INTERNACIONAL / Paraguay: el monstruo sigue allí / Escribe: Alberto López Gorindo






Eran cinco temas los que llevaron a Lugo al juicio político. Pero podría decirse que uno solo excitó a los congresistas paraguayos: la cláusula democrática firmada en el marco del Protocolo de Ushuaia II.



En una de las canciones más hermosas de John Lennon, dedicada a su hijo Sean, que por entonces no tenía más de cuatro años, el ex Beatle grabó uno de sus versos más famosos, que podría traducirse más o menos libremente como “la vida es eso que ocurre mientras estamos ocupados en otros asuntos”.
Por estos días, mientras en Brasil el gobierno estaba enfrascado en los tramos finales de la cumbre Río+20, luego del encuentro del G-20 en la baja California, la presidenta Cristina Fernández tuvo que viajar de urgencia a Buenos Aires por un conflicto inusitado con el gremio de los camioneros. Fue ese momento el elegido por la ultramontana derecha paraguaya para intentar la estocada final contra Fernando Lugo y fundamentalmente contra la Unasur y ya que están, el Mercosur.
En setiembre de 2008, la no menos retrógrada derecha boliviana provocó la Masacre de Pando, organizada por la dirigencia de la medialuna rica de Oriente, que dejó un saldo de 18 campesinos muertos y otros 30 desaparecidos en el intento más profundo por abortar el proceso político iniciado por Evo Morales un par de años antes, y que generó los cambios más profundos en la sociedad del Altiplano quizás desde la destrucción del imperio incaico.
Basta ir a los archivos periodísticos para constatar que días antes la misma dirigencia boliviana había cortado el suministro de gas hacia San Pablo y el gobierno del brasileño Lula da Silva trataba de calmar a la “opinión pública” ante una situación complicada con un vecino ideológicamente cercano. Cristina Kirchner, todavía debilitada luego del ensayo destituyente de la Mesa de Enlace, acordaba con el mandatario brasileño Lula de Silva nuevos términos de intercambio comercial entre ambas naciones en monedas locales, sin pasar por el dólar. Hacía poco que George W. Bush había lanzado el primer rescate a los bancos estadounidenses, trastabillantes por la explosión de la burbuja inmobiliaria, y se veía hacia dónde marchaba la economía mundial.
Algo más acá en el tiempo, el mismo día que el kirchnerismo sufría la derrota más dramática en las legislativas de 2009, el 28 de junio, la derecha hondureña sacaba del gobierno a Manuel Zelaya en un golpe palaciego que mucho se parece al que colorados y liberales armaron contra Lugo.
En plena campaña para las presidenciales brasileñas, que terminaron colocando en el poder a Dilma Rousseff en remplazo de Lula, un grupo de policías amotinados pretendió sacar del poder al ecuatoriano Rafael Correa, en 30 de setiembre de 2010. Fue la última intervención de Néstor Kirchner como secretario de la Unasur, el organismo que tuvo su bautismo de fuego al frenar el golpe contra Morales y evitar una guerra entre Venezuela y Colombia.
Ahora también, mientras en la Argentina dirigentes gremiales y políticos están ocupados en otras cuestiones, y algunos sectores policiales de Bolivia –que también saben aprovechar el momento– salieron a crear caos en Bolivia con la quema de expedientes de Inteligencia, la recalcitrante derecha paraguaya busca otro zarpazo a la democracia. Podría argumentarse que nada tienen que ver los reclamos sindicales vernáculos con lo que ocurre del otro lado del río Pilcomayo. Pero quien piense así debería revisar mejor la historia de estas tierras ahora en peligro.
Esta derecha paraguaya es hija de la dirigencia que quedó a cargo del país luego de la guerra de la Triple Infamia, como la llamaron los historiadores revisionistas. Fue la dirigencia que se hizo cargo de la legalidad que permitió devastar el país que durante décadas había construido primero Gaspar de Francia y luego los López. Un país donde no habían hambre y la tierra era de propiedad estatal. Por eso a los triunfadores de aquel genocidio les resultó tan fácil repartirse los despojos de la nación. Es que a pesar de la frase sarmientina de que la victoria no da derechos, entre propios y foráneos condenaron a los nativos a la miseria permanente y a un eterno peregrinar en tierra ajena.
Luego vendrían los tiempos en que una inmensa minoría acordaba con el poderoso de turno las condiciones para sumarse al proceso capitalista a beneficio propio. Los poderosos fueron alternativamente británicos, brasileños, argentinos y más luego, estadounidenses. En este contexto, el dictador Alfredo Stroessner es una anécdota dolorosa, pero anécdota al fin. Sin embargo, él hizo los últimos repartos de tierras entre sus amigos y los cercanos a un gobierno que garantizaba anticomunismo en tiempos de la Guerra Fría hasta que se convirtió en estorbo y fue sacado del poder.
El Mercosur es una iniciativa que nació en Asunción entre la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, los involucrados en aquella trágica contienda iniciada en 1865. Una de las primeras cláusulas, más allá de las estrictamente comerciales, fue el Compromiso con la democracia del Protocolo de Montevideo, llamado de Ushuaia, que en su momento firmaron el argentino Carlos Menem, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el paraguayo Juan Carlos Wasmosy y el uruguayo Julio María Sanguinetti. Ninguno de ellos puede ser considerado de izquierda, precisamente.
A fines del año pasado se firmó un documento adicional a ese Protocolo, que se llamó, como suele suceder, Ushuaia II. A las cláusulas de defensa de la democracia que podrían considerarse meramente declarativas en el anterior, se le agregó la posibilidad de intervención de los gobiernos del Mercosur para la defensa, la aplicación de sanciones en caso de interrupción del orden constitucional y el restablecimiento de la democracia en un país afectado por una tentativa destituyente.
El Senado paraguayo, que impide desde hace años la posibilidad de que Venezuela ingrese al Mercosur, fustigó a Lugo por la firma de ese documento al que considera violatorio de la soberanía. Un argumento aislacionista fuera de tiempo que no soporta ningún análisis entre miembros de un conjunto de naciones que buscan integrarse, como lo vienen demostrando desde hace dos décadas.
Más allá del caso puntual que terminó de inclinar la balanza contra Lugo –la trampa represiva que dejó un tendal de 17 muertos en un campo entregado vilmente a un empresario y dirigente colorado en tiempos de Stroessner– el asunto más importante en contra del obispo devenido en presidente progresista es la firma de ese tratado de defensa de la democracia. Y los que aprobaron el juicio sumario en su contra –apurados, cosa de resolver el entredicho antes de que los demás países reaccionen– lo dicen sin empacho. Se erigen en defensores de la nación, pero no aplican el mismo rasero para aceptar el ingreso de tropas o de bases militares estadounidenses. Con lo que demuestran que sólo pretenden mantener privilegios que ninguna sociedad democrática puede admitir y que aún tímidamente, Lugo amenaza.
“Cierra tus ojos/ no tengas miedo/ el monstruo se fue/ y tu papá está aquí”, procura tranquilizar Lennon al niño que tuvo con Yoko Ono. Pocos meses después de haber lanzado el disco Double Fantasy, con el tema “Beatiful Boy”, el músico era asesinado en la entrada del edificio Dakota, de Nueva York. No tuvo tiempo de ver crecer a Sean, como esperaba en otro de sus versos.
Anoche, miles de campesinos que querían llegar a Asunción para manifestar su apoyo a Lugo quedaron varados porque las empresas de transporte hicieron un cese de actividades, cosa de evitar un 17 de octubre a la paraguaya.



En Paraguay se juega el destino de estos proyectos progresistas que desde hace una década ensayan los países latinoamericanos. El golpe de la dirigencia más retrógrada no es sólo contra el pueblo guaraní. Es un golpe al corazón de la integración regional que busca demostrar que el monstruo sigue allí.
(Fuente: InfoNews)

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