El sindicalismo no es lo que era, porque los trabajadores ya no lo son. En un mundo donde los desocupados alcanzaron peso y organización propios, y donde los movimientos sociales han reorganizado a la sociedad civil, los trabajadores son menos que los de otros tiempos, y hay nuevos actores sociales que tienen peso y participación.
Por supuesto que los sindicatos están lejos de no tener protagonismo, pero ya dejaron de ser primeros actores o, cuanto menos, tienen ahora que compartir ese rol.
Dentro de esa tesitura se entiende la nueva división en el seno del sindicalismo nacional. Ya existía la diferencia entre la CGT y ese engendro denominado “CGT Azul y Blanca”, regenteado por el patético Luis Barrionuevo. También la escisión entre CGT y la CTA, ya de varios años atrás. Desde allí surgió luego la división entre la CTA-Yasky (más afín a las políticas del actual gobierno) y la CTA-Micheli (situada en una izquierda que supo coquetear con Solanas). Y ahora se suma la ruptura entre el sector de Moyano y el de los restantes gremios de la CGT, entre ellos los históricos “Gordos” y los independientes.
No es bueno para el sector laboral que se sostenga este grado de dispersión. Habría ya cinco centrales sindicales, si es que no aparece alguna nueva escisión entre los sectores que se oponen a Moyano. Es demasiado. Ello implica escasa capacidad de acción colectiva, muchos problemas para tomar alguna medida en común.
Para el Gobierno –que no tiene mayores herramientas propias para participar del conflicto interno a los sindicatos–, la división es pan para hoy y hambre para mañana. Por cierto que si Moyano se ha transformado en un opositor extremo, es mejor que dirija solo un poco de la CGT a que la dirija toda, desde la perspectiva gubernamental. Pero a mediano plazo se carece de una interlocución válida a la hora de negociar, y por cierto se ha perdido la alianza que Néstor Kirchner supo tejer con la CGT en tiempos en que Moyano respondió con un claro y definido apoyo al gobierno nacional.
En lo provincial, se diría que reina cierto caos. Los modales excesivos de cierta dirigente sindical siempre le dan ventaja en vez de restarle. Así se logró un gran aumento en el área de trabajadores de salud –cuya dirigencia adosó el 10% de comienzos de año a ese aumento luego de conseguido, cuando todo el tiempo argumentó antes que tal porcentaje pertenecía al año anterior. Resultado: la dirigencia de docentes es luego presionada internamente –incluso desde otros gremios buscan quitarle afiliados–, y se lanza a un paro de alto cumplimiento pero poco explicable: es para pedir paritarias... ¡a solo tres meses de haberlas cerrado! Mientras, los judiciales intentan nacionalizar su larguísimo paro, pero el apoyo de Micheli no es demasiado significativo si se advierte a qué porcentaje del total de trabajadores nacionales puede convocar.
Si el resultado de las paritarias es una puja distributiva interminable donde se anormaliza el funcionamiento institucional de la provincia, se está haciendo peligrar este instrumento necesario a la negociación laboral. Ojalá en algún momento prime mayor cordura en las dirigencias, que están poniendo una conflictividad demasiado alta en la convivencia cotidiana de los mendocinos. Pelear mejores condiciones para los trabajadores es un deber para la dirigencia sindical. Llevar el Presupuesto provincial a situaciones sin salida o sostener paros a partir de posiciones políticas es de resultado imprevisible aun para esas mismas dirigencias.
Lo cierto es que vivimos cambios fuertes en la vida sindical nacional. La división de la CGT es lamentada por cierto entorno de Moyano de corte progresista (Recalde, Plaini, Schmidt), pero se hizo inevitable el rechazo del Gobierno a partir de la feroz asonada de los camioneros hace un par de semanas. La ruptura frontal la planteó el sindicalismo, si bien el Gobierno había mantenido cerrado silencio a los reiterados reclamos –cierto que personalistas en sus finalidades– del que fuera jefe de la CGT unida.
Ahora, tanto Gobierno como CGT se han perjudicado. Y más aún Moyano y los suyos dentro de la CGT. Un dirigente empeñado en su carrera unipersonal y un gobierno que dejó de atender a sus pedidos y reclamos, seguirán aparte cada uno su camino hacia la difícil cuestión de la sucesión peronista en el año 2015.
(Diario Jornada, martes 10 de Julio de 2012)