Sólo estoy casada con Kirchner." Esa frase irrumpió como un rayo en la clase política argentina, acostumbrada a protecciones mafiosas por parte de los gobernantes hacia supuestos o reales aliados políticos, independientemente de los errores o delitos que cometieran. Cuando la pronunció, Cristina Fernández de Kirchner no sabía hasta dónde llegaría la trama de encubrimientos y complicidades que terminaron con la vida de Mariano Ferreyra. Sin embargo, lo dijo con una convicción que trazó una línea divisoria sobre las prácticas sindicales y policiales que un presidente está dispuesto a tolerar.
La violencia, la patota y el asesinato no forman parte de los compromisos que Cristina Kirchner tiene con la dirigencia gremial.
El Grupo Veintitrés fue uno de los actores principales en la traducción de ese mensaje al lenguaje periodístico. Roberto Caballero, fundador de Tiempo Argentino, dirigió sin descanso una investigación que desde el minuto uno del asesinato abordó todas las pistas y ayudó con el profesionalismo de los periodistas del diario a desenmarañar la historia que permite que hoy, aunque lamentablemente no tengamos a Mariano, tengamos Justicia.
Mariano Ferreyra y su memoria son parte constitutiva del discurso ético que ayudó a construir los cimientos profesionales del Grupo Veintitrés.
Fuimos los primeros en revelar las identidades de los atacantes, fuimos los primeros en dar a conocer los nexos que unían a la patota asesina con la cúpula gremial, tuvimos una activa participación en la búsqueda del testigo reservado y fuimos de los primeros en no dudar en que la investigación llegaría hasta los últimos responsables.
Nos metimos con Pedraza cuando los diarios hegemónicos lo protegían, porque al igual que CFK, no estábamos casados con nadie más que con nuestras propias convicciones democráticas. Y lo más importante, mantuvimos el tema vivo sin que el habitual fárrago de sucesivas noticias que se dan en la Argentina lo invisibilizara.
Algunos jugaron a la política partidaria frente a la tragedia. Intentaron apropiarse de la muerte de Mariano, sin entender que la gravedad del hecho ponía en jaque a la democracia argentina en su conjunto y no a tal o cual facción minoritaria.
Así lo entendió también el ex presidente Néstor Kirchner. Todos los que lo vieron por esos días coinciden en que lo notaron obsesionado con el tema. Ocupándose meticulosamente en ayudar desde el lugar que tenía, ya no institucional pero sí de un ciudadano con enorme influencia moral para esclarecer el hecho.
Fueron los últimos días de su vida y los dedicó a saber quiénes y por qué habían acabado con la vida de un militante que no era de su partido pero que era un ciudadano de su patria. Decenas de dirigentes de base recibieron su llamado para que todos los que pudieran tener algún dato lo aportaran a la causa. Intendentes, referentes sociales, legisladores y militantes fueron convocados a abrir sus ojos para que cualquier mínima pista llegara a manos del juez. Y así fue que apareció un testigo reservado. Llegó porque muchos se involucraron en la tarea.
A Kirchner el hecho lo conmovió porque la violencia fue siempre en la Argentina la espada de Damocles sobre las democracias que intentaron avanzar por la ampliación de los derechos civiles, sociales, económicos y políticos.
Un asesinato sin esclarecer, donde la política se viera mezclada con lo peor del sindicalismo faccioso y las prácticas delictivas de una parte de las fuerzas de seguridad, ponía en riesgo ese proceso.
Mariano se transformó en un símbolo. Con su asesinato se intentaba deslegitimar un proceso más amplio que no se limitaba a tal o cual proyecto político sino a que los proyectos políticos en sí mismos volvieran a conducir los destinos de la Argentina. Su asesinato fue también un desafío a la sociedad toda que, a la altura de las circunstancias, también estuvo dispuesta a repetir un nuevo Nunca Más, esta vez a la impunidad del poder mafioso que no encontró en la clase política, por primera vez, un lugar en donde resguardarse.
(Diario Tiempo Argentino, sábado 20 de abril de 2013)