
El desarrollo inicial de la industria en la Argentina –más allá de las factorías directamente vinculadas con el sector agropecuario y los talleres requeridos por la expansión ferroviaria primero y luego los automotores– fue una consecuencia de factores exógenos, como las guerras mundiales, que limitaban el acceso a la importación de manufacturas.

Hasta 1944 se consideraba a su expansión como fenómeno circunstancial, vigente en tanto las cosas no volvieran a “la normalidad “ del modelo agroexportador. Esto último nunca ocurrió. Pero recién con la llegada al poder del general Perón la expansión de la industria se convirtió en un objetivo explicito de su gestión. Recién con Frondizi se formaliza la prioridad a la integración del ciclo industrial (ya insinuada cuando el segundo gobierno peronista quedó trunco), avanzando hacia la instalación de los grandes complejos proveedores de insumos básicos y bienes de capital. La participación estatal –directa o indirecta– en todos los proyectos resultaba decisiva.
Ese salto hacia la modernidad que suponía el pleno desarrollo industrial, encontró severos obstáculos en los siguientes gobiernos. La consecuencia fue que el sector nunca completó la etapa superior en la sustitución de importaciones, que era la más intensiva en capital y tecnología de punta. Entre otras consecuencias, ello aumentó la brecha respecto a lo que ocurría en Brasil. Este cambio de paradigmas llegó a su desiderátum con la restauración neoliberal, una de cuyas expresiones fue el desmantelamiento de la industria según lo indicaran “las reglas del mercado”.
A partir de 2003 la expansión industrial ha sido uno de los rasgos distintivo del elevado crecimiento alcanzado por la economía en su conjunto. Para el estirón que dio la industria local fue decisivo la existencia de un tipo de cambio competitivo y una política muy expansiva del ingreso en poder de los argentinos. A ello se sumaron los progresos relevantes ocurridos en materia exportadora, con preferencia hacia el Mercosur. Tal combinación de factores dinámicos permitió no solamente que creciera y se diversificara la cantidad de bienes producidos sino también que el empresariado pyme jugara un papel decisivo en el ciclo expansivo cuyo pico se alcanzó a mediados de 2011. Y ello sucedió pese a la actitud reticente de la banca privada, escasamente motivada para financiar proyectos industriales de largo aliento.
Como es sabido, esta expansión manufacturera también engendró una correntada de importaciones requeridas por su ciclo fabril.
En la presente etapa, donde la coyuntura muestra una sensible desaceleración en los ritmos de actividad fabril, la dirigencia del sector enfrenta una coyuntura compleja derivada de las limitaciones para seguir aumentando las importaciones de sus insumos y bienes finales mientras que se ha derrumbado la exportación al Brasil y la crisis internacional lejos está de resolverse. En circunstancias de este tipo debe doblarse la apuesta. Ello supone que se imponga la necesidad de avanzar hacia masivas inversiones sustitutivas de importaciones, la incorporación de tecnología compleja y la búsqueda agresiva de nuevos mercados internos e internacionales. Todo ello supone una "toma de riesgos" y el actor debería ser la burguesía industria con el apoyo, en bloque, del sistema financiero y la gestión estatal. Los dos primeros brillan por su ausencia o, por lo menos, convengamos que hoy por hoy no tienen la magnitud ni muestran las decisiones necesarias. Ello nos lleva a concluir que el Estado, una vez más deberá tener un rol prominente en la nueva etapa del desarrollo manufacturero que la Argentina debe encarar para confirmar, en el terreno económico el papel protagónico que se ha ganado en materia política y social como uno de los liderazgos más destacados de América Latina.

(Diario Tiempo Argentino, 2 de setiembre de 2012)