(viene de la edición de ayer)
Otros que también prefieren no trascender los umbrales del anonimato, se regocijan recordando y señalando los lugares en donde habría descansado en alguno de sus últimos periplos por el departamento de Luján de Cuyo.
Hitos y mojones jalonan algunas calles de Vistalba y Chacras, cristalizados en grandes rocas pintadas toscamente con cal, con claras intenciones que en un futuro cercano se transformen en “el camino de San Frustrado”, homologando aquella ruta que realizó el célebre evangelista y es ahora tan transitada en Compostela.
Se ha visto más de un tronco de olivo a la vera de la calle, con la leyenda tallada por un cuchillo o cortaplumas que dice: “por aquí pasó y no se detuvo” y en otros, tal vez menos, “aquí se detuvo y descansó”.
Pero vayamos a esos hechos que engrandecen su figura desde la humildad de los antecedentes rescatados: en vida, comentan algunos seguidores, habría sido un empleado modesto de alguna de las empresas que parece identificarse iconográficamente con el carné rescatado y expuesto en la ermita.
Con su esfuerzo habría construido su casa, comprado un vehículo nuevo para el traslado familiar, educado a sus hijos y habría, como el resto de sus compañeros, disfrutado de vacaciones cada año.
Llegados los años en que el neoliberalismo recaló en la Argentina, de la mano del gobierno del innombrable y sus asesores, fue privatizada la empresa en que trabajaba y allí comenzó el triste y doloroso viaje que lo llevó al destino que ahora ocupa.
Cobró el dinero de indemnización que le correspondía por los años de servicios cumplidos, como parte establecida por el retiro voluntario y como no tenía los años necesarios para acceder a la jubilación, intentó infructuosamente varios emprendimientos sin éxito.
En su desolada inspiración, se le escuchaba decir por esos días, aunque aun era inconciente del destino que le aguardaba, que “una sucesión de fracasos era ya de por sí un éxito”, (esto según los apologistas encargados de recopilar los testimonios orales que aun perduran en circulación).
Fue engañado, estafado, calumniado y perseguido por propios y ajenos: una AFJP, que ya no existe, quedó con parte de sus ahorros, varias inversoras y bancos con el resto. Ex compañeros de trabajo en las mismas condiciones se llegaron a su domicilio a requerir alguna ayuda que jamás fue devuelta. Sus propios hijos, ya educados en la universidad y exitosos profesionales, le dieron vuelta la espalda enrostrándole falta de espíritu de iniciativa y lucro. Su esposa, al ver que los días transcurrían sin que lograra alguna ocupación rentada lo abandonó por el gerente de una concesionaria de autos importados.
Quedó solo, sin familia y amigos, viviendo en una casa prestada, porque la suya había sido embargada por deudas contraídas con instituciones bancarias por dinero requerido para un viaje a Miami de su esposa, en un tour de compras.
Afligido, desmoralizado, cayó en una profunda depresión, cuya única escapatoria era el suicidio. Alternativa que repugnaba a su espíritu cristiano, pero que frente a la humillación y vergüenza que sentía de sí mismo, la veía como una posibilidad, como una salida no decorosa por supuesto, a sus padecimientos.
Demás está decir que las deudas lo habían llevado a recluirse en una pieza de donde sólo salía para sus necesidades básicas.
En ese suplicio, no podría continuar. Esta conclusión lo llevó a buscar entre unos trastos olvidados una vieja pistola que contaba con dos proyectiles. Uno le sirvió de prueba, con el que destrozó una botella de sidra que colocó a unos cinco metros y la otra, la dispuso para acabar con su vida, colocando el caño en la sien. Martilló una, dos, tres, cinco veces y la bala no salió, por lo que, decepcionado, abandonó la operación.
Corrió con una soga, la ató a un palo del parral y con el otro extremo y la ayuda de una silla vieja, se la enrolló al cuello y se arrojó al vacío, con tal suerte que la cuerda se cortó y el palo cedió, quebrándose.
Ante estos dos fracasos, corrió nuevamente a la cocina para meter la cabeza en el horno del artefacto, con el propósito de intoxicarse con gas. No pudo ser, le habían cortado el suministro.
Tres intentos frustrados le hicieron reflexionar que la providencia le tenía reservada una misión especial. Con un profundo alarido exclamó: ¡Eureka! Como siglos atrás había dicho Arquímedes frente a su importante descubrimiento. Fue un acto de súbita iluminación, se sintió nuevo, joven, henchido de energía, con una alegría nunca experimentada.
No pudo quedarse quieto, en su alma no cabía tanta algarabía, tenía que contarle a alguien su descubrimiento y compartir su gracia. Quien mejor que el cura de la parroquia del barrio, el único con el que mantenía una comunicación fluida.
Tan entusiasmado y agitado sentía el corazón, con un alborozo jamás experimentado que no vio al auto que se acercaba a toda velocidad por la calle que pensaba atravesar.
Quedó allí, hecho un saco sanguinolento de huesos destrozados, con los ojos vueltos al cielo y una mirada plácida y feliz.