso e inequitativo. Sigue en deuda con una batida fuerte contra la riqueza ostentosa en su terruño.

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Entre el éxito, el tango y el bolero: Las diferencias en la PND continúan siendo elevadas. El Gobierno quitó un factor de irritación al retirar su propuesta de un plus por presentismo pagado por la Nación. Los sindicalistas no la aceptaban, con buenos motivos. El Estado nacional no colaborará con esa suma (dos mil pesos por docente), lo que reconfigura la oferta: se expresará en un porcentaje de incremento sin agregados ni condicionalidades. Las partes no sueltan prenda, pero las posturas oficiales sugieren que no llegará al 30 por ciento para el sueldo inicial, que es el que se fija.

Buenos Aires es “lo más”, pero hay otras provincias en conflicto, con o sin clases. Tal vez las más enconadas sean Neuquén y Mendoza. En Tierra del Fuego y Río Negro se llegó a acuerdos, por encima del bonaerense.

Es posible que el encuentro de esta semana ponga fin a las tratativas nacionales, al menos en esta etapa. El horizonte más satisfactorio, un acuerdo con consenso de las cinco representaciones gremiales, no es imposible, pero sí muy difícil. El más probable, anticipado por Página/12 hace más de una semana, sería que aceptaran la oferta los cuatro gremios más cercanos a la CGT oficial. Y que quedara afuera la Ctera, el colectivo con más afiliados.

Funcionarios oficiales, aún conservando el optimismo de la voluntad, aceptan como mal menor que ese desencuentro sea en buenos términos, tanto como para permitir reabrir la discusión futura antes de fin de año. Sería, glosa el cronista, algo así como “el adiós inteligente de los dos” sin “ninguna escena, ningún daño” que relata la letra de un tangazo. Y aun, acudiendo a un bolero de aquellos, “no te digo adiós, te digo hasta siempre”.

La perspectiva de un rechazo de los cinco gremios sigue latente –porque nada es seguro hasta que terminan las tratativas– pero no tiene pinta de ocurrir.

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Una señal de largada: Una lectura demasiado simplista equipara a las negociaciones docentes con las del sector privado, distrayéndose de sus relevantes diferencias. Entre las más patentes está que en una pagan empresas y en otras los estados. La otra es que la actividad privada está sujeta a vaivenes, crecimientos, desocupación, apertura o cierres de establecimientos, ramas de actividad que prosperan o se marchitan según los tiempos.

De ahí que la conservación de la fuente de trabajo tenga distinta preponderancia en las negociaciones. Y que la memoria acerca de tiempos recientes incida en el imaginario de dirigentes y laburantes de sectores que la pasaron muy mal entre los ’90 y la recuperación económica que produjo el kirchnerismo.

Los metalúrgicos y la construcción son dos ejemplos clavados. Su afinidad con el Gobierno no es una táctica descolgada sino pura racionalidad instrumental. El secretario general de la CGT oficial y de la UOM, Antonio Caló, tiene, desde ya, compromisos de otro tipo.

La firma de la convención colectiva llegó tras negociaciones que se manejaron con celeridad y cautela, mientras el conflicto docente “robaba cámara”. Para los trabajadores significará plata en el bolsillo tras un trimestre de elevada inflación y consiguiente deterioro salarial.

Para otros gremios, como la Uocra y Comercio, una señal de largada, una suerte de referencia que habilitará conversaciones encaminadas. En la Casa Rosada, en Trabajo y en Economía se confía en que habrá otros sindicatos que vayan firmando, con los consiguientes impactos en la “paz social”, la gobernabilidad y el consumo popular.

Desde el punto de vista político, aunque nadie lo dirá en voz alta, para el oficialismo es un alivio que haya clases y varias convenciones colectivas firmadas antes del 10 de abril.

El guarismo de cierre, el “tanto por ciento” de un convenio colectivo pletórico de cláusulas y recovecos, tiene valor indicativo o mediático. Pero una lectura afinada se completa diferenciando categorías, beneficios parciales, “plus” varios, feriados y cien etcéteras. Cada trabajador sabrá a la hora de ir cobrando cuánto mejoró. En ese juego inciden la muñeca de los negociadores. Por eso, aunque parezca asombroso, hay “más juego” para resolver una paritaria integral que la PND que solo dirime el importe de un sueldo.

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En busca del espacio perdido: Es habitual que los gobiernos desmerezcan huelgas calificándolas de “políticas”. Así dicho, solo se subraya una obviedad. Los paros generales o los del sector público son políticos por definición, calificarlos como tales es redundante. Podría alegarse, incluso, que cualquier huelga es política... o hasta que “todo” lo es (desde una exposición artística hasta un certamen de truco). Sin llegar a tanto, convengamos en que solo podría calificarse como no político (o no público) un paro realizado en un establecimiento pequeño (un taller mecánico, digamos), que concerniera exclusivamente al patrón y los empleados. Cuando se llega al espacio público y sobre todo cuando se afectan intereses o derechos de terceros (en los paros generales o docentes por ejemplo) el carácter político, por ponerlo así, viene con el producto.

Ser política, entonces, no desmerece de por sí a la medida de fuerza. Pero sí la coloca en el debate colectivo desde un ángulo amplio que trasciende lo reivindicativo. Quien la promueve debe hacerse cargo de sus consecuencias y de su impacto en la vida de terceros.

Hugo Moyano, líder camionero y de la CGT opositora, atraviesa un momento difícil. Sus intentos de instalarse como figura política nacional o provincial naufragaron entre la indiferencia masiva y el desdén de dirigentes supuestamente afines. Varios se sacaron alguna foto con él y luego se alejan, pensando en clientelas de clase media o aun en compañeros trabajadores que no lo ven como un modelo de dirigente.

Su Central, con variantes no menores impuestas por el paso del tiempo, se asemeja a su pionero Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), que combatió al menemismo hace cosa de veinte años. Es más un colectivo de gremios de transporte que una confederación que congrega sindicatos de otras actividades productivas.

Luis Barrionuevo le suma poco, más allá de sus enfermizas declaraciones sobre el presidente Néstor Kirchner, propias de un dirigente de baja estofa. Hablan más de “Luisito” que de Kirchner... y dicen mucho.

Algo de dinero pondrá Barrionuevo, al que los medios hegemónicos consultan como si fuera el papa Francisco o Lord Keynes o un moralista de primer nivel.

La CTA opositora que conduce Micheli agrega algunos gremios del sector público.

El paro se convoca desde una clara pertenencia opositora al Gobierno. Como ocurre en todas las latitudes, si hay acatamiento alto en el transporte su visibilidad e impacto están garantizados, lo que no prueba estrictamente el grado de adhesión.

Habrá que ver cómo se despliega la huelga. Moyano no quiso condimentarla con movilizaciones, que propiciaban sus compañeros de ruta (a quienes desdeña íntimamente y no considera sus pares). Quienes lo conocen de cerca oscilan entre dos explicaciones, que no se excluyen necesariamente. Los más prudentes del entorno de “Hugo” le atribuyen el afán de no echar leña al fuego, de no querer incendiar la pradera. Otros compañeros suponen que no le conviene que “le cuenten las costillas” en marchas o movidas. Y que prefiere evitar que sus aliados tomen la calle, en una protesta que no conduce del todo.

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Proyecciones y cambios de época: El consultor Miguel Bein, que está muy de moda, divide su proyección del año en cuatro estaciones. Parafraseándolo, el verano fue la peor, devaluación y conato de golpe de mercado incluidos. El trimestre de abril a junio será el más propicio, merced a la cosecha de soja y divisas, los acuerdos salariales, la merma de la inflación. El tercer trimestre sería de amesetamiento y el cuarto de baja.

La prospectiva del Gobierno, es clavado, concuerda en el primer semestre y es más optimista (sin descorchar champagne) para el segundo.

Se irá viendo. Ya es clavado que el verano fue denso y que la puja distributiva comenzó antes y de modo traumático, con el conflicto policial de diciembre.

Cuando brotan los conflictos docentes, varios de los sectores en pugna rememoran un hecho imborrable del comienzo del mandato de Kirchner: cuando fue a Entre Ríos a pagar deudas a los maestros de la provincia. El oficialismo lo rememora para dar cuenta de su compromiso con la educación. Algunos críticos (hasta compañeros de ruta), para diferenciar a “Néstor” de “Cristina”. El cronista opta por otro sesgo: puntualizar que en ese trance se pagaba una deuda de tres o más meses, de sueldos misérrimos que se liquidaban en cuasimoneda y no en pesos.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes, mucho ha mejorado la situación colectiva y la del sector. Sus sindicatos (tanto como los demás mencionados en esta nota y el resto) son más poderosos que antaño. Han crecido, ganan en capacidad de lucha, van en pos de otras reivindicaciones. Es de libro y deseable que así sea. Todo peldaño que se sube es un tránsito; todo avance, preludio de otra demanda.

Así funciona la democracia, sobre todo si tiene al frente un gobierno con sensibilidad popular. Interminables y escalonados son sus desafíos, sus bretes, sus problemas. La pugna por la distribución del ingreso y la lucha contra la inflación serán aspectos centrales de las estaciones del año que faltan. La legitimidad del oficialismo siempre se nutrió en esas variables, sí que en contextos más halagüeños.

(Diario Página 12, domingo 30 de marzo de 2014)

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