Después de la revolución de 1955 esta salida quedó abierta. Lo cierto es que actualmente se encuentra en exposiciones europeas y en particular en el Museu Nacional d'Art de Catalunya.
El legado Cambó es un conjunto de pintura con identidad propia que abarca la historia de la pintura europea desde el siglo XIV hasta principios del siglo XIX.
El de Francesc Cambó (Verges, 1876 - Buenos Aires, 1947) es un ejemplo de coleccionismo programado que refleja algo más que el gusto y la satisfacción personales, es un coleccionismo cuya voluntad es agrupar obras de los grandes maestros para completar las series medievales del mnac.
Son obras que marcan el paso del gótico al Renacimiento, que hablan de la perfección del arte de las distintas escuelas del Quattrocento italiano, de la sensualidad de la pintura de los grandes maestros venecianos del Cinquecento, de la sátira moralizadora deudora de la Reforma, del auge económico de los Países Bajos en el siglo XVII y de la grandeza del Siglo de Oro español, y que llegan a la plenitud del rococó, tanto veneciano como francés, para cerrar el discurso artístico con el genio renovador de Francisco de Goya.
Las tres tablas del Maestro de la Madona Cini (mnac/mac 64964-64966) se exhiben en el ámbito 27 (Pintores italianos); la Predela con san Juan Bautista, la Anunciación, la Crucifixión y santa Catalina, de Francesc Comes, se muestra en el ámbito 28 (La evolución italianizante), y, finalmente, el Bodegón de cacharros de Francisco de Zurbarán se expone en el ámbito 49 (El Siglo de Oro español. Francisco
Con la incorporación de sus cuadros al Museo de nuestra ciudad, Francisco Cambó habrá realizado para su país lo que acaso ningún otro ciudadano de este siglo haya logrado: darnos a leer en nuestra lengua la fuente inagotable, base de auténtica cultura, los clásicos griegos y latinos, y legar al Museo de Barcelona medio centenar de obras de los grandes maestros de la pintura, desde Giotto hasta el pasado siglo.
Adquirir, en pleno siglo XX, cincuenta cuadros certificados de los mejores pintores, representa un esfuerzo extraordinario de búsqueda, aparte de su coste excepcional; pero reunirlos con l a sola intención de legarlos a la Ciudad, cuyo museo, el primero del mundo en arte románico, es más bien pobre en pintura que podríamos denominar del gran período, es un gesto de auténtico mecenas, con un sentido de su misión ante la historia que pocos son hoy capaces de sentir.
Esta ciudad nuestra, donde apenas hay ocasión de admirar originales de los grandes pintores, verá ahora enriquecer su Museo con dos pequeñas tablas de l a escuela de Giotto, una gran Madonna con santos de Ghirlandajo, no se sabe si de Domenico, el florentino que nos ha legado un retrato tan magnífico de su época, o de su hermano Roberto.
Otra Madonna al fresco de Perugino y l a encantadora Virgen con el Niño y ángeles, tan graciosos, que si l a gracia, la de mejor especie, Lastara, fra Filippo (dice Berenson) sería quizá el mayor de los pintores florentinos anteriores a Leonardo.
Esta Virgen. en muy buen estado de conservación, es una de las mejores obras de la colección.
El pequeño San Juan, de tonos tinos, atribuido a Botticelli, un retrato femenino de Rafael y el discutido y ya célebre Antonello de Mesina, inferior a los del Louvre y colección Trivulzio.
Y continuando con Italia, podremos admirar los grandes venecianos: el cuadro de Tiziano, casi idéntico al del Louvre, con l a indolente serenidad de l a bella Lauro Dianti; el retrato de viejo de Tintoretto, granate y piel blanca como hay otros parecidos.
El retrato de dama de Sebastiano del Piambo, el veneciano que supo apropiarse la elegancia y grandiosidad de Miguel Angel; un Veronés de menos calidad, retocado sin duda; y los tres Tiepolos, tan hábiles y en magnífico estado, muestra del último veneciano, menos profundo y algo teatral.
Y encontraremos el Flandes detallista con Metsys y el Flandes opulento con el retrato de lady Arundel de Pablo Pedro Rubens.
Y Holanda con el retrato de Titus el hijo de Rembrandt, retrato impresionante pintado, se dice, por un discípulo de Rembrandt, pero donde acaso asome la mano del maestro maravilloso que supo, con la magia de la luz, mostrar el alma de los seres y la íntima poesía de las cosas.
Un retrato portentoso de Murillo.
Y encontraremos el amable siglo XVIII, con un retrato femenino de Gainsborough, y dos cuadros de estaciones de Pater. el discípulo de Watteau, y en fin Goya.
Éstos, con otros muchos cuadros que no podemos citar, constituyen el legado Cambó.
Quede esta nota en ((Cuadernos de Arquitectura)) como expresión del recuerdo agradecido que elevarán en el fondo de su corazón todos cuantos vayan a contemplar el regalo maravilloso que Francisco Cambó nos había dejado y que los enemigos del pueblo y de la Patria argentinos, dejaron que se fuera del país y la Argentina no pudiera contar con tan importante colección..