HISTORIA / Cincuenta balas para Frondizi / Escribe: Hernán Invernizzi






Hace 38 años la Triple A fusilaba a Silvio Frondizi, uno de los intelectuales de izquierda más relevantes de la Argentina, que no le escapó al debate y a la acción política.


Isabel Ercoli y Julio Frondizi tuvieron 14 hijos y los tres menores se destacaron en la vida pública: Arturo fue presidente; Risieri fue rector de la UBA y Silvio, militante político, defensor de los derechos humanos, fue uno de los intelectuales de izquierda más relevantes de la Argentina. Nació en Paso de los Libres, Corrientes, el 19 de enero de 1907. En la adolescencia se instaló en Buenos Aires, en donde completó la secundaria y se recibió de abogado y de profesor de Historia. Hasta mediados de los ’40 enseñó en la Universidad de Tucumán, a cuyo Consejo Académico renunció cuando fue intervenida por el golpe del ’43. Unos años después el primer peronismo lo separó de la vida universitaria, a la cual pudo regresar en 1958, primero como profesor de Derecho Político en la Universidad de La Plata y después como docente de Derecho Público en la UBA, donde en 1963 comenzó a dictar la cátedra paralela de Sociología Argentina. El golpe del ’66 volvió a dejarlo sin cátedras.

Fue fundador y referente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), donde se iniciaron no pocos cuadros políticos, intelectuales y periodistas referenciales de las siguientes décadas. Escribió libros y folletos y dio clases, charlas y debates imprescindibles para entender el desarrollo de las izquierdas locales. A pesar de su protagonismo en la cultura de izquierda, durante las últimas décadas sólo un libro volvió a colocarlo en el presente: El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, de Horacio Tarcus.

Si hay un intelectual-militante para entender cabalmente a las generaciones del ’60 y del ’70, ése fue Silvio Frondizi, que se instaló en el difícil y hasta excepcional lugar de cuestionar al estalinismo, al trotsquismo y al peronismo por igual.

Estudió marxismo por su propia cuenta y fue quizás su doble condición de independiente y autodidacta lo que facilitó uno de los rasgos distintivos de su pensamiento: el rechazo de todo dogmatismo, flexibilidad teórica y convicción revolucionaria. Anclado en los textos clásicos del marxismo, Frondizi detestaba el mecanicismo, el economicismo y el reduccionismo, lo cual lo colocaba antes en el lugar de un intelectual revolucionario que en el de un dirigente político.


Rechazó con pasión y rigor a los izquierdismos que diagnosticaban –como médicos ante un paciente terminal– que el peronismo es apenas una variante tardía del fascismo europeo. Cuestionó al PC por haberse alejado del marxismo, por su estalinismo y sus incoherencias políticas. Al trotsquismo por su recalcitrante sectarismo, a las izquierdas en general por su gorilismo elitista y al peronismo por su incapacidad para llevar adelante las tareas que la historia ponía frente a sus narices. A las izquierdas más radicales les recordó que la democracia y la legalidad no eran apenas trampas burguesas y que la revolución también era un proceso cultural.

En su folleto La integración mundial, última etapa del capitalismo, de 1947, se anticipó a varios de los debates actuales sobre la globalización y los Estados nacionales. El núcleo de su pensamiento está en La realidad argentina (2 tomos de 1955 y 1956), que es su obra más analizada, pero que fue actualizada de hecho por sus posteriores publicaciones (en las que es visible la influencia de Gramsci, al cual comenzó a leer a fines de los ’50) y por su actividad política de las décadas siguientes.

Si bien fue centralmente un intelectual y un maestro, no le escapó a la responsabilidad de la militancia. En 1959 –cuando algunas izquierdas desconfiaban de aquellos barbudos– celebró la Revolución Cubana en forma inmediata y sin dudarlo. A partir del Cordobazo se convirtió en uno de los principales defensores de presos políticos sin importarle a cuál organización pertenecieran. A principios de los ’70 se relacionó con el PRT y participó en sus organizaciones frentistas y de masas como el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) y el Movimiento Sindical de Base (MSB). En 1973, como extrapartidario, fue candidato a senador por el Frente de Izquierda Popular (Frip).

“Disfrazado número Uno.” Vivía amenazado. En 1972, cuando era director de la revista Nuevo Hombre (tras el alejamiento de su fundador, Enrique Jarito Walker) la Policía Federal se lo llevó preso pero tuvo que soltarlo. Volvieron a detenerlo y apenas salió en libertad convocó a una conferencia de prensa para denunciar las torturas a los presos políticos. Entonces le pusieron una bomba en la revista y después otra en su estudio de abogado. En enero de 1974, la Triple A difundió un comunicado en el cual informaba que una serie de dirigentes y personalidades serían “inmediatamente ejecutadas en donde se las encuentre”. Entre ellos estaban Gustavo Roca, Armando Jaime, Raimundo Ongaro, Agustín Tosco, Roberto Quieto, Julio Troxler, el obispo Angelelli, el coronel Perlinger (entonces defensor de este cronista) y Silvio Frondizi, entre otros. Cuando en agosto de 1974 el Ejército fusiló a 16 guerrilleros del ERP en Catamarca, allá fueron los abogados Marca, Rípodas, Marcolli, Díaz Martínez (poco después todos fueron encarcelados), Alfredo Curutchet (asesinado por la Triple A el 11 de septiembre de 1974) y el mayor de todos, Frondizi, con 67 años.


El viernes 27 de septiembre de 1974 la Triple A irrumpió en el edificio de la calle Cangallo, donde vivía. El subcomisario Juan Ramón Morales y el subinspector Rodolfo Almirón estaban al mando de los ocho sicarios. Lo arrastraron de los pelos hacia la calle. Su cuñado, Luis Mendiburu, militante de la JP, corrió desarmado en su defensa y lo mataron a tiros. Un par de horas después la Triple A emitió un comunicado: “Sepa el pueblo argentino que a las 14.20 fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de los traidores, comunista y bolchevique”. El cadáver apareció en Ezeiza atravesado por más de 50 tiros.

Alrededor de los féretros de Silvio Frondizi y Luis Mendiburu el velorio se llenó de militantes, banderas y consignas de todas las tendencias populares. Cuando el cortejo avanzaba hacia la Chacarita fue atacado por la Policía Federal: no contentos con asesinarlos, las tropas del comisario Villar reprimieron a sus deudos y secuestraron los ataúdes por varias horas. La dictadura militar prohibió sus libros y por las dudas también destruyó su enorme biblioteca, que ocupaba todo un departamento del edificio de la calle Cangallo (hoy Perón), que consultaron por igual militantes de cualquier organización del campo popular.

(Fuente: Miradas al Sur, domingo 23 de septiembre de 2012)

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