HISTORIA / Mariátegui y la Revolución Permanente (segunda parte) / Escribe: José Pereira






(viene de la edición de ayer)

El cambio de nombre del partido, decidido solo por sus vértices, fue el repentino principio de un proceso de “desmariateguización”, de castración de la fuerza de la doctrina revolucionaria de Mariátegui para convertirlo en el icono inofensivo de la ideología oficial de la Internacional Comunista.


La degeneración de la Internacional Comunista

Mariátegui no puede ser reivindicado orgánicamente por ninguna de las corrientes que llevaron a la escisión de la Internacional Comunista. Menos que nadie por la corriente estalinista, que convirtió primeramente el partido mundial de la revolución en una agencia de política exterior en defensa de los intereses de la burocracia en el poder en la URSS, para luego liquidarlo en un extremo acto de sumisión a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos interesa aquí es evidenciar como, por los derroteros de un pensamiento original, independiente y mediante la aplicación del método marxista, Mariátegui había llegado a las mismas conclusiones generales que Lenin y Trotsky en cuanto a la revolución en los países coloniales, enriqueciéndolas desde el punto de vista de las peculiaridades de la revolución latinoamericana. La lectura de la diatriba entre Mariátegui y la Internacional Comunista, que lo consideraba un “hereje” fuera del control, no deja lugar a dudas al respecto de ésta afirmación.

Mariátegui subestimó y no comprendió plenamente el proceso de degeneración en la Internacional. Todavía en 1925 escribía “pero los resultados de la polémica[entre la Oposición de Izquierda de Trotsky y el bloque mayoritario Stalin-Bujarin-Zinoviev, NdR] no engendrarán un cisma. Los leaders de la vieja guardia bolchevique… ya han dado explícitamente su adhesión a la tesis de la necesidad de democratizar el partido[2]”. Estas afirmaciones y pronósticos estaban totalmente alejados de la realidad, una realidad que Mariátegui, hay que recordarlo, nunca conoció personalmente.

La Internacional Comunista fue fundada en 1919. Sus primeros años de vida fueron años de guerra civil, de lucha por la defensa de la Revolución Rusa que pasaba inevitablemente por la victoria de la Revolución Mundial. Incluso en esta situación objetivamente difícil la Internacional celebró un Congreso cada año hasta 1922, congresos en que se discutieron y afrontaron con la máxima democracia divergencias para nada secundarias, como por ejemplo la cuestión del Frente Único y la revolución en los países coloniales. Después de la muerte de Lenin la Internacional realizó su Vº Congreso en junio de 1924 y su VIº Congreso recién en 1928, cuatro años después, un periodo utilizado por la mayoría al poder para liquidar la Oposición de Izquierda de Trotsky de manera burocrática e impidiéndole cualquier contacto con el resto de la Internacional.

Las medidas excepcionales dictadas en 1921 en el X Congreso del Partido Comunista de la URSS, fueron utilizadas para expulsar a la Oposición de Izquierda y desterrar a sus dirigentes. En aquel Congreso se decidió vetar temporalmente la formación de fracciones al interior del partido. Sin embargo ésta era para Lenin una medida de carácter temporal y de interpretación flexible. Frente a una moción presentada por Riazanóv que pretendía extender el veto a futuros congresos, Lenin se opuso con esta argumentación: “Este Congreso no puede tomar decisiones vinculantes que afectarían a las elecciones al próximo congreso. Si las circunstancias provocan desacuerdos fundamentales, ¿cómo se puede prohibir su presentación para la consideración del partido en su conjunto? ¡No podemos![3]”.


La discusión democrática había sido sustituida por la maniobra burocrática de una dirección más atenta a cuidar su supuesta infalibilidad, su prestigio y poder que a la formación y educación de los cuadros. La misma selección de los cuadros se resentía.. El servilismo y el oportunismo eran premiados por encima de cualquier otra capacidad. Gramsci, en cierto sentido maestro de Mariátegui, envío en 1926 una carta en nombre de la Oficina Política del Partido Comunista de Italia, en la cual, justificando la línea de la mayoría del PCUS conformada por el bloque Stalin – Bujarin con argumentaciones con las que no estamos de acuerdo y en cuyo análisis no podemos aquí ahondar, apelaba a la unidad del “partido dirigente de la Internacional” en nombre de la cual expresaba su ingenua convicción que Stalin no hubiese recurrido a “medidas excesivas” como las expulsiones. Este simple llamado junto a una línea en que Gramsci reconocía que Trotsky, Zinoviev y Kamenev son los que “han contribuido poderosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido algunas veces muy enérgica y severamente y han sido nuestros maestros”, fue suficiente para que su carta nunca fuese leída por el delegado del PCdI en la Internacional, aquel Palmiro Togliatti que Gramsci consideraba un mediocre y que Stalin promovió a máximo dirigente de la Internacional. Esta carta fue ocultada al mismo Partido Comunista de Italia hasta 1964.

Mariátegui y las “figuras” de la Internacional Comunista

Mariátegui, a diferencia de Gramsci, no conocía personalmente a ninguno de los dirigentes de la Internacional. Es interesante destacar como su apreciación de la escisión en la URSS maduró a medida que pudiese documentarse. El mismo Mariátegui nos dice que solo pudo leer El Nuevo Curso , el largo artículo con el que Trotsky empezó su batalla en el partido, enfocándose en la defensa de su democracia interna. Todavía en 1925, en el artículo antes citado, Mariátegui se hace eco de las calumnias vertidas contra Trotsky. Considera a este último el líder de una “una fracción o una tendencia derrotadas dentro del bolchevismo”, más aun uno que “no ha sido nunca un bolchevique ortodoxo. Perteneció al menchevismo hasta la guerra mun¬dial… y sólo en julio de 1917 se enroló en el bolchevismo”; y concluía “la opinión de Lenin diver¬gió de la opinión de Trotsky respecto a los pro¬blemas más graves de la revolución”.

Sin embargo tan solo tres años más tarde y en medio de su propia disputa con la Internacional Comunista, Mariátegui corrige radicalmente sus valoraciones, escribiendo:

“Trotsky, desterrado de la Rusia de los Soviets: he aquí un acontecimiento al que fácil- mente no puede acostumbrarse la opinión revolucionaria del mundo. Nunca admitió el optimismo revolucionario la posibilidad de que esta revolución concluyera, como la francesa, condenando a sus héroes… La opinión trotskista tiene una función útil en la política soviética. Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia marxista, frente a la fluencia desbordada e indócil de la realidad rusa. Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revolución socialista. La revolución rusa debe su valor internacional, ecuménico, su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva civilización, al pensamiento de Trotsky… Lenin, apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de Trotsky, quien, a su vez, —como lo atestigua el volumen en que están reunidos- sus escritos sobre el jefe de la revolución—, acató sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotsky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotsky y el partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotsky no contaba con la confianza total del partido... su posición singular —equidistante del bolchevismo y del menchevismo— durante los años corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución, hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido[4]”.

Sin embargo incluso en este escrito Mariátegui sigue considerando que “en la mayor parte de lo que concierne a la política agraria e industrial, a la lucha contra el burocratismo y el espíritu NEP, el trotskismo sabe de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas. En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las posibilidades”.


La Oposición de Izquierda

En 1928, a solo un año del destierro de Trotsky y la expulsión de la Oposición de Izquierda, los hechos se habían encargado de demostrar la validez y necesidad de su batalla. Ya en 1926 el 60% de todo el trigo a la venta estaba en manos de los campesinos ricos, kulaks, que representaban apenas el 6% de la población y acumulaban un poder cada vez mayor. En 1928 las provisiones de trigo adquiridas por el Estado se habían reducido de 428 millones de pud (equivalente a 16 kilos) a 300 millones[5]. El peligro de carestía en las ciudades era inminente.

(sigue en la edición de mañana)

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