HISTORIA / La Fundación Eva Perón y las asistentes sociales (segunda parte) / Escribe: Norberto Alayón






(viene de la edición de ayer)

Más allá de que la referencia al Trabajo Social por parte de Coscia pueda resultar equívoca para los profesionales, lo significativo de este episodio es que se emparenta crudamente con la visualización que tenían ciertos sectores de la sociedad, a mediados del siglo pasado, acerca de las acciones solidarias y reparatorias de la Fundación Eva Perón. El odio que concentró Eva Perón fue equivalente, en espejo opuesto, a la fantástica obra realizada en favor de los sectores más vulnerados.

El “odio de clases”, patrimonio usualmente muy arraigado en las clases pudientes, siempre abominó de la ayuda destinada a la población más necesitada. Ayer y hoy, en palabras y acciones, propician dejar en el desamparo y “a la buena de Dios” a los sectores sociales previamente empobrecidos y degradados por el propio modelo de funcionamiento social. A la inversa, me reafirmo en la expresión -de carácter axiomático- de que todo lo que se le transfiera a los sectores previamente vulnerados y pauperizados, es siempre inferior a lo que les corresponde como seres humanos.

El “odio a los pobres” permanece vigente en muchos, pero se prescinde de reivindicar el necesario “odio a la pobreza”, en tanto la pobreza es una categoría esencialmente política y económica, de la cual se deriva la existencia de los sujetos “pobres”. El problema (que hay que atacar decididamente) es la pobreza, no los pobres. Los pobres son el “resultado” y las víctimas del fenómeno de la pobreza. Antes y ahora, se trata de la necesidad de eliminar la pobreza y no de eliminar a los pobres.


La ciudadanía en general y los profesionales en particular siempre deberíamos tener muy presente que los pobres, como categoría social, son las víctimas y no los culpables de su propio pesar. Si lo planteáramos en términos de confrontación, tendríamos que tener muy arraigado en nuestras prácticas, que nuestro enemigo, nuestro adversario, no son los pobres; nuestro enemigo es la pobreza. En consecuencia hay que rechazar, repudiar, atacar a la pobreza; no a los pobres que son las víctimas de los procesos sociales de empobrecimiento.

Conviene recordar que las personas, al igual que los países, no son pobres porque sí, o por fatalidad o por una suerte de vocación masoquista que los impulsa suicidamente a perseverar en la desgracia. Las personas y los países suelen ser sometidos a complejos procesos de empobrecimiento, ajenos a presuntas razones biológicas, raciales, culturales, tal como intentan argumentar los sectores sociales no pobres.

Resulta notable observar, cómo el pensamiento discriminatorio, carente de sensibilidad y sentido de equidad, ha traspasado el propio ámbito de los sectores del poder (o de los sectores dominantes como se decía en otras épocas) y se ha instalado y ganado la conciencia (la mala conciencia) hasta de los sectores medios y aún bajos de la sociedad.

La lucha ideológica, la lucha cultural, forman parte inescindible de la lucha política que, en su sentido más abarcativo, prima en el funcionamiento de todas las sociedades. Y esto no es de ahora, ni privativo de nuestro país. En Argentina, hace ya mucho tiempo, hace 154 años y me remonto al 13 de septiembre de 1859, un Senador Nacional manifestaba en un discurso en el recinto legislativo: “Si los pobres se han de morir, que se mueran, porque el Estado no tiene misericordia”. “El Estado no tiene caridad, no tiene alma”. “La sociedad no puede responder de las personas que se encuentran en la indigencia”. “¿Qué importa que deje morir (se refiere al Estado) al que no puede vivir, al que no puede existir por sus desarreglos, por sus defectos?”. “Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, y cuando hay hijos muy dignos de la atención del Estado, a esos huérfanos no se les debe dar más que de comer”.

Esta brutal y si se quiere excelsa pieza de “darwinismo social”, no le perteneció a un ignoto político de aquella época. Tales expresiones le pertenecieron al controvertido “padre del aula”, al “maestro de América”. Le pertenecieron a Domingo Faustino Sarmiento. Sin duda estas manifestaciones, en boca de alguien tan reconocido (que desempeñó muchos cargos importantes y que llegó a ser presidente del país entre 1868 y 1874) habrán contribuido a fortalecer el desdén, el resentimiento, el odio mismo hacia los pobres.


Y si a alguien, entonces, como Eva Perón, se le ocurría ya en el siglo XX proponer y defender el “amor a los pobres”, el “amor a los humildes”, no podía sino más que recoger y concentrar -desde el injusto paradigma de la discriminación y desde sus apologistas y repetidores- el profundo y visceral odio hacia ella misma y a sus acciones en favor de los desposeídos.

Desgraciadamente persiste, en este 2013, una gran resistencia cultural y política para aceptar los valores de igualdad para todos los habitantes de la Nación. La Fundación Eva Perón y las asistentes sociales que se desempeñaron en la misma brindaron un firme testimonio en pro de dichos valores, a partir de su accionar concreto en la defensa y cristalización de los derechos sociales.

Diversas críticas se desplegaron acerca del accionar de la Fundación, tendiendo a relacionar sus prácticas con componentes voluntaristas, indiscriminados, anárquicos, espontáneos. O bien, dudas acerca de qué construcción de “institucionalidad” se llegó a consolidar, para evitar que todo lo realizado en materia asistencial se diluyera al desaparecer la Fundación.

En principio, es necesario destacar que la existencia de la Fundación abarcó sólo 7 años, de 1948 hasta 1955. Y el período principal, por la orientación y por el ímpetu que le imprimió su fundadora, fue de 4 años, desde 1948 hasta 1952 en que fallece Eva Perón. Una organización que asumió de manera masiva la atención de las problemáticas de los sectores más postergados y excluidos de todo el país, habría de requerir de mayores tiempos para arraigar y perfeccionar su funcionamiento. Resultó obvio que, después de septiembre de 1955, no se intentó continuar ni mejorar lo realizado, ni construir mayor “institucionalidad”, sino directamente descartar e interrumpir -con extrema irracionalidad y revanchismo- todo lo avanzado en materia asistencial.

Lo cierto es que Eva Perón logró instalar, a partir de su prédica y de su acción, la transgresora y profunda noción del “derecho a tener derechos”, habilitando la irrupción de un nuevo paradigma que revolucionó conceptualmente el modo de entender y encarar la cuestión social.

A pesar de la intensa y destacada labor que desarrollaron en la Fundación las visitadoras y las asistentes sociales y de la nueva orientación que asumía a la asistencia como un derecho, la profesión en su conjunto no logró apropiarse de este avance conceptual que requería rescatar y valorizar importantemente la dimensión de “lo asistencial”, en el marco del proceso socio-educativo del Trabajo Social.

El propio Movimiento de Reconceptualización, que irrumpió a mediados de los años 60 y que constituyó el momento de quiebre y avance más importante de la historia profesional, no logró comprender ni procesar la enorme significación que implicaba (y aún implica) el “derecho a la asistencia” para la población involucrada en las prácticas del Trabajo Social.


Eva Perón, en “La razón de mi vida”, realizó una trascendente y profunda caracterización acerca de la índole estructural de las problemáticas sociales, cuando afirmó “Yo sé que mi trabajo de ayuda social no es una solución definitiva de ningún problema. La solución será solamente la justicia social (destacado mío). Cuando cada uno tenga lo que en justicia le corresponde entonces la ayuda social no será necesaria. Mi mayor aspiración es que algún día nadie me necesite…”.

Por cierto, la búsqueda y la consolidación de la justicia social, como paradigma distintivo del funcionamiento de una sociedad determinada, requerirá asumir profundos cambios estructurales en línea con los principios de igualdad que deben primar para todos los habitantes de una nación. Pero… mientras tanto, cabrá seguir asumiendo -con firme decisión y con la escala de recursos económicos suficientes- la perspectiva del afianzamiento y expansión creciente de los derechos sociales, como una contribución estratégica hacia la inclusión y la equidad deseada.

Resulta pertinente recordar que el Trabajo Social actual y sus agentes profesionales (las y los trabajadores sociales) mantienen vigente su posicionamiento en defensa de la justicia social, como valor central en la consolidación de sociedades dignas y, como tal, plenamente humanas.

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