La semana pasada arranqué en Twitter. Una experiencia increíble. Algunas personas lo usan para laburar, recomiendan, se expresan, se divierten. Otros lo usan para volcar su odio contenido. Y me da mucha tristeza.
Me gustaría arrancar esta crónica con un texto que me envío un amigo, y me pareció muy atinado para este momento:
“Hacer el bien”
Haz el bien a los demás, con todos los recursos que estén a tu alcance. No siembres el miedo ni inflijas dolor a los demás, ni promuevas la ansiedad o la pena. Si te complaces con el dolor de los demás, sólo sofocas la divinidad en ti mismo, sacando a la luz las características demoníacas en el ser humano.
Abandona todo esfuerzo por arruinar a los demás. No puedes ayudar a otra persona –con ese acto sólo puedes ayudarte a ti mismo–. No dañas a otro; con cualquier acción malvada sólo te dañas a ti mismo. Los apegos exteriores y las características pueden ser diferentes, pero la realidad interior en ti es la misma que en “el otro”.
La semana pasada arranqué con el Twitter. Una experiencia increíble. Te conectás con la gente de una manera más directa, y a la vez te das cuenta de que la impunidad que otorga el anonimato es, cuanto menos, preocupante... Hay muchas personas que lo usan para laburar, promocionan sus cosas, recomiendan, piden ayudas, se divierten, se expresan frente a un hecho... Y otros directamente lo usan para volcar su odio contenido. Y me da mucha tristeza que haya tanta ira contra los que pensamos de una manera u otra.
Viví siempre en la Argentina, trabajo desde que tengo siete años, y todo lo que soy lo conseguí laburando. No tengo que andar ocultando mi pasado, está a la vista. Y en el presente, guste o no, digo lo que pienso y por qué. Pero cuando me atacan, lo hacen de una manera tan absurda, casi infantil... Me vaticinan que este gobierno se va a ir, y yo no voy a tener trabajo. ¿Eh? Que con sus impuestos me pagan mi botox, ¿ehhh? Que mi presidenta es una chorra corrupta como yo, ¿ehhhhhh? No, chicos, stop acá. Perdón, te puede sacar una carcajada, pero después te queda rondando: ¡qué pensamientos extraños conforman nuestra hermosa sociedad!
Nuestro país viene arrastrando miserias desde hace ya muchas décadas. Muchas veces tocamos fondo, y muchas nos levantamos. Pero es la primera vez que, y lo vuelvo a aclarar una y otra vez, aunque falte mucho, se están haciendo cosas concretas por los que menos tienen. Y sí: todavía hay gente que se caga de hambre, o que no tiene un trabajo y una vivienda digna, pero por suerte son muchos menos que hace diez años. Y tienen que ser cada vez menos, que no quede nadie condenado a esas situaciones para ser verdaderamente “un país en serio”.
Y a los que no paran de hablar de inseguridad, claro que existen hechos. De hecho, yo tuve un episodio muy grave dentro de mi propia casa, con mi familia. Pero no paniqueo. Y no tengo la vida atada. ¡Soy una ciudadana más del mismo país que todos los que me hablan como si viviera en Alaska! Pero la inseguridad también la sufre gente que no sale en los medios, que sufre varios tipos de violencia, económica, social, cultural. La inseguridad también son los tres chicos de Rosario que mataron en año nuevo. La “inseguridad” es también un arrastre de tantos años de políticas que se ocuparon sólo de beneficiar a los que más tienen, de sostener sus privilegios. Y de condenar a millones a la marginalidad, de hacerles vivir verdaderas pesadillas de hambre y necesidades, de negarles oportunidades y cerrarles el horizonte. Y si miramos el país solamente desde la perspectiva clase media, o alta, que se reamplifica en los medios, me parece que la estamos pifiando... Es un recorte muy parcial y muchas veces muy mezquino. Y es en los que todavía no llevan una vida digna donde se comprende el porqué de muchas políticas presentes. Políticas que afectan a muchos con billeteras y cuentas abultadas, que quizás tienen un cocodrilo en la chomba y dos adentro de cada bolsillo...
Jamás negué la realidad de mi país, en ningún lugar expresé con absolutismo mis ideas y nunca negué que falta mucho por avanzar para que podamos disfrutar de un país con alimentos y trabajo para todos. Y si eso todavía no sucede, no me da pudor expresarlo. Y no se contrapone en nada con apoyar políticas que impulsa este gobierno, y con las que acuerdo plenamente: la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios de la democracia, la estatizacion de las AFJP, la recuperación de YPF, las políticas de Derechos Humanos, el matrimonio igualitario, entre tantas otras...
Se puede apoyar un modelo y a la vez ser crítico, exigente con las cosas en las que uno cree. Que se pueden discutir distintas formas de lograr los mismos objetivos. Y por momentos me parece que es en el seno del mismo gobierno donde se dan los debates más profundos, más genuinos. Los que realmente abren preguntas e intentan encontrar respuestas sensatas: aunque después las coberturas hablen de tensiones, en vez de resaltar la diversidad, el lugar para la diferencia. Pero bueh... Últimamente me alegró ver, en varias cuestiones, que se abrían instancias de diálogo y colaboración con diferentes sectores de la oposición: a propósito de Malvinas, de la intervención de YPF, la ley de identidad de género o las reformas del Código Civil. Con una oposición que podía conversar, ponerse de acuerdo en puntos centrales y plantear diferencias o alternativas en otros. Pero muchas veces da la impresión de que los representantes de sectores opositores están un poco prisioneros de la agenda mediática. Y ser oposición se reduce a ponerse sistemáticamente en contra de cualquier iniciativa del gobierno, por más atinada que sea. ¡Es como defender la libertad a punta de pistola!
El otro día me contaron un chiste que me dio mucha risa: resulta que sube un paranoico a un taxi. El taxista lo mira por el espejito retrovisor y le dice: “Buenas tardes, ¿adónde vamos?” Y el paranoico, medio sacado, le contesta: “No te hagas el boludo que sabés perfectamente.”
Es un chiste medio absurdo, pero le veo bastante conexión con algunas cosas que están pasando en los últimos días, que son medio absurdas y uno no sabe si tomárselas en chiste, aunque mucha gracia no causan.
Imaginen si la escena del taxista y el paranoico continuara. Supongo que cualquier taxista sensato le diría: “No, señor paranoico, no tengo idea adónde vamos, ¿por qué no le pregunta al chofer que viene atrás?” O un: “Por favor, bajate (y hacete ver).” O algo por el estilo. Pero también el tachero podría prender el relojito, arrancar, decirle “por supuesto, allá vamos”, llevarlo a pasear un rato, hasta que el pasajero cada vez más paranoico o el tachero avivado decida terminar el recorrido y, obviamente, cobrarle la tarifa. Y eso parece que es lo que están queriendo hacer algunos vivillos: ganar plata con la locura de mucha gente, creando rumores, agitando fantasmas y haciendo cuentas.
No es para asombrarse, porque no es la primera vez que sucede. Pero es extraño cómo se conectan algunas cuestiones en el contexto presente. Los rumores de pesificación de los ahorros, la obsesión con el dólar blue, la protesta de los ruralistas bonaerenses por la revaluación de sus propiedades (y el intento fallido de nacionalizarla), los cacerolazos, los reclamos a de justicia ¡oh casualidad! cuando Macri se encamina al juicio oral... Y a todo esto, ¿dónde andará Mauricio? Parece que mientras sus “seguidores” se dedican en nombre de la libertad a patear periodistas, él se borró una vez más.
El cacerolazo del otro día me llevó directamente a lo que pasó con el campo tiempo atrás. ¿No les parece extraño que los barrios de mayor poder adquisitivo fueran los que golpearon sus cacerolas...? ¿Que haya habido una marcha por Avenida Santa Fe hasta la puerta de un shopping?
Sólo creo, como dice el texto que cito al comienzo, que el odio no es el camino. Confío en que podemos construir pensando distinto, y modificar la realidad a través del diálogo, del intercambio de ideas. Lamento tener que volver a explicar que me podría haber quedado callada. Que justamente, como me va bien, podría haberme hecho la boluda: de última yo soy de las que podría haber estado en el cacerolazo, ¿no? O ser obediente para que todos me quieran.
Lamento la intolerancia tan denigratoria y el extremismo agresivo con el que algunos se expresan. Estoy convencida de que nada puede modificarse para bien desde el odio. Creo que muchas veces son espasmos de miedo, miedo a lo diferente, miedo al cambio. Pero también siento que cada vez más, vamos dejando atrás los miedos, andando nuevos caminos, avanzando en el cambio. Y sigo teniendo fe en el poder transformador del amor.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 3 de junio de 2012)