No fue ni un “técnico” ni un civil más, sino uno de los planificadores de la dictadura y un agente de la inestabilidad de 1975. El “éxito” de su plan económico, que fue la pieza central del proyecto de los militares.
No fue simplemente uno más de los “civiles” que colaboraron con el golpe militar del ’76. Tampoco se podrá decir que fue un “especialista” convocado por las Fuerzas Armadas para ponerle el cuerpo y darle nombre a un plan que pasaría a la historia por sus consecuencias políticas, sociales y económicas. Fue más que eso, mucho más. Un digno representante de su clase, la que le dio su nombre –por su abuelo– al pabellón principal del centro de exposición de Palermo aún apropiado por la Sociedad Rural. Honor que el nieto devolvió con creces, articulando primero el apoyo empresario para concretar el golpe de marzo del ’76, y luego ejecutando el plan que constituyó la pieza central del proyecto de largo plazo que alentaba la dictadura, del que se ha dicho, con certeza, que “pocas veces en la historia argentina o de otros países se ha visto operar una redistribución del ingreso regresiva de características tan masivas”.
Su “plan”, formalmente anunciado el 2 de abril de 1976, en realidad comenzó a trazarse y ejecutarse un año antes. Tras la muerte de Juan Domingo Perón en julio de 1974, comenzó la batalla abierta de los grupos de poder contra el Plan Gelbard, del ministro que Isabel Perón mantuvo por algunos meses en el gobierno hasta que cedió a la presión de los sectores dominantes ya aliados con fuerzas militares golpistas. José Ber Gelbard, junto a la CGT, alentaba un pacto social que, con un gobierno debilitado y una central sindical que perdía representatividad frente al avance de sectores combativos, era cada vez más difícil de sostener.
Del lado de enfrente, la entidad que se ocupaba de sumar fuerzas en contra del gobierno era el Consejo Económico Argentina, CEA, presidido por José Alfredo Martínez de Hoz, titular por entonces de Acindar, miembro de la Sociedad Rural y con buena llegada a los militares. Desde ese rol múltiple ejecutó su tarea estratégica. Colocó en el gobierno a quien se convertiría en un estrecho colaborador suyo, Ricardo Zinn, en el rol de viceministro de Economía de Celestino Rodrigo en junio de 1975. Así ejecutarían el violento plan de ajuste conocido como Rodrigazo, que dinamitó la relación del gobierno de Isabel con la CGT y la escasa capacidad de manejo que le quedaba a la viuda de Perón. El camino a la dictadura había quedado prolijamente asfaltado.
Desde el CEA, Martínez de Hoz diseñó el plan de sabotaje de grupos económicos del campo, el comercio, la industria y las finanzas para terminar de derrocar al gobierno. El mismo se reunió, en los meses finales de 1975, con Videla (ya jefe del Ejército) en nombre del CEA para expresarle la preocupación por la conflictividad laboral y la necesidad de una mano firme para controlarla. Llegó el golpe y el plan que se presentó, con razones, como “proyecto refundacional”. El plan tuvo varios hitos, según el análisis de los investigadores Daniel Azpiazu (ya fallecido) y Martín Schorr, de Flacso. Por un lado, hubo una reducción de salarios reales de más del 30 por ciento en el segundo trimestre de 1976 por la devaluación, congelamiento salarial y liberalización de precios (un índice de precios al consumidor del 87,5 por ciento en el período). También se derogaron los derechos laborales y suspendieron actividades gremiales, lo que posibilitó una expulsión masiva de trabajadores y una feroz represión justificada en la necesidad de bajar costos laborales y ganar eficiencia.
A esto se sumó el desmantelamiento de las bases de sustentación del modelo sustitutivo y su correlato en un elevado grado de desindustrialización, reestructuración regresiva del sector fabril, reprimarización del tejido productivo, lo que derivó en la desaparición de numerosas pymes y una creciente concentración del poder económico. La reforma de la Ley de Entidades Financieras, junto a la “tablita cambiaria”, facilitó la especulación de capitales extranjeros. Estas herramientas determinaron la hegemonía de la valorización financiera como eje dinámico del régimen de acumulación, en un marco de crecimiento exponencial de la deuda externa y la fuga de capitales. Finalmente, hubo una profunda apertura importadora, alentada además por la “tablita”. “En apenas cinco años se desarticularon las bases económicas y sociopolíticas de la industrialización sustitutiva y se logró alterar radicalmente la correlación de fuerzas obrero patronales”, concluyen los autores.
Martínez de Hoz tiene bien ganado el reconocimiento de haber sido uno de los ejecutores más lúcidos del plan. Un brillante cuadro de los grupos de poder. Un verdugo de los sectores populares.
(Diario Página 12, domingo 17 de marzo de 2013)