1 La decisión del gobierno de expropiar Repsol-YPF es una medida que debe observarse tanto por lo que es, una afirmación de la capacidad de regulación política por parte del Estado, como por los efectos que puede generar: es una decisión y, al mismo tiempo, una señal de cara a las formas que asumen ciertos comportamientos capitalistas en nuestras periferias latinoamericanas. Quizá sea precisamente sobre este aspecto que la disposición se vuelve relevante y auspiciosa también para los países vecinos, para las agendas progresivas de sus gobiernos, e incómoda para los “países centrales”. Las dialécticas de mercado que viene a denunciar –y a anular– se habían convertido en absurdos rentísticos que, a la manera de las tradicionales sujeciones coloniales, prácticamente no dejaba nada en estas tierras: en los últimos tiempos, casi el 90 por ciento de las utilidades de Repsol-YPF se iba fuera del país. Seguir aceptando este esquema no sólo hubiera puesto en jaque las capacidades del desarrollo energético, económico y social de la nación; también tenía costos respecto de nuestra autoestima colectiva, moral. De allí que la expropiación fuera vivenciada con un ciudadano sentido de júbilo, cosa que suele suceder cuando, de tanto en tanto, logramos apartar de nuestra experiencia singular aquellos obstáculos (externos) que se anteponen entre nosotros y nuestra realización.
2 Los comportamientos capitalistas en América latina tienen una larga lista de barbaridades y violencias en su haber, explícitas o sutiles, características inherentes a la naturaleza misma del momento de su implantación: las necesidades de expansión y acumulación de Europa. Sobre esa matriz de intercambio y tránsito de mercancías se definieron en paralelo las fórmulas internas del disciplinamiento social y los modelos ideológicos del pensamiento, elementos indispensables para que el dinamismo económico resultante pudiera colocar a la “situación periférica” en un rol subsidiario, al servicio del proceso civilizatorio del “centro”. En ese sentido, fuimos construidos (capitalísticamente) como subalternos, como apéndices. Buena parte de los comportamientos oligárquicos de nuestras elites dominantes siempre estuvieron iluminados por aquel signo inaugural, ni hablar de los capitalistas extranjeros que siguieron haciendo negocios en nuestros territorios; así es como estas latitudes se convirtieron en espacios geográficos para todo tipo de desaguisados. Sin embargo, hubo momentos en los que, como país, como región, logramos revertir la dirección de los vectores que determinaban las interacciones del mercado: la causa del petróleo, de Mosconi a Cárdenas y de Perón a Vargas, fue un circunstancia emblemática y clave en la construcción de una dialéctica histórica de signo diferente, de carácter nacional, popular, con una “centralidad” en el Estado. Y lo vuelve a ser ahora, en pleno siglo XXI.
3 La expropiación de Repsol-YPF encierra las características de la época al mismo tiempo que propone una síntesis que va más allá. Por un lado, deja en claro que el Estado debe y puede estar allí, controlando, socializando, normativizando, actuando respecto de decisiones más drásticas –como la de YPF– o microsociales. Nunca hay una generación espontánea de la experiencia, siempre es un proceso histórico que implica un trabajo constante; más aún cuando el neoliberalismo está, según los países, o bien presente en innúmeros resortes cotidianos, o bien agazapado en fuerzas políticas competitivas. Por otro lado, la medida también resulta una afirmación (política) respecto de las características que debe asumir el mercado. No se trata de una “estatización”: el carácter de sociedad anónima se mantiene, como otros principios propios de una empresa privada (con mayoría accionaria estatal). Como mensaje, la expropiación se vuelve necesaria: el interés nacional debe estar incorporado en los modelos de valorización y acumulación contemporáneos. No se trata de hacer cualquier cosa y de cualquier manera; en parte, porque ya no nos aceptamos como espacios residuales. Pero está claro que, y puesto que el dinamismo actual está articulado en torno de ese circuito, las “fuerzas del mercado” son un componente del ciclo, más aún en un sector estratégico como el energético. La eficacia se compone de ambos elementos, ninguno por separado: intereses privados y regulación pública. Nuestras posibilidades endógenas se definen en la originalidad que se le pueda imprimir a la combinación entre más Estado y más mercado; a fin de cuentas, es esa composición la que nos ha permitido plantear una salida al encierro neoliberal. Esto no supone que, llegado el caso, alguno de los términos no deba ser reestructurado. Los comportamientos capitalistas siempre deben ser objeto de seguimiento y corrección, y más corrección: su lógica no es precisamente la de la filantropía.
4 No es que estemos saliendo de las contradicciones latinoamericanas, quizá tan sólo estemos entrando más de lleno en ellas. Pero el siglo XXI nos está mostrando que no sólo somos capaces y merecedores de poder definirlas según nuestros propios criterios sino que la salud de nuestros pueblos va de la mano de esas autoafirmaciones nacionales que se vienen bosquejando. Medidas como la expropiación de Repsol-YPF tratan sobre los límites al capitalismo, a los “países centrales”, a lo que puede hacerse con nuestros recursos y con el trabajo vivo que los transforma. Que las coyunturas cotidianas estén repletas de asimetrías, desgracias reparables y violencias absurdas, no es ninguna novedad: hasta hace unos años éramos el rincón más desigual del planeta. Pero lo que no puede negarse es que hay una reconstitución espiritual latinoamericana, de vocación descolonizante, y elementos objetivos y subjetivos para poder desagregar y desarmar esos vectores del pasado. Quizá nos estemos mostrando los latinoamericanos que hay más para nosotros que lo que siempre pensamos que habría, que lo que siempre tenían guardado para nosotros. Un tiempo histórico abierto, intenso, dialéctico, germinal.
(Diario Página 12, lunes 28 de mayo de 2012)