Mucho se ha escrito y también especulado sobre la relación entre el patriarca Franco Macri y ese hijo en quien tenía depositadas todas sus esperanzas y que tanto lo ha desilusionado, casi, casi, desde sus primeros pasos. Como todo aquel que se ha construido a sí mismo con esfuerzo, a golpes de voluntad y sin demasiados escrúpulos, siente y cree firmemente que los errores, las fallas de carácter y las debilidades de los hijos son sólo responsabilidad de ellos mismos.
El razonamiento generalizado es: "Le di todo lo que necesitaba y más. Fui y soy un ejemplo de fortaleza y de voluntad y me salió un bueno para nada, un pelele." No suelen involucrarse y pensar en su cuota parte de responsabilidad. Les parece más importante construir un "exitoso" hecho a imagen y semejanza de ellos mismos y creen que el afecto, el cariño, son una traba para forjar el carácter. Y cuando se sienten frustrados por los resultados, la respuesta más habitual es la de la descalificación y el desprecio solapado e hiriente, que deja marcas indelebles en sus hijos.
La elección del Cardenal (acentuar en la primera a) Newman como colegio para el niño Mauricio formaba parte de la estrategia de buscar la aceptación de la tilinga y racista alta sociedad porteña. Ser industrial, italiano y sospechado de origen judío de Cerdeña, para la antisemita oligarquía vernácula convertía a la familia en objeto de observación previa a su aceptación. Es que esa clase tiene sus propios y férreos principios morales: negocios son negocios.
Lamentó Don Franco que en un colegio cuyo prestigio deportivo más caro y de mayor nivel es el rugby, centro de los afanes de los brothers de origen irlandés, Mauricio se inclinara por el fútbol. Es que el rugby exigía desde muy chiquitos entrenamientos fuera de las horas de clase, levantarse temprano para jugar los sábados a la mañana y, además, tener la vocación y el coraje de exponer el cuerpo en este juego de contacto y de imprescindible espíritu de equipo. El fútbol era un sport de descarte. Se dijo tal vez: "Este es un timorato, un egoísta." El lema latino del Newman: "Certa bonum certamen" (Lucha la buena lucha) no era para pusilánimes.
La historia más reciente es conocida y está bien documentada. Sigue revelando ese cruel desencuentro entre las expectativas y la ilusión y la pálida realidad de quien quiere deslumbrar y advierte que no tiene luz propia, y lo que es peor, que carece de voz propia.
Pero la tremenda descalificación de ese padre que le ha contado las costillas desde que nació, que lo vio desinflarse como un globo que sólo estaba en su imaginación en momentos en que Macri junior hace denodados esfuerzos para candidatearse para el año 2015, no se salda con la posterior "confundieron mis palabras". Porque si no quiso decir –como consignó un medio gráfico– que su hijo tenía cabeza pero no corazón para ser presidente de la Nación y ahora dice haberse referido a que su corazón de padre no resistiría que su hijo sufriera con tan alta responsabilidad, eso y definirlo como medroso, débil o encogido, es prácticamente lo mismo.
Don Franco sabe que para ejercer el poder hay que saber disfrutarlo, y que el niño Mauricio, a lo sumo, puede gozar siendo presidente de Boca Juniors. Conoce que se necesitan convicciones y voluntad o una ambición desmedida carente de moral. Ve que el poder económico-financiero ha puesto sus ojos en un inescrupuloso sin límites ni principios. En un ave de rapiña capaz de juntar lo que sea para concretar lo que arteramente busca desde hace mucho ¡y vaya que trabaja por ello! Y es que Sergio Massa, además de ser la nueva voz de la derecha, tiene el carisma necesario para engañar a sectores populares y está dispuesto a entregar lo que le pidan con tal de llegar. Es el más aplicado alumno del método menemista de "si digo lo que voy a hacer, no me vota nadie". Un neoliberal disfrazado de popular. Un vacuo arribista. Y Franco no quiere que su hijo se malogre y lo frustre nuevamente a él.
En este marco de relaciones y valoraciones, no es ilógico que Macri padre declare que el próximo presidente de la Nación debería surgir de las filas de La Cámpora. Además de cometer un sincericidio familiar, expone crudamente cuáles son las condiciones que piensa que se necesitan para conducir un país: valor, capacidad de conducción y liderazgo, resistencia frente a las adversidades y una firme voluntad de construir y transformar la sociedad. Y al niño Mauricio lo ve sin corazón y como un mero repetidor de discursos viejos y escritos como avisos publicitarios por el nefasto Duran Barba. Reconoce valía en la militancia juvenil y aprecia a quienes son leales a una conducción y a sus ideales. Y por sobre todo, a la decisión de formar cuadros políticos en las organizaciones juveniles del Frente para la Victoria. Lejos de la construcción del PRO, más parecida a una ONG o una agencia de publicidad. Y Franco no quiere que su apellido quede sumergido vergonzosamente en la historia argentina. Y sabe que cambiar el rumbo y volver atrás, es lo peor para el país.
No sabemos si el 2015 será el tiempo de gobernar de la militancia juvenil, o será en 2019. Pero será. Porque desde 2003, los veteranos y los más jóvenes volvimos a encender nuestros corazones y no estamos dispuestos a enfriarlos. Y recordamos y hacemos nuestra aquella canción de Asurey y Nebbia que decía: "Valerosos corazones compañeros, hoy es tiempo de partir hacia la gloria. Elegir ser feliz, dejar la oscuridad, cambiar la historia"
(Diario Tiempo Argentino, domingo 2 de febrero de 2014)