A diez años de su lanzamiento original, con el agregado de nuevos materiales, aparece ahora la versión definitiva de un libro que se transformó en un clásico y que narra la vida de quien apoyó la dictadura y fue víctima de ella.
Cuando Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder fue publicado hace diez años, lo que su autora –Graciela Mochkofsky– esperaba que sucediera con el libro no pasó. Esta, que era la biografía de uno de los personajes centrales de la historia del periodismo argentino fue leída como un libro de historia argentina, como un relato de vida, como novela de aprendizaje o formación, como denuncia o –también– como homenaje. Pero no generó un debate sobre la prensa y el poder, que era lo que ella –dice– creía que tenía para aportar en el momento en que apareció. Planeta acaba de relanzar este libro que recibió halagos, entre otros, de Tomás Eloy Martínez, Robert Cox y Tulio Halperin Donghi sobre la vida de Jacobo Timerman, el legendario creador de las revistas Primera Plana y Confirmado en los años sesenta, y de los diarios La Opinión y La Razón en los setenta. Sobre quien se creó –y con los años acrecentó– el mito del editor todopoderoso, superdotado y despótico, tan contradictorio como original en todos los medios que fundó y dirigió.
Mochkofsky dedicó cinco años y medio a trabajar en una minuciosa y compleja investigación sobre esta figura que aun antes de morir ya era leyenda. Distinta a los relatos complacientes, la mirada de la autora es rigurosa. Dedica quince páginas para sus citas y fuentes, lo que transforma a este trabajo en un texto de rigor académico sin que esto atente contra la agilidad y la pasión en la lectura de esta que, al decir de Halperín Donghi, es una "historia muy triste y admirablemente contada".
En la biografía se van entretejiendo sus conexiones políticas y sus alianzas económicas, su participación en el derrocamiento de un presidente civil, su adhesión a las dictaduras de Onganía y Videla, su ambición por convertirse en un personaje clave en la estructura de poder nacional, pero también sus conmovedores momentos de valentía. También su talento e inteligencia y su papel en la vuelta de página que resultó su obra en la renovación del periodismo local. Y los resentimientos que generaba en muchos de sus contemporáneos.
La autora, nacida en Neuquén en 1969, luego de pasar por redacciones de los diarios Página/12 y La Nación, fue fellow de la Nieman Foundation de la Universidad de Harvard en 2009. Coedita actualmente junto con Gabriel Pasquini la revista digital El Puercoespín. Sobre el periodismo, dice: "Aprendí mucho en las redacciones, pero la libertad para elegir qué escribir y cómo hacerlo es de esas pocas cosas en la vida (perdonen el cliché) que no tienen precio. Los libros fueron el modo que encontré de mantener viva mi fe en este oficio, de eludir un final amargo y lleno de resentimiento como el que había visto en tanto otros en su etapa final."
El relato tiene un comienzo sabroso: "Jacobo Timerman no quería que yo escribiera este libro. Me lo dijo cuando lo llamé desde la redacción de Página/12, en diciembre de 1997, para pedirle un primer encuentro. No pude terminar la frase. '¡Ah, cuánto lo siento!', me cortó: no le interesaba revisar su pasado, era 'una historia dolorosa'. Además, preguntó con fingida modestia, '¿A quién podía interesarle?' No iba a darme siquiera la oportunidad de persuadirlo."
En su edición definitiva, esta que se convirtió en una obra clásica de la investigación periodística y la biografía y la historiografía de la Argentina, ilumina aspectos desconocidos de las complejas relaciones entre la prensa y la política.
Diez años después de haber publicado Timerman…, Mochkofsky vuelve a escuchar unos cassettes que unas estudiantes veinteañeras de la Universidad Austral le pasaron en la que fue la última entrevista que Jacobo dio en el bar La Biela. Ya viejo, enfermo, dolorido, habla y –relata la autora– "con la voz característica de Timerman (eses potentes, ves violentas, erres tormentosas) resuena ahora con otra intensidad. (…) Descubro su tono paternal, que antes pasé por alto, y su genuino interés por entender por qué estas cuatro chicas de clase alta –al menos, así las veía él– querían ser periodistas. La charla termina con una nota de nostalgia por la juventud que ahora se me hace bella y honesta. Sus amargas, demoledoras sentencias sobre el periodismo me parecieron entonces las típicas sentencias impostadamente cínicas de un viejo editor. Así hablaban los periodistas veteranos: siempre terminaban diciéndote que no fueras periodista. Yo no les creía una palabra; o, si les creía, pensaba que habían fracasado donde otros (yo) no fracasarían. Porque yo pensaba entonces que no había nada mejor que ser periodista. Ahora, comprendo en las sentencias de Timerman la amarga conclusión realista a la que inevitablemente se llega luego de varias décadas de practicar el periodismo –en la Argentina, pero también en otros lados–. Una conclusión anudada indefectiblemente a una pasión por el oficio que Timerman, sobre el final de su vida, conservaba. Leída en el nuevo contexto en que los argentinos debatimos la relación entre la prensa y el poder, la entrevista es, además de todo, increíblemente actual."
En el video que promociona esta nueva edición se lo escucha a Jacobo en off, hablando de periodismo y criticando al oficio: "El tema es si el periodismo puede proponer en vez de amoldarse. Y acá el periodismo no propone nada pero se va amoldando." Y una frase, rimbombante, que lo pinta también en su personalidad y carácter, y se escucha de boca del protagonista: "He sido el más grande hijo de puta que hubo en esta profesión."
(Diario Tiempo Argentino, sábado 16 de marzo de 2013)