ARGENTINA / La crisis de la esperanza blanca / Escribe: Alberto Dearriba






Scioli puede sortear cómodamente las críticas del kirchnerismo puro a su política de seguridad y hasta recibir por ello apoyo de los cultores de la mano dura, pero la crisis fiscal bonaerense que puso en peligro los salarios de los agentes provinciales le pega en la matadura porque cuestiona su capacidad de administrador.
Después que la presidenta advirtiera tácitamente a Daniel Scioli que gobernar no es sólo cuestión de andar poniendo la cara, sino que hay que gestionar, el mandatario bonaerense recibió palos explícitos del vicepresidente Amado Boudou y del ministro de Economía, Hernán Lorenzino. Todos le reclaman mayor responsabilidad en el manejo de las cuentas públicas. Apretado por una estrechez que puso en riesgo el pago de los salarios de los 550 mil empleados públicos bonaerenses, el gobernador enfrenta el peor cuestionamiento a su gobierno: la desprolijidad fiscal



Para colmo, el acercamiento a Hugo Moyano en un momento de billetera flaca puede costarle caro. La crisis fiscal pone en duda lo que se presenta como la mayor virtud de un gobernante conservador: el sacrosanto equilibrio macroeconómico. Tras haberse jactado hace cuatro meses durante la apertura de las sesiones legislativas de gobernar una provincia “desendeudada” y “desestresada”, Scioli debe explicar ahora este desaguisado.

El superávit fiscal no fue históricamente un objetivo de los gobiernos populares. Por el contrario, fue siempre sacralizado por los sectores neoliberales y conservadores. Néstor Kirchner fue el primer presidente redistribucionista y keynesiano que cuidó simultáneamente la billetera fiscal y la demanda agregada. El kirchnerismo mantuvo siempre el superávit fiscal al que consideró uno de los pilares de su modelo. Se supone que un gobernante moderado como Scioli, debería ser un administrador más prolijo aún.
LOS TIRONES DE OREJA. El ex presidente retó públicamente a Scioli cuando el gobernador le dijo al esposo de Carolina Píparo, la chica que perdió su embarazo en una salidera bancaria, que tenía “las manos atadas”. Y le pidió públicamente que dijera quienes lo maniataban en su obligación de garantizar la seguridad en su provincia. Pero nunca le reclamó que aprendiera a gestionar como lo hizo ahora Cristina. Fue un tirón de orejas tan apabullante como el producido durante una sesión de la Cámara Alta, cuando ella era senadora y el gobernador ocupaba el mayor sitial del cuerpo, como vicepresidente de la Nación.

Si bien los palos no son nuevos, el motivo es ahora de mayor impacto popular, ya que los argentinos –y no solo los empleados bonaerenses– tienen derecho a imaginar qué puede pasar con las cuentas públicas, si Scioli se instala en la Casa Rosada después de 2015 como pretende.

El gobernador necesita 2800 millones de pesos para tapar el agujero, por lo que los 1000 millones que le giró el gobierno nacional bastarán para que el pato no lo paguen los empleados públicos con sus sueldos, pero no será suficiente para cubrir de una vez el pago del medio aguinaldo. Scioli no deberá devolver ese monto, pero el parcelamiento del aguinaldo tendrá un inevitable costo político.
LA COPA LEALTAD. La interna peronista se agudizó luego que Scioli blanqueó sus pretensiones presidenciales para 2015 y se puso al rojo con el picadito de fútbol que jugó el equipo naranja del gobernador con los camioneros de Hugo Moyano. Diputaron el trofeo bautizado “Lealtad”, en irónica alusión a los movimientos del vicegobernador Gabriel Marioto. O tal vez a la supuesta virtud del propio Scioli.

Es cierto que el gobernador aguantó con estoicismo los palazos que el kirchnerismo le asestó desde 2003 y que también desoyó los clamores opositores para que encabezara una disidencia. Pero lo que se agita como una gran virtud moral, podría interpretarse también como una encomiable paciencia política. Scioli sabe que cuenta con la mayor intención de voto después de Cristina y espera su momento. Prefiere no dirimir fuerzas con la presidenta, porque está convencido de que de ese modo perdería sustento electoral. Tan es así que advirtió que no movería un dedo para postularse, si una reforma constitucional habilitara la candidatura de Cristina. Su tiempo es con Cristina fuera de la escena central y apunta a conservar votos estrictamente cristinistas sin confrontar con ella. En última instancia, deberá competir en una interna abierta con un candidato oficialista, pero evitando un enfrentamiento directo con la presidenta. No por lealtad, sino por estrategia.
LA SUCESIÓN. Desde la vereda kirchnerista cada vez se ocultan menos las diferencias ideológicas. Hebe de Bonafini expuso claramente en un programa televisivo su caracterización del gobernador: “Siempre me pareció un tipo de derecha –dijo– y eso no me gusta” Sin pelos en la lengua, agregó que “su forma de pensamiento no es ni parecida a lo que pensamos nosotros. No se sabe de que lado está”. El “nosotros” podría extenderse sin problemas al círculo más cercano a la Casa Rosada.

En la misma entrevista, Hebe consideró que Cristina no debería marchar a una reelección. En realidad, el oficialismo está partido en dos en ese sentido. Y atomizado cuando se especula con un sucesor. Eso es así, sobre todo porque los problemas que afronta Amado Boudou parecen haberlo relegado de la intención de convertirlo en delfín, con lo cual el espacio quedó momentáneamente vacante. Pero en el núcleo duro del kirchnerismo, hay consenso acerca de que Scioli no garantiza la continuidad del modelo.

El gobernador recibió ahora el apoyo de Hugo Moyano. Convertido en claro opositor al gobierno, el dirigente cegetista acaba de subir inesperadamente a la cabina del camión a Héctor Magneto, Francisco de Narváez, Mauricio Macri y Eduardo Buzzi, mientras en la caja se amontonan los caceroleros, personajes de la derecha peronista, Cecilia Pando, Cyntia Hotton y otros que descubrieron ahora que Moyano es rubio. La lógica de este rejunte es aquella que señala que el “enemigo de mi enemigo es mi amigo.” De ese complejo y heterogéneo entramado podría surgir la convergencia que dispute en 2015 el poder contra el kirchnerismo desde posiciones conservadoras.


SÓLO PARA CONTRARIAR. Sin embargo, sólo la opacidad de la oposición explica que desde el peronismo emerja un dirigente sindical capaz de ubicarse en el centro de la escena política. A falta de opositores capaces de generar una alternativa, el peronismo los incuba. Pero Moyano no puede ser el aglutinador de un espacio opositor, porque quienes hoy lo apoyan, lo siguen detestando.
El dirigente camionero sólo está para enturbiar el humor político con paros que les ponen los pelos de punta a la sociedad. Los dirigentes políticos son los que deben armar la alternativa y capitalizar el descontento que pueda producir. Por ahora, a derecha e izquierda ven emerger un contrapoder y gozan el daño que se le infringe al adversario. Pero transformar ese sentimiento en alternativa política es otro cantar. El Grupo A sirvió para empiojar los proyectos oficialistas en el Congreso. Y aunque en circunstancias distintas, alguna vez Julio Cobos pudo concentrar transitoriamente el odio de un rejunte similar y se hasta probó las pilchas de presidente de la Nación. Pero a la hora de transformar la capacidad de daño político en alternativa de poder, su imagen se derritió como un helado al sol.
(Diario Tiempo Argentino, 30 de junio de 2012)

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