Terminó el enero de un verano que se las trae. Pasó la primera semana post devaluación oficial y autorización para compra de divisas por personas físicas. El panorama no cambió mucho, no sucedió nada inesperado, ni definitivo. Se sostuvo la cotización del dólar oficial a costa de una merma de divisas ni nimia ni terminal. El negro-blue casi no opera, aunque macaneadores profesionales o cambistas que se valen del anonimato proclaman su alza constante. Los precios no encuentran ancla ni techo, el activismo oficial es constante. Todo lo concerniente a paritarias está stand by (ver también nota aparte). El Gobierno interviene en varios frentes, sabe que las variables (que toda persona medianamente informada conoce) se interconectan, pero su principal obsesión de coyuntura son los precios de la canasta familiar.
El primer impacto de cualquier devaluación, el ineludible, ya se ha producido. Los beneficiarios iniciales son los que escribe el manual: los exportadores, los que tienen activos en divisas. El salario real, medido en dólares, bajó. Las importaciones son más costosas, lo que impacta principalmente en la industria y sólo secundariamente en el acceso de bienes suntuarios. Hay perdedores y ganadores de libro en cada devaluación.
El Gobierno quiso evitarla, dosificarla durante meses... en buena medida le torcieron el brazo algunos grupos de interés y la lógica de la situación. El discurso oficial habla de una pugna y la hay, lo sensato según la lectura de este cronista es asumir que se perdió un round.
El afán oficial ahora es mitigar o matizar los efectos de la devaluación. El primer objetivo, que diferencia a este gobierno de otros, es sostener los altos niveles de empleo.
El segundo es bien peliagudo, mantener el valor adquisitivo (medido en pesos) de los sueldos que bajaron en dólares.
El tercero es mejorar las prestaciones sociales para los sectores de menores ingresos, el programa Progresar es un ejemplo claro, una eventual actualización del monto de la Asignación Universal por Hijo redondearía el círculo.
El corto plazo acaso sea el tiempo de verano: es determinante. El Estado precisa acumular dólares para recobrar la iniciativa con fuerza. La actividad industrial es la principal garante del empleo y, por ende, de la dinamización del mercado interno. Pero son las exportaciones primarias las fuentes de divisas, he ahí una debilidad del “modelo”, un problema recurrente de la economía nacional.
En marzo o abril se cosechará la soja. Más allá de manejos del “Movimiento Libertador Silobolsa” habrá liquidaciones, con un dólar rotundamente más alto. La balanza comercial debería mejorar (más expo, menos impo) y con ella la recaudación impositiva: también lo dice la bolilla uno.
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Día por día: En el febril día a día, el equipo económico busca otros modos de engrosar las arcas. El Banco Central emite letras que toman las entidades financieras privadas y las induce (convence o algo más) a subir las tasas de interés. Los objetivos son varios. El más ambicioso es que el ahorro en pesos a plazo fijo compita, en la realidad y en el imaginario de los actores, con la tenencia de divisas. En la Argentina, todos lo sabemos, eso no depende sólo de datos materiales.
Se sube también la tasa por girar en descubierto, a fin de limitar a las empresas para financiarse de ese modo. En algún punto del futuro, podría convenirle más sacar los dólares del “colchón” que acudir al banco.
Los precios cuidados son la otra pata. El esquema del control es más prolijo que los anteriores intentados en la era de Guillermo Moreno. La gente de a pie, según la mirada impresionista de este escriba, conoce los productos y los precios máximos. La información en los medios y en los negocios es abundante y accesible. Lo demás está en magma. Las reposiciones macaquean, en parte por maniobras de sectores concentrados, en parte como mecanismo de autodefensa de bolicheros. Algunos discursos oficiales no distinguen las abismales diferencias entre esos jugadores. Es un error, sobre todo porque los concentrados pueden vender al costo o con margen mínimo, lo que es muy peligroso para los chicos o “los chinos”. Puesto con simpleza de profano: el cálculo razonable de precios incluye el costo de reposición, o sea el valor futuro del bien. Eso se hace casi sin pensar, de volea, en momentos de estabilidad o aun de inflación alta pero previsible (como fueron los últimos años, digamos hasta fines de 2013). Cuando prima la incerteza, la tarea es entre hercúlea e imposible. Ese es el trance actual, en gran medida. En semanas deberá haber más precisiones. El Gobierno lo sabe, allende algunas intervenciones periodísticas voluntaristas, y juega en todos los tableros. Disputa contra la avaricia de los sectores dominantes, contra el afán destituyente de algunos y busca modificar aspectos sensibles de la realidad.
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Sportivo game over: El cronista no es invitado a las tertulias del Círculo rojo aunque sí tiene acceso a algunos de sus “portadores sanos” o a terceros que dialogan con ellos. Todos chimentan que en el sector VIP de la economía y en los medios concentrados se da por hecho que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no terminará su mandato. Sus escenarios prevén cambios institucionales en este mismo año. De eso sí se habla en los quinchos, así arman sus “mesas de arena”.
El ensayista y agitador bloguero Jorge Asís escribe que el oficialismo está game over y, por una vez, no produce una boutade ni se muestra más audaz que protagonistas de fuste. El diagnóstico de los poderes fácticos es su expresión de deseos. Saber quiénes y cuántos operan activamente para conseguirlo trasciende los fines de esta columna, la de hoy.
Hay una línea gris, muy estrecha, entre las operaciones del capitalismo salvaje y la desestabilización política. La gráfica expresión “golpe de mercado”, bien mirada, puede designar una acción política concertada o una movida económica que por sí misma sea destituyente.
Grandes productores agropecuarios amarrocan soja para forzar al Gobierno a reducir o quitar las retenciones. Si quisieran parafrasear al venerable Juan Carlos Pugliese, podrían argumentar que piensan con el bolsillo y no con el corazón. Pero, en verdad, tienen su corazoncito: dan toda la impresión de estar dispuestos al riesgo de perder plata para quebrarle la muñeca al Gobierno. Es, al fin y al cabo, un ejemplo extremo de la irresoluble tensión entre el capitalismo sin frenos y el sistema democrático. Cada cual privilegia su objetivo y tiene en mira su “contradicción principal”.
Un dirigente silobolsista fue diáfano: dijo que retener exportaciones es sinónimo de libertad. Es su ideología, una entre tantas, minoritaria siempre. Dan ganas de decirle que sea más franco, deje de enarbolar la bandera celeste y blanca y hablar del interés colectivo que le importa un rabanito. Que se ponga el parche en el ojo, exhiba la pata de palo y discuta a cielo abierto, sin maquillajes.
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Futuro, presente, pasado, estructura: En el recomendable Panorama Económico publicado ayer en Página/12, Raúl Dellatorre discurre sobre la posibilidad de intervenciones estatales enérgicas en el comercio exterior. La hipótesis transita despachos oficiales y estudios de especialistas.
Aldo Ferrer propone incentivar la inversión, no estrictamente la extranjera sino la de los capitales argentinos fugados. El patriarca de los economistas estimables siempre es lúcido, bien intencionado y sugestivo. No parece simple el cómo y el cuándo se refiere al mediano plazo, al que se llegará si (valga la insistencia) el Gobierno recobra control y centralidad en el corto.
Las iniciativas aluden a carencias de la estructura productiva. La concentración económica en varios rubros centrales es una de ellas, que se hace llaga en el comercio exterior de granos. La imperfecta sustitución de importaciones es problema endémico argentino. El esquema actual no da la talla para los objetivos del “modelo”, más allá de los esfuerzos realizados. Hoy día el crecimiento del PBI redunda más en una suba de las importaciones que de las exportaciones. Eso no se debe a la perfidia de los industriales volcados al mercado interno, que ha prosperado mucho con enormes incentivos oficiales. Ese sector atravesará una etapa dificultosa y apoya al Gobierno, revelando que el frente empresario no se resume en el bloque dominante. De cualquier manera, las módicas aptitudes de la “burguesía nacional” son otro nudo gordiano que no acaba de desatarse.
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En pugna: Hay una puja de intereses, de proyectos económicos que en su borde incluyen la propia estabilidad del sistema democrático. Para ciudadanos o grupos politizados es forzoso tomar partido, sin renunciar a la amplia gama de opciones que tiene una sociedad plural y diversa por antonomasia.
Para el Gobierno y para quienes lo apoyan (o apoyamos) es imprescindible discernir que el amor por la camiseta no es todo, que el buen juego también es necesario. Ha habido errores de gestión que agravaron el escenario, que deben ser internalizados. El modo en que implementó la restricción a la venta de divisas fue uno, hostigando a sectores medios a los que ahora se trata (con mejor praxis) de contener y halagar. La tentativa de pesificar el mercado inmobiliario metropolitano y el blanqueo de capitales pecaron de voluntarismo extremo y flojo conocimiento de la cultura local. Suponer que inversores taimados que fugaron divisas trajeran materialmente dólares era una quimera del blanqueo. Elegir herramientas por razones de real politik conlleva un doble riesgo. El primero está dado, es la contradicción con los principios propios. El segundo es quedar muy descolocado si fracasan: nada las justifica ni convalida.
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Golpe por golpe: Los objetivos inmediatos son contener el valor del dólar y de los precios. Y convencer de que se ha llegado a cifras de, siempre relativa, estabilidad. Con esos prerrequisitos se podrán mover las convenciones colectivas de trabajo, imprescindibles para encauzar la puja distributiva.
El Gobierno topa con uno de sus momentos más arduos. Tiene las convicciones bien puestas, corazón para la pelea y espaldas en materia económica. De cualquier forma, la pugna es dura e incluye a quienes son “hinchas” de la crisis. El extraño trotskismo de la derecha epocal: cuanto peor (para las mayorías y el gobierno democrático), mejor.
Los desafíos, queda dicho, no terminan en los enemigos de la democracia. Hay dificultades tangibles, coyunturales y estructurales, que un gobierno debe resolver, para seguir con alta legitimación.
Al fin de la nota, para aliviarla y paliar trabas expresivas, el cronista recurre a la metáfora deportiva. El kirchnerismo a menudo evoca al boxeador Maravilla Martínez, muy afecto al cambio de golpes. Muy proclive a terminar ganando con el cuerpo y el rostro machucados. Es su estilo que le ha dado resultados, lo que no garantiza que sea invencible. Los próximos rounds son cruciales, queda dicho.
(Diario Página 12, domingo 2 de febrero de 2014)