Dos bandos se han parado a ambos lados de una raya que separa a quienes tienen casi todo el poder de quienes representan a la nueva mayoría popular.
Dos bandos, cada vez más cerca de la necesidad de definir áreas de poder, se han parado a ambos lados de una raya que separa –por un lado– a quienes tienen casi todo el poder de –por el otro– quienes representan a la nueva mayoría popular.
En el banquillo del retador, están los Hermanos Musulmanes, quienes vienen sumando adhesiones en las clases menos favorecidas gracias a sus eficaces sistemas de ayudas sociales, sanitarias y educativas desarrolladas a lo largo de varias décadas. Todo ello erigido casi desde la clandestinidad y siendo blanco reiterado de persecuciones dilatadas y crueles.
En el del que ostentó el cinturón del abuso atávico, los militares, quienes ya hace 60 años que controlan el poder político (desde 1952) y manejan el 50% de la economía del país.
La cepa castrense y los grupos que le son tributarios, presentan una orientación nacionalista y laica. La política exterior, desde los acuerdos de Camp David –suscriptos por el presidente egipcio Anwar el-Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin el 17 de septiembre de 1978, tras la mediación del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter– es de convivencia y negociación con Israel, y de cooperación y seguridad con Estados Unidos.
La Revolución de 1952 marcó el final del predominio franco-británico, inauguró una era de nacionalismos pan árabes no islámicos y señaló el comienzo de una época en la que la Unión Soviética (hoy Federación de Rusia), vio la oportunidad de hacerse presente en una región de la que estuvo históricamente alejada.
Durante tres años, hasta 1955, la Argentina dio pasos para ingresar en esa prometedora nueva liga, que se consolidó con la Conferencia de Bandung (Indonesia), en abril de ese año, y que corporizó el Nacimiento del Grupo de los Países No Alineados.
Como en la encantadora película de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo, los explotados y maltratados recibieron con ensueño al protagonista de la película que siempre habían visto proyectada en la pantalla de plata, lo tomaron del brazo y salieron juntos a surcar el mundo exterior a la caverna de Platón.
Lo que los militares egipcios no supieron crear fueron las condiciones para que las necesidades sociales y económicas del país se desarrollaran en un marco institucional más democrático y más egipcio, incorporando la doble identidad islámica y africana a los planes estratégicos, a las leyes y al árbol burocrático de la administración del país.
El domingo pasado hablamos en esta columna del aumento de las expresiones informales de cansancio popular, al margen y por encima de los calendarios electorales, frente a las insuficiencias de los andamios políticos existentes. La Plaza Tahrir –la mayor del centro urbano de El Cairo– fue una de las primerísimas manifestaciones de este fenómeno, que reconoce antecedentes históricos en la toma de la Bastilla, la revuelta de Oliverio Cromwell, la resistencia pasiva de Gandhi y otras, más las que vendrán.
Altas temperaturas, junto con una sequía extendida por el centro oeste estadounidense, han hecho bajar las expectativas de las economías de varios Estados, lo que se añade a la cristalización de una cifra de desempleo en los EE UU (8,3%) que no baja.
El presidente Obama promete menos impuestos a la clase media, sabiendo que el proyecto de ley no pasará por la manga del Congreso, y teme que su pregonada reforma del sistema de salud, convalidado por la Corte Suprema, sea demolida por una nueva ley derogatoria impulsada por las bancadas del Partido Republicano.
Arde el panorama yanqui a medida que se acerca el noviembre frío de la elección presidencial.
Crecen las medidas proteccionistas, la más extravagante de las cuales –entre las recientes– es la urdida por el estado de California, que decidió prohibir el consumo de foie gras en todo su territorio, haciendo lugar a lo pedido clamorosamente por un cabildeo de protectores de gansos (ave cuyo hígado es la materia prima del apetitoso paté).
Ello evoca la arbitraria decisión tomada en su tiempo por los restaurantes norteamericanos de borrar de sus menús a las frenchfries (papas fritas) a modo de repulsa por la decisión por parte de Francia de no aprobar la invasión de Irak.
Tanto la una como la otra, afligidos ejemplos de intolerancia y xenofobia (y de puerilidad). Woody Allen hubiera hecho saltar desde la butaca directo al celuloide a estas reliquias de la memoria, acaso para una nueva película.
Mientras tanto, borrosas crónicas hablan de un enfriamiento de la economía de China, lo que parece estar más cerca de una ceñuda expresión de deseos, de que a China le esté yendo verdaderamente mal.
Datos más certeros definen un 8,5% de crecimiento para 2012. No es el 10% de 2011, pero es ciertamente una cifra más que significativa a la hora de escribirla al lado de las de Occidente.
Es sabido que el Reino del Medio –país central, como se llaman a sí mismos los chinos– necesita crecer por lo menos al 8% para continuar incorporando paulatinamente a su clase media una cifra de ciudadanos que genere una mejora de los índices de ingreso per cápita, salud, educación superior, etcétera.
Y valga aquí la mención, importante, de la visita oficial del primer ministro chino WenJiabao a la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), el pasado 26 de junio, durante la cual enunció cinco propuestas para conseguir un aumento sustancial en las relaciones China-América Latina y que incluyen: la creación de un Foro de Cooperación estratégico y político entre las dos partes; un Fondo de Cooperación para inversiones con un aporte inicial chino de 5000 millones de dólares; una línea de crédito de 10 mil millones otorgados por el Banco de Desarrollo de China para proyectos de infraestructura; la materialización de un fondo de reserva alimentaria para ayuda humanitaria de 500 mil toneladas, y su voluntad de elevar el volumen del intercambio comercial a 400 mil millones en cinco años.
La proyección de China sobre nuestra región pasa así a ser cada vez más un hecho y deja correlativamente de ser una posibilidad.
Lo que nos lleva a plantar otra banderilla en el lomo del toro de la actualidad: ¿la OEA completará su pausada meditación y nos dirá si opina que lo ocurrido en Paraguay merece un "atento seguimiento", "una preocupación por la plena vigencia de la democracia" o una "seria llamada de atención a las autoridades"?
El canciller brasileño, Antonio Patriota, sostuvo el 11 de julio ante el Senado federal la suspensión de Paraguay de la Unasur y del Mercosur, confirmó el ingreso de Venezuela para fin de mes, y advirtió que la posición de la OEA no ha sido adoptada todavía.
Los dichos del martes del paulatino secretario general Insulza (rechazó que Paraguay fuera suspendido de la organización continental y propuso conformar una misión de la Organización de Estados Americanos que promueva el diálogo en el país y acompañe los preparativos de las elecciones generales de abril de 2013) alejan toda hipótesis de una divisoria de aguas entre la OEA de hoy y la del domingo próximo (¿y la del mes próximo, y la del próximo año?).
Cecilia (Mia Farrow), la sufriente cinéfila de Woody Allen en La rosa púrpura del Cairo, desearía saltar desde la platea a la idea de una película donde el glamour de los justos hiciera llevaderos a los insufribles aventureros antidemocráticos.
Aunque, como se sabe, esas cosas sólo suceden en el cine.