La década de kirchnerismo es una década ganada en oposición a otras que fueron “décadas perdidas”.
Cuando se comparan datos duros, el contraste es descomunal.
Los ochenta fueron años difíciles en toda América Latina. La crisis de la deuda externa que estalló a principios de esos años, asociada a la debilidad y los condicionamientos de los gobiernos posdictatoriales, causó muy magros resultados. Virtualmente, no hubo crecimiento económico y empeoraron las condiciones sociales. Esta década se conoce en teoría política como “década perdida” para el conjunto de nuestros países. Obviamente, Argentina siguió la misma suerte que el resto del continente.
Los noventa implicaron la aplicación brutal del modelo neoliberal y el consenso de Washington. En Argentina tuvimos, “de yapa”, la convertibilidad, que fue la legalización del modelo agroexportador pastoril y oligárquico. Sus resultados son bien conocidos pero no huelga recordarlos: si bien hubo (poco) crecimiento, la concentración del ingreso fue enorme, la pobreza, la indigencia y la desocupación aumentaron hasta niveles antes desconocidos en Argentina. Este patrón abarca las presidencias de Menem y De La Rúa y hace implosión junto a la presidencia de este último y al final de la convertibilidad.
Luego del interregno del senador Duhalde, Néstor Kirchner inicia el ciclo de crecimiento económico mayor y más prolongado de toda la historia argentina. Repito: el ciclo de crecimiento económico mayor y más prolongado de toda la historia argentina. En el decenio mejoraron todos los indicadores: la distribución del ingreso (por ejemplo, medido según coeficiente de Gini, el ingreso se distribuye menos desigualmente), la desocupación volvió a los niveles más bajos de la democracia, lo mismo que la pobreza y la indigencia. El impacto en Mendoza fue presentado por el gobernador mediante un informe disponible en: http://www.ladecadaganadamza.com.ar/, lo que me exime de extenderme.
Lo que constituye un agravio al arte de la buena argumentación y una ostentación de ignorancia es la declaración del ex vicepresidente Cobos, quien dice que esta es una “década desperdiciada”.
¿Desperdiciada para qué?
He mostrado cómo esta es una década con resultados extraordinarios. Que hayamos tenido el mayor crecimiento de nuestra historia debería bastar para requerir alguna dosis de inteligencia a su impugnación.
Si por él fuera, aparentemente, según sus estrafalarios votos senatoriales, no desperdiciada sería eliminar las retenciones. Eso es volver a la economía pastoril y acabar con la industria y las economías regionales. ¿No desperdiciarla precisará acaso no pelear contra las corporaciones para lograr su pretendido “consenso”? Eso ya lo probamos en Argentina, y los resultados fueron lamentables.
O quizá sus preocupaciones estén por la política antártica, como notamos recientemente, y su mente ande por los confines. ¿Estará hablando de eso? ¿Habremos desperdiciado una política antártica?
Lo cierto es que Cobos es un golpista fracasado. Con su voto “no positivo” y su permanencia en el gobierno preparó el ambiente para un golpe blando, del tipo de los que impulsan en estos tiempos la CIA y las corporaciones que antes usaban a los militares. Tal como lo hicieron en Honduras y Paraguay. Del modo (y con variantes) en que intentaron en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Cobos fracasó. Mirándolo bien, el fracaso de Cobos y la oligarquía que lo respaldó en la intentona, debido a la madurez y convicción democrática del pueblo argentino, quizá sea el principal hito de la década ganada.