Los médicos quisieron internarlo para comenzar un tratamiento pero se negó para no cancelar el viaje a Buenos Aires donde, contra su costumbre quiso presentar su nuevo libro, Hoy. La foto fue tomada por Cristina Banegas, la más exquisita anfitriona de esta ciudad, y registra un dato trivial. Han pasado siete minutos del martes 20 de agosto de 2013. Juan me toma del hombro y me habla bajito. Lucila Pagliai nos mira pero no alcanza a escuchar el diálogo. Fue una de las redactoras de la agencia clandestina de noticias, ANCLA, y hace un par de años publicó junto con Nacho Vélez una dura edición crítica de la revista Evita Montonera, cuyo prólogo nos dio a leer en otro de los viajes de Juan. También están pero no aparecen en la foto Liliana Herrero, Mónica Muller, Horacio González y Rodolfo Alonso. Antes de irse con Mara Lamadrid, Juan me dirá con una seguridad inapelable y una sonrisa dulce: “Es la última vez que nos vemos, Perro”. Han pasado cincuenta años de la primera.
El 11 de enero, Mara avisó que “Juan es un enfermo terminal sin que se lo haya sometido a lo que la medicina produce como terminales. Juan es un terminal sin pasar por quimios, radios, cirugías. Como ni él ni yo creemos en la eternidad, impedimos conscientemente y no sólo, también ante notario, que lo sometieran a tales manejos tecnológicos. Apostamos, Juan en primera línea y por mi parte secundándolo, a que la vida tiene un fin y que lo mejor que a alguien le puede pasar es morir en su casa”. Cuando Mara le contó que me había alertado, pidió que le escribiera. Pudimos decirnos lo que pensábamos de la muerte, la suya, la mía, la de todos, de lo que cada uno significó en la vida del otro (para mí un privilegio que la hizo más rica e intensa). Es un tesoro privado, que no quiero compartir. Con una curiosidad intelectual intacta me pidió copia de la antiquísima correspondencia en la que reflexionábamos sobre nuestro destino de fósiles, mero combustible para que se abriguen y alumbren los que vienen detrás. “Estoy escribiendo sobre eso”, explicó. Las últimas líneas que me envió aún laten en la pantalla. El 19 de enero se cumplirían 25 años de su radicación en México e íbamos a brindar a distancia, porque yo fui el cómplice del amor de Juan y Mara. Pero horas después, ella nos informó que Juan había entrado en la recta final. “Es inminente, pueden ser varios días, pueden ser horas.” Le pregunté si estaba consciente. “Sí. Pero casi no tiene voz y está apagándose”. .Y el definitivo: “Perro, Juan murió hace una hora y cuarto”.
Al día siguiente se conoció uno de sus poemas más explícitos y conmovedores, “Verdad es”, que escribió el 28 de octubre. Concluye así:
“Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo”.
No mentirás
Recién ahora y lejos de Buenos Aires, puedo trastabillar estas palabras sobre él, impresionado por tamaña lucidez, que sólo se extinguió con su vida. Jamás se permitió un engaño, ni siquiera una verdad a medias. En contraste, me pareció obscena la seguidilla de por lo menos cinco artículos denigratorios que Ceferino Reato, de cut&paste fácil, se apresuró a publicar en tres diarios distintos durante la semana posterior, para ofrecer sus propios libros como modelo antagónico a la actitud de Juan. En realidad, la actitud que él atribuye a Juan.
Luego de citar el “No matarás” de Oscar del Barco, Reato se pregunta: “¿Por qué ocultar o disimular su militancia como ‘oficial’ montonero”?
Según el columnista de La Nación, Perfil e Infobae:
- “Luego de romper con Montoneros, en 1979, Gelman se dedicó a la escritura y no quiso hablar de su experiencia armada”.
- “Estos guardianes de la memoria histórica construida por el kirchnerismo, con la imprescindible colaboración de la mayoría de los organismos de derechos humanos, consideran que de esos temas no hay que hablar. Comparten con Gelman el convencimiento de que no hay autocrítica que realizar, (...) siguen convencidos de que la lucha armada fue correcta porque era el mejor camino”.
- “Gelman no hizo autocrítica sobre su militancia en Montoneros –donde llegó a ‘teniente’ y a integrar el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero– porque pensaba que no tenía nada que criticarse. (...) Si fuera por ellos, nadie debería recordar los atentados de las guerrillas o los fusilamientos de militantes sospechados de traición y delación. (...) Mi posición es que un periodista debe preocuparse sólo por llegar lo más cerca posible de la verdad”.
Con el propósito de asistirlo en esa preocupación por acercarse a la verdad, voy a recordarle al ex asesor de prensa de Esteban Caselli en la embajada menemista ante el Vaticano que la autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía), comenzó antes de la ruptura con Montoneros y le valió una ridícula condena a muerte de su conducción. Afirmar que desde entonces Juan no habló de la experiencia armada ni la criticó requiere, por ser benévolo, de una alta dosis de ignorancia. Para subsanarla voy a transcribir algunas definiciones que constan en un libro de 1987: Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la Revolución Perdida.
Militarista y antipopular
Según Gelman:
- “No sólo habría que analizar los errores de Perón (...) sino también los de la propia organización que decidió profundizar –y mal– el enfrentamiento que ya existía”.
- “Lo que hubo fue soberbia. No sólo la soberbia política que se dio al comienzo, sino también la que derivó luego hacia la soberbia militarista. (...) Se cayó en una suerte de enfrentamiento cupular. Se supuso que en la medida en que Perón se inclinaba a la derecha –apoyando a López Rega, jefe de la Triple A– el único medio de contrabalancear ese tipo de tendencia era tirarle un cadáver cotidiano sobre la mesa. Ese fue el origen de la muerte de José Rucci”.
- “El primer grupo de resistencia armada como tal –los Uturuncos– fueron precedidos por la resistencia de los obreros peronistas que asumieron las formas de la violencia en 1956, tres años antes de la revolución cubana. Aun así digamos que, como factor impulsor de la historia que habría de seguir, lo de Cuba planteó un ejemplo claro, aunque también influyó en los errores posteriores del movimiento armado en la Argentina y en toda América Latina.”
- “Era el error enorme suponer que la revolución cubana había sido solamente Fidel Castro y Sierra Maestra” (ignorando) las luchas populares en las ciudades. (...) Otro de los grandes errores fue suponer que lo de Cuba había sido un foco. Se quiso creer y ver a la revolución cubana como lo que no era. Creencia a la que ayudaron los propios cubanos.”
- “La mala lectura de la revolución cubana produjo un nefasto voluntarismo político.”
- “Uno de los factores de la derrota fue la subestimación del enemigo, que se explica por desconocerlo y también por la soberbia militarista que luego se apoderó de Montoneros.”
- “La imagen es muy linda. Pero para que una chispa incendie una pradera en primer lugar tiene que existir la pradera, en segundo lugar la pradera tiene que estar seca, no tiene que llover y, además tenés que saber dónde tirar la chispa. Era y es metafísico plantear la revolución en esos términos, (...) Este y otros errores no les caben solamente a un grupo o alguno grupos en los años 60, sino también al mismo movimiento comunista internacional, que se equivocó larguísimo tiempo en la caracterización del movimiento popular y en la situación de América Latina, al considerarnos países coloniales, (...) al poner en pie de igualdad a un continente donde se inaugura el neocolonialismo mundial con Asia y Africa, donde efectivamente, el colonialismo funcionaba y había tropas extranjeras y virreyes.”
- “La respuesta que Montoneros da a todo eso es incorrecta, ya que empieza a practicar una política elitista y, en el fondo, antipopular. (...) A pesar de todas las persecuciones, en 1974 había márgenes democráticos para seguir avanzando en la lucha de masas y en la organización de las bases. Pero es entonces cuando la conducción autoclandestiniza a Montoneros, autoclandestiniza la organización militar y deja con el culo al aire a las organizaciones de masa, configurando así una política suicida: la estructura de base no tenía medios para escapar a la persecución de la Triple A. La gente que trabajaba en las villas miseria, en los frigoríficos, en las fábricas, el único modo que tenía de salvarse era salir de sus lugares y por lo tanto dejar su trabajo. Pero, ¿dónde iba a encontrar otro?”
- “Este grueso error significó dejarle el campo político a la derecha. Concepción que pese a las diferencias de contexto vuelve a repetirse durante el comienzo de la dictadura militar, cuando Montoneros confía su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas al plano estrictamente militar.(...) Frente a determinadas acciones, como los casos de Mor Roig o Rucci, hubo opiniones encontradas, pero de ningún modo debatidas a fondo en la organización.”
- “Yo no conozco ningún movimiento armado donde el mesianismo genere tanto espacio. (...) Montoneros pone en práctica el uso de la pastilla de cianuro: la cuestión entonces era suicidarse para no caer en manos del enemigo y no batir. (...) Efectivamente había gente de Montoneros que era capturada y cantaba (...). Pero no era así con la gente más vinculada al barrio, a la vida del pueblo que, difícilmente abría la boca. Esto es curioso. Pero muy importante y da lugar a toda una reflexión filosófica sobre esas diferencias de conducta. Paralelamente, la conducción de Montoneros consideraba que todo esto era un problema de debilidad ideológica. Como bien señaló Rodolfo Walsh, (...) el problema real era el de una línea política equivocada y así lo demostró la historia posterior.”
- “Santo Tomás hablaba de la salvación individual y de elevar el alma a partir del sacrificio del cuerpo, y tipos como Firmenich formularon una concepción similar, pero en el plano revolucionario. De ese modo se entró en la alucinación de pretender formar militantes de acero, militantes revolucionarios, sobre una base totalmente individualista y mesiánica.”
- “Los métodos aplicados a la organización revolucionaria revelan los vicios que tenía la formación ideológica de esa conducción. Y si se quiere rastrear en el pasado de Firmenich, Perdía u otros, se encuentra su formación ligada al misticismo y a la religión, tomada como ellos la tomaron.”
- “En el comportamiento general de golpear, de endurecer a la organización, de hacerla casi religiosa, hubo una finalidad política relacionada con lo que antes decíamos sobre el modo de concebir el poder, (...) elitista, contrarrevolucionario y antipopular.”
- “Un obrero que era simpatizante de la organización y dirigente natural de una fábrica de 2.000 trabajadores (...) fue incorporado a la organización, que era absolutamente vertical, también asumía formas militares, con grados, rangos y taconeos. Por supuesto, el que ingresaba lo hacía con el grado ínfimo de aspirante a oficial, desde el punto de vista de la mentalidad militar era un suboficial que aspiraba a ser oficial. A partir de allí se entraba en una cadena de obediencia a los grados superiores. Aquel obrero fue incorporado con ese grado y participaba en reuniones de ámbito; en esas condiciones estaba hasta que la conducción de Montoneros resuelve que hay que lanzar una huelga en la zona. (...) El obrero lo miró y le contestó: ‘Vos estás ligeramente en pedo. Yo no tengo condiciones para hacer una huelga en la fábrica ni vestido de mono. De manera que yo eso no lo voy a hacer.
–Como yo soy capitán y vos sos aspirante, tenés que obedecer.
–Vos serás capitán y yo aspirante, pero chupame la pija, porque yo esa cosa no la voy a hacer.
No se hizo. Este es un ejemplo que sirve para explicar cómo Montoneros se cagaba en el referente de masas. En vez de promover la organización de las masas, teniendo en cuenta a sus representantes naturales, sus necesidades y reivindicaciones, pretendió absorber en una organización jerárquica a los dirigentes de base para transmitir órdenes a las masas, pasar decretos, bajar línea y movilizarlas, supuestamente a través de sus dirigentes”.
- “Si lo de Rucci había conmocionado tan mal, después ocurrió un error tremendo al suponer que iba a producirse algún tipo de repercusión popular dando muerte a Mor Roig porque se cumplía un año de los crímenes de Trelew del 22 de agosto. No hubo ninguna adhesión popular. De ahí que esta sea una muestra más de esa política a la que califico de cupular, aunque tal vez para ser exactos, habría que llamarla política elitista y en el fondo, foquista (...).La cuestión para la conducción montonera era continuar en una disputa de cúpulas, lejana de la discusión y la acción de las bases. Y en las bases, no se aplicaban políticas que disputaran el liderazgo de Perón en la conciencia de las masas, sino simples hechos espectaculares. Lo de Rucci iba a cercenar el apoyo de la clase obrera y lo de Mor Roig los apoyos de la clase media, con las consecuencias naturales que se desprenden de ese debilitamiento. Me consta que hubo gente, pese a todo, dentro de Montoneros y perteneciente a distintas organizaciones que no estuvieron de acuerdo. Y si se llevó a cabo es porque entonces Montoneros hizo otra vez un análisis equivocado. (...) Pensar que la alianza de la burocracia sindical con el lopezreguismo era una cosa inmutable y sin fisuras. No entendieron que López Rega no tenía ninguna base de masas y que la burocracia sindical si. Esa burocracia sindical, con todo lo que era y representaba, no podía ser confundida necesariamente con lo otro, ya que debía responder a las presiones de las masas, como se vio en las huelgas y movilizaciones de junio de 1975, que ‘casualmente’ dieron por tierra con López Rega”.
- “El fusilamiento de Aramburu fue todo un símbolo para las masas peronistas: ese había sido un hombre que dirigió la dictadura que sustituyó a Perón y cuya muerte tuvo un significado enorme para el pueblo. (Pero) no es lo mismo Aramburu que Dirk Kloosterman, ni es lo mismo Aramburu que Rucci. De modo que no puede ponerse un signo igual entre aquella primera acción de Montoneros, que tuvo un impacto político grande, y otras cosas”.
- “En el fondo de este problema sobrevuela la concepción foquista por la cual es la lucha militar la que impulsa a la lucha de masas, cuando resulta que de hecho, esto es absolutamente al revés. (...) Si tal o cual organización de masas pide que se organice tal o cual acción militar, son las masas las que asumen las tareas de autodefensa y el aparato militar puede entrenar y luego acompañarlas, pero nunca dominar. Ese ejemplo de subordinación de las acciones militares a las políticas sí existió en la primera etapa de la resistencia peronista, cuando en las acciones violentas siempre se dio la vinculación entre la lucha armada, la de masas y la sindical. Digamos entonces que se asistió a un proceso de degradación política en el cual se terminó por llegar a una conducción militarista similar a la del enemigo, en la cual se copia hasta sus grados. (...) Y cuando lo que predomina es lo militar, sólo se desemboca en un enfrentamiento entre aparatos, donde es evidente que siempre van a ganar las Fuerzas Armadas”.
- “El líder unificador era efectivamente Perón y lo que él hacía no era otra cosa que dar unidad a la clase obrera y a buena parte de las clases medias, (...) aunque digamos que en las concepciones de Perón, la hegemonía de esa alianza no correspondía a la clase obrera. Por lo tanto había que partir de esa comprensión para saber cómo promover dentro del Movimiento una política que, sin romper la unidad, invirtiera poco a poco los términos; pero no a partir de disputarle la conducción abruptamente al líder reconocido por aquellos sectores sociales (...). Eso obligaba a una lucha política muy difícil, ya que por supuesto es mucho más fácil tirar tiros”.
- “En 1974 las organizaciones armadas que habían tenido un papel muy claro en la resistencia obrera contra la dictadura de Onganía dejan de ser protagonistas y apenas un año después, son los obreros los que toman la primacía. Es este último elemento lo que más miedo le da a los militares y lo que quiebra la tranquilidad de los Balbín, que empieza a inventar aquello de la guerrilla industrial. Es por eso que el golpe de 1976 fue esencialmente antiperonista y antiobrero”.
- “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia obrera; se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa para que equilibrase el juego político entre la derecha y la izquierda. (...) No formó parte de una concepción política en relación con las masas, sino de una estrategia cupular”.
El análisis de Juan fue tan despiadado y poco complaciente que su propio editor, Eduardo Luis Duhalde, tomó distancia y en la contratapa del volumen se preguntó: “¿Es exacto que de nuestra autocrítica los opresores sólo pueden recoger las migajas?” y agregó: “Gelman ejerce su crítica amarga –¿siempre justa?– contra aquella organización”.
Una respuesta anticipada
Cuando Reato recién comenzaba su labor como periodista, Gelman se anticipó a desmenuzar los cuestionamientos que le haría 27 años después, cuando ya no pudiera responderle. Escribió entonces que la reflexión crítica y autocrítica debía realizarse sin culpa:
- “No hacerlo como los cuervos políticos que están esperando las críticas más o menos internas o cercanas, íntimas, como las que se hacen sobre Montoneros para regodearse con su derrota y decretar el fin de las utopías. (...) Tampoco es posible hacer una autocrítica para salvar el honor personal; son formas que pueden tener su valor, no lo niego, pero más interesa que las críticas y autocríticas se hagan con la voluntad de revertir esta situación y no incurrir en la autoflagelación pública”.
Y como de costumbre, fue a fondo:
- “Recuerdo una nota firmada en la Argentina por Beatriz Sarlo que hizo la crítica de las cartas de Rodolfo Walsh cuando se enteró de la muerte de su hija. Entonces Beatriz Sarlo las calificó de ‘voluntad de estetizar la muerte’. Sería muy sencillo despachar el asunto diciendo que esta señora es una pelotuda; pero esta señora, digamos, no es ninguna pelotuda. Lo que hace en realidad es negar toda una situación social compleja, abstraerla de muestro contexto político, sacar a Walsh de eso, sacar de eso a la muerte de su hija y plantear, en una especie de isla edénica, que se produce la muerte de la muchacha sin saber quién la mata ni por qué, ni cómo. Y además, que Walsh, enamorado de la muerte, escribe un par de textos magníficos porque tiene la voluntad de idealizar la muerte. (...) Esa gente siempre apunta a lo mismo: eliminar los contextos, las situaciones concretas. (...) Lo que quieren analizar es el texto en sí mismo y por sí solo, absolutamente y sin contexto para hallar por fin que esas cartas de Rodolfo son un simple canto a la muerte. Esta gente, más que a reflexionar, se dedica a parcelar, a castrar la reflexión. Ellos están en su derecho, pero de ahí a que uno les dé bola”.
La misma pasión por la verdad que en su poesía y en su vida resplandece en este preciso texto político, que desmorona las trabajosas ficciones de quienes, por ello, prefieren desconocerlo. Juan les queda demasiado grande.
(Diario Página 12, domingo 2 de febrero de 2014)