Lo quieren usar para la política interna de Argentina. Como si en vez de Papa, lo hubieran nombrado párroco de San Isidro o de Chascomús. Quieren ponerlo en la “chiquita” de las próximas elecciones nacionales, como si el Papa fuera candidato a diputado, o dirigente de algún partido político local.
Cuando uno escucha ciertos discursos mediáticos sobre el Papa, nota que los que ya sienten perder las próximas elecciones, tratan de usar al Pontífice como tabla de salvación.
Él es argentino, pero no lo han nombrado para accionar sobre Argentina. Al menos, no principalmente. Tiene delante el mapa del mundo. Y no es poco lo que tiene para enfrentar y –si puede– para resolver. Por supuesto que produce simpatía en nuestro país que el Papa sea argentino, pero tampoco puede seguirse la charlatanería que convierte su figura en un homólogo de Maradona, Tinelli, Ginóbili o el dulce de leche. La función que le toca a Francisco ya no es la que tenía Bergoglio. Si mantiene los mismos reflejos de antes de ser Papa, no estaría respondiendo a los desafíos y niveles de su nuevo lugar institucional. No está para hacer de argentino sino de Papa, al margen de lo que algunos argentinos quieran hacer de él.
Es hombre lúcido y activo. Hay quienes le adscriben sobreactuación, como en sus publicitados gestos de humildad: finalmente, casi todos pagamos nuestros hoteles y somos muchos los que andamos en micro. Pero sea como sea que se interpreten sus gestos, no cabe duda que van en una dirección: relegitimar a la Iglesia en momentos de grave crisis de la misma. Salir del desprestigio implicado en innumerables casos de pederastia, en la corrupción de las finanzas vaticanas y en la red de uso sexual denunciada en el informe que acabó con el pontificado de Benedicto.
¿Cómo piensa salir Francisco? Cambiando la imagen, si bien no la ideología. Él no está en ese lugar porque sea muy lejano al pensamiento de Ratzinger; si fuera muy diferente, los cardenales que este ubicó no lo hubieran votado. Pero sí es diferente en la producción de imagen social: referir a los pobres, señalar que se limpiará la Iglesia.
La polémica de si su relación a los pobres es auténtica o no, olvida que Bergoglio envió laicos a las villas desde hace ya mucho tiempo. El tema es que mandó laicos a luchar por una posición integrista, que pretende que la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia es suficiente para resolver los problemas de pobreza. Posición que, por ello, confronta con la de los gobiernos que actualmente vienen bajando los índices de pobreza en Latinoamérica. Y que no resulta contradictoria con haber guardado silencio durante la dictadura, según se ha denunciado (no primeramente por parte de la prensa, sino de testigos vivenciales).
No hay, entonces, oposición entre referir a los pobres, y sostener versiones conservadoras sobre los mismos. La diferencia con Benedicto es que este se quedaba encerrado en su escritorio, como pensador y teólogo, y que Francisco busca mejorar la golpeada imagen de la Iglesia, llevando estas posiciones a una presencia concreta en la sociedad.
Claro que esto debe hacerse con delicadeza, si es que no quieren plantearse problemas diplomáticos, y si no se quiere dividir a la grey católica, una parte de la cual apoya a los gobiernos populares latinoamericanos (el presidente Correa, por ejemplo, es de fuerte formación católica). Un Papa debe ponerse por encima de los fraccionalismos, más aún cuando la situación de la Iglesia es hoy altamente comprometida.
Bergoglio es hombre muy activo, pero ya de avanzada edad. Le falta un pulmón, tiene problemas cuando viaja. No conoce de cerca los barrocos pasillos vaticanos; una serie de factores que no lo ayudan en su idea de reposicionar a la Iglesia. Los gestos para la TV son fáciles de hacer, la transformación efectiva de la institución no lo es. Hay quien supone que ha sido llevado al papado precisamente por un sector del Vaticano que quiere seguir “cogobernando” la Iglesia, como de algún modo denunciara Benedicto.
Hay mucho de qué ocuparse, entonces. Y queda claro que la superchería mediática, el menguado entusiasmo en la catedral el día del nombramiento (menos de 1.000 personas conjuntadas), los usos semirridículos que algunos pretenden hacer desde el periodismo y la política caen muy por debajo de la densidad de la situación. La Iglesia, institución milenaria, está planetariamente en crisis, y la posibilidad de reposicionarla requiere mucho más que gestos papales multiplicados por las agencias de noticias y la televisión.
(Diario Jornada, martes 19 de marzo de 2013)