Los principales analistas coinciden en que la manifestación del último jueves estuvo aun más organizada que las anteriores y que volvió a reunir a la clase media que no se siente representada por los políticos. Relativizaron el efecto electoral de la protesta.
Puestos a analizar el 18-A, entre los consultores políticos hay coincidencias y diferencias. No hay quien discrepe con la caracterización de que fue una protesta de sectores medios urbanos, que no se sienten representados ni siquiera por los políticos opositores que esta vez los acompañaron en su caceroleo. Fuera de discusión está también que se trató de una manifestación organizada que de espontánea no tuvo nada. Más allá del contrapunto sobre la cantidad de gente que se sumó a la protesta –a la que algunos aportaron y otros rehuyeron por entender que de todos modos fue masiva–, los matices surgen a la hora de evaluar el impacto concreto que dentro de unos meses puede llegar a tener en las urnas. Casi todos piensan que el oficialismo tiene todas las de ganar en las próximas legislativas, aunque algunos advierten que es apresurado hacer pronósticos y dan algún crédito a la posibilidad de que el voto opositor al final no se divida.
Los opositores
El rasgo que diferenció al tercer cacerolazo contra el Gobierno de los anteriores fue la presencia más visible de dirigentes políticos de la oposición. “Menos gente y más dirigentes”, fue la caracterización de la Casa Rosada sobre la protesta, a propósito de lo que fue esta vez la respuesta de la gente y de la participación de los opositores.
El 13 de septiembre pasado, cuando las cacerolas sonaron por primera vez en contra del Gobierno, los políticos de la oposición brillaron por su ausencia. Dos meses más tarde, el cacerolazo del 8 de noviembre no los agarró desprevenidos, pero no todos se animaron: entre los que se sumaron a la protesta, los macristas fueron amplia mayoría y también dijeron presente algunos de la Coalición Cívica y el peronismo disidente. Los radicales y los del FAP opinaron, pero lejos de los caceroleros.
El jueves pasado los principales referentes de la oposición no quisieron perderse la fiesta; sólo faltó Mauricio Macri, temeroso del mano a mano con la gente. “En un año electoral deben estar donde están los que se oponen al Gobierno”, analiza Analía del Franco, responsable de la consultora Analogías, y completa que los opositores “fueron como una suerte de invitados a hacer acto de presencia”. Hugo Haime evalúa que “la oposición fue atrás de la convocatoria y si no iba, tampoco pasaba nada”. “Los políticos de la oposición asumieron un riesgo importante, tratando de pasar lo más inadvertidos posibles”, dice Roberto Bacman, del CEOP, y explica que “no les queda otra que convocar porque si no estas marchas se van convirtiendo en cualquier cosa, como pasó en España donde los indignados no generaron nada en términos políticos”.
Sergio Berenstein, de Poliarquía, tiene otra percepción. En su caso sostiene que “para los opositores, la reforma del Poder Judicial que impulsa el Gobierno implica el fin de la república y eso los impulsó genuinamente a salir a la calle”. Afirma, además, que “el cacerolazo de noviembre lo interpretaron como algo organizado por la sociedad, pero esta vez hubo un acercamiento y una articulación más sistemática entre los organizadores y los políticos de la oposición”.
Los caceroleros
Son los mismos de siempre y no han cambiado. Haime define así a quienes el último jueves salieron a la calle: “Son de sectores medios de la sociedad. Ven atacado su sistema de valores y por eso hablan de dictadura, de sus problemas para viajar y hacer lo que quieran y de la inseguridad; critican el estilo kirchnerista, la política económica y los controles al dólar”. No hay consultor que discrepe de la caracterización de los manifestantes. “La predominancia social de la composición de la multitud fue la clase media”, coincide Ricardo Rouvier, de Rouvier y asociados, y agrega el dato de que hubo “mayor presencia femenina que masculina”.
“Por supuesto, clase media para arriba”, responde Bacman acerca de los participantes del 18-A y asegura haber notado en este cacerolazo “menos jóvenes y más gente grande”. El director del CEOP hace, además, otro aporte: “La protesta tiene su epicentro en la Capital Federal, la zona norte y más rica del Gran Buenos Aires, La Plata, Bahía Blanca, Rosario y Córdoba. Son todos lugares donde los índices de popularidad y aprobación de Cristina Fernández de Kirchner están por debajo de la media. En la ciudad de Buenos Aires tiene 35 puntos de imagen positiva y 38 de aprobación, contra 52 de imagen y 50 de aprobación en promedio nacional”. Para Enrique Zuleta Puceiro, titular de Opinión Pública, Servicios y Mercados (OPSM) la protesta también es un fenómeno de “sectores medios urbanos que se da en el marco de un sistema económico en el que le va mejor a los extremos que a los medios”.
La convocatoria
La presencia de políticos opositores fue el distintivo del último cacerolazo, aunque a ojo de algunos consultores hubo también otra diferencia y pasó por el modo de convocatoria. “Fue más sofisticada”, advierte Del Franco, porque “no surgió a partir de propuestas individuales a través de las redes sociales, sino de responsables de blogs que fueron los que se encargaron de convocar a la gente”. Bacman también destaca que “empezó a aparecer la figura del difusor con nombre y apellido que convoca desde los blogs, diciendo incluso qué carteles llevar y qué decir”. A eso, en parte, atribuye Bacman que haya habido “menos pancartas y consignas agresivas” en anteriores cacerolazos. Rouvier también remarca que “si bien se registraron algunos ataques a medios de prensa considerados oficialistas, no tuvieron la envergadura para considerar que la reunión fue violenta”. Del Franco habla de “menos encono que las otras veces” y Berenstein entiende que esa diferencia “probablemente sea parte del ejercicio democrático o de que la bronca contenida se expresó de otro modo”.
Entre los consultores hay acuerdo en cuanto a que el rechazo a la democratización de la Justicia y la corrupción fueron las consignas dominantes. “Los contenidos de la marcha, en mayor proporción que en las anteriores, fueron una demanda institucional concentrada en la negativa a la reforma judicial, la reelección presidencial, las sospechas de corrupción. En mayor medida las demandas giraron alrededor del valor de la república; del temor a la pérdida republicana”, analiza Rouvier. Zuleta Puceiro apunta que predominó el tema de la Justicia “porque estaba en debate en el Congreso”. “Esta marcha estaba pautada desde enero o febrero. Hubiera sido igual con cualquier consigna”, dice Haime.
Al margen de las demandas derivadas de la agenda política y mediática de los días previos, en segundo plano se repitieron las múltiples consignas que ya se escuchaban en septiembre y noviembre: dólar, inflación, seguridad y casi tantas más como caceroleros hubo. “Resulta notoria la dificultad de identificar intereses compartidos ante tanta vaguedad y diversidad de las consignas expresadas”, señala el director de Ibarómetro, Ignacio Ramírez, para quien “el 18-A, al igual que el 8-N, constituyó una superposición coordinada de desacuerdos individuales”.
La organización
La espontaneidad o no de la protesta ya no es tema de discusión no sólo porque a criterio de algunos, como Del Franco, “no tiene ninguna importancia”, sino porque esta vez saltó a la vista que fue organizada, al punto que hubo blogs que cedieron espacio a los políticos para que convocaran a cacerolear. “Antes la convocatoria surgía por las redes sociales; ahora está la dirigencia política y los medios que actúan como canal de difusión”, expone Haime. “Lo que fue la espontaneidad evolucionó y el cacerolazo se va convirtiendo en marcha. El último no fue un cacerolazo sino una marcha; hubo menos gente en los balcones y más gente movilizándose en la calle”, suma Bacman.
Para Berenstein, también es “absurdo discutir si participó más o menos gente que en las anteriores manifestaciones, porque es imposible de determinar. De lo que no hay duda es de que fue masivo”. “En términos cuantitativos y cualitativos, el 18-A no consiguió empardar el impacto causado por el 8-N”, discrepa Ramírez y propone ese debate. “Son cada vez más numerosas y más abarcativas a nivel nacional”, opina Haime.
La representación
Entre los consultores sigue primando la impresión de que la protesta no sólo es contra el Gobierno, sino también contra los opositores por quienes los que salen a cacerolear no se sienten representados. “Hay un componente muy heterogéneo y lo único que une es la oposición al kirchnerismo”, marca Del Franco. “El sector que se manifestó el último jueves –expresa Haime– sigue sin representación política; la gente critica al Gobierno pero también a la oposición, que no puede ofrecer una alternativa ni explicar lo que quiere hacia el futuro, sino sólo explicar lo que no quiere”. “Sigue estando presente la crisis de representatividad”, acuerda Berenstein, quien dice que eso “pone de manifiesto el pésimo funcionamiento actual de la democracia”. Ramírez reflexiona: “La oposición enfrenta un riesgo principal: confundir ruido y visibilidad con representatividad. Esto es, creer que sus bases potenciales electorales desean confluencias políticas a contrapelo de las identidades, únicamente sostenida en el antikirchnerismo. Lo que las encuestas revelan es que la mayoría del universo opositor demanda renovación de dirigentes y elaboración de un discurso positivo”.
Los votos
En ese contexto, el desafío de los opositores es encontrar la forma de capitalizar electoralmente la protesta y a juzgar por lo que dicen los consultores no les será sencillo. “El 18-A no expresa debilidad del kirchnerismo, sino de la oposición”, afirma categórico Ramírez. Rouvier explica que “el caudal electoral del Frente para la Victoria sigue siendo el principal capital político electoral y la gran distancia que existió entre Cristina Fernández de Kirchner y sus seguidores en el 2011 es la brecha que la oposición tiene que zanjar en la elección legislativa”. Si bien aclara que “las implicancias electorales se verán en el momento oportuno”, Rouvier enfatiza que “hoy todas las encuestas” indican que el oficialismo “sigue siendo la primera minoría en una elección en que pone menos bancas en juego que la oposición”.
“Este sector sin representación política, si no hubiera elecciones, estaría diciendo ‘Que se vayan todos’, pero como hay elecciones, en unos meses va a votar a alguien y nos vamos a enterar a quién diez días antes. Puede ocurrir que el voto se divida o que la sociedad piense en un voto útil”, evalúa Haime.
Del Franco dice que entre los que manifestaron “por ahí hubo alguno que votó medio tironeado, pero en términos generales no se trata de votantes kirchneristas”.
Bacman también sostiene que los cacerolazos no se nutren de la base electoral del kirchnerismo, que oscila entre un 38 y un 40 por ciento. “Estas marchas –precisa– no tocan el núcleo duro K, sino que lo fortalecen. Ese núcleo duro kirchnerista está integrado por gente cuyos intereses defiende el Gobierno y que no se siente representada ni por los políticos que van a estas manifestaciones ni por las consignas que se escuchan en la marcha”.
Zuleta es otro de los que asegura que no hay un efecto electoral inmediato y lo fundamenta con números: “Las encuestas para las PASO de agosto le dan al Frente para la Victoria una intención de voto del 35 por ciento, que proyectado sube al 40 por ciento. No hay nada hoy que pueda bajarlo y se consolida el centroderecha con algo más del 25 por ciento de intención de voto. Por fuera de eso, hay un amplio espectro vacante”. El titular de OPSM concluye que, en todo caso, “el Gobierno perdió la capacidad de incorporar fuerza o está expulsando parte de la coalición” que hace dos años le permitió a CFK ganar con un poco más del 54 por ciento, “pero conserva una ventaja: conserva el monopolio de la agenda; y quien fija la agenda, controla la campaña. Como en 2009, eso acorrala a la oposición y termina dividiéndola”.
(Diario Página 12, domingo 21 de abril de 2013)