En la puerta de entrada de la guardia de la Casa de Gobierno, hay un pimiento gigantesco, en cuya base se ha instalado una pequeña ermita con una imagen que convoca la atención y devoción de infinidad de gente.
Largas colas desde la mañana temprano se alternan para llegar a la cercanía de la pequeña gruta, apenas adornada con flores plásticas y rodeada por residuos de sebo de las velas que permanecen encendidas en forma constante.
Largas colas desfilan durante el día y largas colas continúan hasta pasada la media noche, momento en que comienzan a dispersarse los penitentes que la milagrosa imagen concentra.
Hasta el gobernador en persona y varios de sus ministros, como también funcionarios de los tres poderes pasan, se detienen y en silencio elevan alguna plegaria, en la certeza que van a ser escuchados por aquella alma milagrosa, que en vida fue desgarrada por el sufrimiento.
No faltan los uniformados, la guardia de honor de la Bandera del Ejército de los Andes, con sus uniformes de gala de la Policía de Mendoza y la permanente que ronda el edificio público, que paseen en sus horas de custodia obligada, seguramente haciendo sus mudas solicitudes, las que no se dejan traslucir en sus rostros severos e inmutables. Pero que todo el mundo intuye, calla y olvida, porque a la final concluye la gente, tácita y secretamente, son seres humanos como todos y también tienen la condena de la existencia y los problemas que ella acarrea.
Las delegaciones y funcionarios externos, a quienes les ha llegado la noticia de los prodigios cumplidos por aquella imagen misteriosa, no dejan de detenerse un instante en el sacro lugar, a la espera de ver cumplida alguna esperanza peregrina, antes de cumplir con sus importantes misiones.
Las reiteradas manifestaciones que asolan el frente y la escalinata de la entrada principal, congregados por diversos reclamos, donde hacen explotar su artillería de bombas y cohetes a la espera de ser recibidas por las autoridades, una vez terminada la protesta, bajan sus voces, acallan sus bombos y caminan en un silencio cargado de expectativas hacia el aguaribay que resguarda la imagen de San Frustrado.
Dado que el lugar es abarrotado con las prendas que va dejando la gente que ve cumplidas sus promesas, diariamente un camión de la municipalidad traslada a diferentes instituciones filantrópicas el remanente de lo acumulado, puesto que de no realizarse con esa frecuencia tan escrupulosa, montañas de yesos, trajes de novia, botellas, instrumentos musicales, cubiertas, artículos de diversa naturaleza, motocicletas y otros vehículos menores, impedirían el acceso de servicio y permanente de esas oficinas públicas tan transitadas. Esto sin contar los altos de papeles, el verdadero tributo requerido por el recordado difunto, consistente en boletas de empeño, exhortos y apremios judiciales, prendas e hipotecas, embargos y cualquier formulario de requerimiento de pago, como los que él padeció en vida y, sin quererlo, y mucho menos, desearlo, lo llevaron a esa situación escatológica.
Algunos que parecen reconocer la imagen desteñida que luce el amarillento y ajado carné de Gas del Estado o Yacimientos Petrolíferos Fiscales, relatan ante los demás la historia que circula de boca en boca entre sus seguidores.
Los nombres desfilan sin la certeza correspondiente, como sucede en estos casos en que interviene la fe popular y va modificando, cuando no, torciendo hacia su lado la nominación, intentando acercarse de ese modo a esa alma piadosa. Por ello, algunos comienzan identificándolo con un tal Abel, otros con Abelardo, Alejandro, Alejo, Amado, Amador, Ángel, Angelino, Anselmo o Adelmo, Antenor, Antonio, Armando, Artemio, Augusto, Avelino, Belisario, Benito, Benedicto, Berguesio, Bonifacio, Braulio, Carlos, Celedonio, Celso, César, Claudio, Cleto, Clemente, Crescencio, hasta llegar a Zenón y Zoilo, después de haber agotado infructuosamente todo el diccionario de nombres de manera creciente, para rendirse luego de tanto esfuerzo de memoria, en la invención repetentina que lo identifica con el homenaje a su porfiada y resignada frustración. De allí la gravedad y trascendencia del nombre al fin aceptado, de Frustrado y el san que le antecede, en reconocimiento unánime a sus santos favores. Los que, providencialmente han sido diseminados entre la población de escasos recursos, justamente, los que más han sido castigados por esa década funesta y devastadora.
Tampoco pueden reconocer apellido alguno e incluso, parece no importar, cosa entendible ya que esa omisión no mengua la creencia y fe popular que se agigantan cada día, con la rigurosidad de los milagros cumplidos, según el propio testimonio de los solicitantes. Dicen que al respecto, hay quien lleva un registro de las bienaventuranzas cumplidas en un libro de tapas de cuero y letras doradas, que es celosamente guardado bajo varias llaves, al sólo efecto de ser remitido al Vaticano, para que la Congregación para las causas de los Santos, institución encargada de concentrar los antecedentes y testimonios, comience las actuaciones del largo trámite de su reconocimiento y posterior consagración, como el primer santo latinoamericano de la posmodernidad. Pero eso, es harina de otro costal y nos desviaríamos de la lejana referencia que nos ha llegado de esta versión actualizada del “Caballero de la triste figura”.
Seguramente, en estas gestiones hay diversos intereses cruzados y ocultos que intentan monopolizar de alguna forma, la influencia de la fe concitada por esta imagen entronizada por el pueblo. Incluso hay versiones herméticas, relacionadas con el culto esotérico de la imagen que lo vinculan a ritos druidas, del candomblé y umbandas, cuando no, a legiones rebeldes de la masonería.
También circulan algunas versiones, no sin cierto asidero también, que algunas santerías locales difunden entre su clientela los prodigios, a fin de aumentar la venta de velas y otros artículos de escasa salida de sus negocios.
Dentro de sus apologistas, cuyos nombres se mantienen en estricto secreto y anonimato como colaboración y respeto a su obra pía y silenciosa, circulan con cierta precisión algunos detalles cruciales de su vida que hacen a su reciente reconocido martirologio.
En este sentido, conforme los relatos descriptivos, se pueden relacionar e inferir algunas hipótesis que convergen sobre su origen. No el remoto, desde luego, sino a los avatares de sus últimos días. Esto, según algunos exégetas próximos, parecen aseverar no sin cierto sentido y, sólo según testimonios discretamente verificables, que en ciertos días, no se puede precisar los meses ni la estación del año, pero si ubicarlos en la década del noventa, se lo veía transitar por la vera del río Mendoza, con la mirada perdida, buscando vaya a saber qué respuesta o qué objeto descartado, algunas veces orientada hacia el lecho de las aguas del milenario cauce y otras, con cierto desdén hacia la montañas, como queriendo acompañar al sol en su trayectoria crepuscular. Hay quienes atribuyen a esta última observación, una temprana vocación misional no asumida, pero sí manifiesta en su postura desapegada y desdeñosa.
En algunos cenáculos, en donde ha salido esta escena a la luz de la discusión, se la ha asimilado a un reflejo protogenético de su acción piadosa aun no asumida.
Sin embargo, no todos los doxógrafos convocados están de acuerdo en tal hipótesis. Prefieren que las mismas queden a la espera de resolución en tiempos más distantes de su paso terrenal. Seguramente, en aguardo a que la historia decante naturalmente las verdades: “la paja será apartada del verdadero trigo y los granos surgirán a la luz con vigorosa energía”, es la conclusión que cierra cada conciliábulo, no sin dejar antes entornada la puerta a nuevas controversias que enriquezcan el legado.
En alguna ocasión, alguien que requirió no ser nombrado, lo vio furtivamente recogiendo residuos de comida de los tachos de algunas residencias tradicionales, los que luego de sasonarlos, se los llevaba presurosamente a la boca y, satisfecho ese golpe de apetito, regaba la ingesta eventual con vino que llevaba en una caramañola de aluminio forrada. Aseveración ésta, no ratificada ni tampoco rectificada, como todos los sucedidos…
(continua mañana)