ARGENTINA / Los señores de los anillos / Escribe: Julio Boccalatte






El rechazo del Comité Olímpico Internacional (COI) a la publicidad del atleta argentino en las Malvinas no es otra cosa que obediencia debida, la declaración alineada al poderoso, y antes que avergonzarnos por las reacciones provocadas cabría detenerse en la moral del que adoctrina.



La “familia olímpica” ha protagonizado con frecuencia episodios bochornosos, aberrantes, desde insistir en la continuación de los Juegos de Munich 72 (Alemania) luego de la masacre de atletas israelíes a manos de terroristas palestinos, hasta el boicot a Moscú 80 propiciado por el entonces presidente de los Estados Unidos, James “Jimmy” Carter, en respuesta a la invasión de la Unión Soviética en Afganistán y a la vez parte de la “Guerra Fría”. Del boicot promovido aquella vez por Estados Unidos participaron 65 países -entre ellos la Argentina de la dictadura-, el mayor de toda la historia. En la elección de Moscú como sede, antes, había resultado clave el papel de José Antonio Samaranch, hasta allí embajador de España en la Unión Soviética y Mongolia y elegido presidente del COI dos días antes del inicio de los Juegos. Luego el bloque de países comunistas respondió con un boicot menor a la edición siguiente, Los Angeles 1984. Años antes, Berlín 1936 (Alemania) y en otro caso emblemático, el negro estadounidense Jesse Owens derrumbó ante los ojos del propio Adolf Hitler la teórica superioridad de la raza aria: ganó los 100m, los 200m, la posta 4x100m y el salto en largo. En el COI también se han sucedido ejemplos de corrupción, compra de votos, expulsión de miembros, persecuciones, censura, tráfico de influencias, favores empresariales. En fin. Casos que, para profundizar, pueden encontrarse en “Los señores de los anillos”, libro de los británicos Andrew Jennings y Vyv Simson; y en distintas investigaciones del notable periodista argentino Ezequiel Fernández Moores. Del idealismo y la nobleza del Barón Pierre de Coubertin, impulsor de los Juegos modernos a fines del siglo XIX, no queda nada, “la cuna se cayó”, como dice el Teniente Coronel Frank Slade sobre el espíritu de la escuela Baird en el discurso final de Perfume de Mujer. “Los Juegos Olímpicos no deben ser un foro para tratar temas políticos”, reclama ahora el COI, que tiene algo más de 100 “miembros activos”, 20 “miembros honorarios” y un único “miembro de honor”, según figura en su página oficial en internet: el alemán-estadounidense Henry Kissinger, Secretario de Estado en las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford y
hombre fuerte de la política exterior norteamericana en toda la década del 70. Kissinger, según archivos desclasificados hace algunos años, alentó, incentivó y supervisó la “Operación Cóndor” y la sangrienta dictadura de Jorge Rafael Videla, que en la Argentina dejó 30 mil desaparecidos. Kissinger, lo dicho, es el único “miembro de honor” del organismo que nos recomienda o aconseja separar el deporte de la política; que “no hay que mezclar”; que como dice en su Carta Olímpica, “los Juegos son competiciones entre atletas en eventos individuales o en equipos y no entre países”; que izar la bandera del país y reproducir el himno nacional de los ganadores de las pruebas es un mero simbolismo.


El colonialismo cultural adquiere distintas formas, y tanto en la reproducción de una noticia como en la permeabilidad hacia el mensaje es conveniente un ejercicio (no ya de los medios, sino de las personas): interpelar la integridad y el interés del que alecciona. De lo otro, del escándalo azuzado intencionadamente porque la publicidad de Fernando Zylberberg fue “filmada en secreto”, aportar el dato obviado: las Malvinas son argentinas. Como lo fueron siempre. De los deportistas, de los trabajadores, de los jubilados, de todos. Rendir cuentas y avergonzarse es tarea justamente de los otros. (Agencia Télam)

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